En los 50 empiezan los éxitos de Alberto Migré en la radio, pero fue a comienzos de los 70 y en la televisión donde se erige en el autor que logra estrujar los sentimientos, sobresaltar y mantener en vilo al país, especialmente con “Rolando Rivas, taxista”.
Por Enrique Butti.
Nace como Felipe Alberto Milletari, en un año que quizás la coquetería sitúa en 1931, porque puede haber sido el 1928. Se hizo famoso con el “nombre de artista” que había elegido, Alberto Millet, y que según se cuenta, al equivocarse el locutor de radio que lo pronunció por primera vez, quedó asentado como Alberto Migré.
En los 50 empiezan sus éxitos en la radio, pero fue a comienzos de los 70 y en la televisión donde se erige en el autor que logra estrujar los sentimientos, sobresaltar y mantener en vilo al país, sobre todo a partir de mayo de 1972, con “Rolando Rivas, taxista” (o, como se presentaba al principio, “¡Rolando Rivas, taxista!” y “¡Rolando Rivas! (taxista)”), y de abril de 1975, cuando empieza “Piel naranja”.
Liliana Viola, que acaba de publicar en Sudamericana un libro sobre este maestro de las telenovelas, analiza las circunstancias que hicieron de “Rolando…”, cuya base era “un argumento elemental rubia, rica y caprichosa, se enamora de muchacho simple pero laburante-” en la propuesta más exitosa de la televisión argentina, que sobrevivió a las críticas de la izquierda, que la condenó por mersa y falseadora de conciencias, y a la censura de la derecha, que en 1979 volvió sobre ella para cortarle secuencias. El país se paraba en aquellos martes de 1972 en que se emitía la versión original; las escuelas nocturnas terminaban las clases una hora antes; las calles de Buenos Aires se vaciaban; el presidente Lanusse cambió para el lunes su reunión de gabinete; Victoria Ocampo confesaba no perderse un capítulo… El Registro Civil se llenó de padres que llamaban a sus hijos Rolando o Mónica. Llegados a nuestro tiempo, Soledad Silveyra (Mónica, la rubia rica en cuestión) salió en un tweet diciendo: “Perdoname, Rolo, pero me voy con Uber”; los taxistas, que la seguían considerando su exclusiva novia, reaccionaron indignados, tanto como para que la actriz generara un segundo trending topic: “¡No, perdón! ¡Jamás, mi Rolo! ¡Siempre con ustedes!”.
Los argentinos, según dictaminaba “Tía Vicenta”, se dividían en mersas y gente como uno, y las telenovelas era consideradas el sumun de lo cursi (Migré se indignaba: “¿Acaso el amor no es cursi y, cuando no, resulta sospechoso?”), despreciadas por los intelectuales, antes de que el posmo, el kitsch, el camp y el pop, junto con autores como Manuel Puig, reivindicaran este tipo de supuestos “subproductos culturales”.
En “Migré”, Liliana Viola se detiene especialmente en sumar testimonios y reflexiones que enmarcan la producción de Migré en el contexto histórico del país.
En “Rolando…”, el hermano del protagonista se hace guerrillero y lo matan, y los diálogos que se pronuncian sobre el tema tienen muchos matices y observaciones interesantes. En 1973 la situación del país se ha radicalizado, y en la segunda parte de “Rolando…”, la condena a la violencia encarnada en “los extremistas” se hace explícita. El nuevo amor de Rolando (Claudio García Satur) es una mujer que ha sufrido las mil y una por culpa de su esposo, que se ha unido a la guerrilla, ya no con el idealismo ingenuo del hermano muerto de Rolando sino con la plena conciencia de utilizar a cualquiera y a cualquier medio para conquistar el poder. Esta mujer, representada por Nora Cárpena, debió huir de su identidad con su hijito, y recién con la muerte de su marido tendrá libertad para iniciar otra vida con Rolando.
A nivel formal, las telenovelas de Migré también ofrecen motivos de análisis. El uso de la música para anunciar o acompañar un desaire, un momento fatal o un beso, en una gama amplísima que iba de Chopin a las canciones de Juan Marcelo, Juan Eduardo, Rodolfo y Picky Taboada o Marilina Ross, que de inmediato se transformaban en hits populares. O el hecho de salir a la calle, aprovechando la excusa del oficio de Rolando, aun cuando las filmaciones en exterior debían hacerse en 16 mm y empalmarlas después a las grabaciones de estudio. “Rolando…” se abre con un monólogo que dura diez páginas y todo el primer bloque de la telenovela: Rolando estaciona su taxi ante Canal 13, se presenta y habla dirigiéndose a la audiencia: “No, no me digan que están ustedes allí porque me da… Qué sé yo… ¡Vinieron todos! ¡Y cuántos son! La verdad es que no pensé que me iban a dar tanta bolilla. Qué sé yo, yo no sé cómo arrancar. Ahí en el tacho uno pone primera, acelera, y chau. Pero aquí, de a pie, qué sé yo, me siento un poco como un perro en cancha e’bocha…”. El taxi que había estacionado era un Siam Di Tella, el gran auto argentino nacido en 1960 y que había dejado de producirse en 1968, pero a los tres meses de empezar la telenovela el éxito fue tal que Peugeot propuso “al canal uno de los primeros grandes chivos de la TV argentina”, y Rolando progresa y se compra un cero kilómetro de esa marca.
Alberto Migré murió en 2006. Su vida personal se mantuvo en el misterio. Viola recuerda una entrevista que le hiciera Juan Boido en 1994, quien le menciona que “en el ambiente gay se dice que ‘esa telenovela [“Piel naranja”] fue decisiva para muchos adolescentes de entonces (Arnaldo André, que era la novia, debía ser el novio; Marilina Ross, que era la novia, debía ser el novio; China Zorrilla, que era la madre, tenía que ser el padre; y Raúl Rossi, que era el marido, debía ser la esposa)’. Migré carraspea y dice: ‘Ay, ay, ay. Los homosexuales son los mejores televidentes que uno puede tener porque son los más viciosos. Pero también son terribles: todo lo hacen pasar por sus asuntos. Si nos ven acá charlando, empiezan: ‘¿De qué hablarán? ¿Migré tendrá sida?’. Yo hacía una telenovela que me gustaba mucho escribir. Dejémoslo así’”.