Agustina Koch: «El barro me tomó por completo»


La arcilla y el teatro surcan el recorrido artístico de esta ceramista santafesina que deja en sus trabajos la huella de sus propias sensaciones y emociones. 

Textos. Marina Zavala. Fotos. Gentileza.

«Lo especial que tiene el barro para mí es que nos permite atravesarnos. Es así como me salgo de mi mente y cuerpo y me lanzo a él…», dice Agustina Koch cuando habla de la arcilla, su medio de expresión predilecto, a través del cual plasma su propio ser.

La cerámica y también el teatro son los lenguajes a los que esta artista santafesina se adentró desde muy chica, así lo relata en primera persona: «Siempre fui muy emocional. Tengo claros recuerdos, siendo adolescente, de cuando empecé a tener la necesidad de experimentar el arte. Con el tiempo esto se fue afirmando, y las decisiones que fui tomando me acercaron a él».

EL TEATRO Y LA CERÁMICA

Agustina vivió 12 años en Buenos Aires, allí estudió con dos grandes maestros de teatro: Lito Cruz y Lorenzo Quinteros. Más tarde ingresó en el Instituto Universitario Nacional de Artes (IUNA), donde estudió la licenciatura en Actuación. A la par, siempre buscó espacios para poner a trabajar sus manos, así realizó talleres de velas y de vitraux.

Cuando regresó a Santa Fe decidió terminar el ciclo de formación académica en la UNL, con la licenciatura en Teatro. «Hasta ese momento la plasticidad la atravesaba el cuerpo teatral», recuerda la artista y agrega: «Mi formación como ceramista tiene que ver con un recorrido informal, desde la intuición, el juego, la conjunción de experiencias y saberes. Antes de irme a Buenos Aires ya había conocido a Álvaro Gatti, maestro y amigo. Casi en simultáneo a la UNL fui al taller de la Mantovani y tuve mi primera aproximación con la arcilla, algo que en ese momento no resultó porque seguí con el teatro. Años después, en un reencuentro conmigo misma y en una nueva versión de mi, el barro me tomó por completo».

Una vez iniciado ese camino, fue por más. Participó por un par de meses del taller de Úrsula Fanta en Arroyo Leyes «sabiendo qué buscaba» y comenzó a modelar como un trabajo cotidiano, en su propia casa en Colastiné, rodeada de naturaleza y cerca del mismo barro que le da cuerpo a sus obras.

Más tarde hizo un taller de alfarería al torno, nuevamente en la Mantovani, con Valeria Barbero. Sobre esta experiencia recuerda que «resultó espectacular involucrar el peso propio y el impulso físico para desarrollar piezas».

Cuando precisó profundizar en los esmaltes fue a la casa de Ana Badu, quien enseña en la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires.

UNA FORMA DE EXPRESIÓN

A la hora de hablar de los artistas a quienes admira, Agustina cuenta que Picasso es un favorito. «Me gusta mucho mirar piezas de otros ceramistas -agrega- sigo a varios escultores contemporáneos extranjeros que son increíbles. Max Leiva es uno de ellos; Steen Ipsen, otro. Ver el trabajo que proponen ceramistas que realizan piezas de uso cotidiano como Florian Gadsby’s que manejan una técnica y precisión impactante, siempre suma».

El barro se ha convertido para ella en una forma de expresión capaz de conjugar toda su existencia «Es el poder conjugar la plasticidad de su propia materia con la mía. Con mi mundo teatral, con mi mundo poético, con lo onírico y con el mundo natural. Vivir en un entorno rodeado de naturaleza también es una elección que lleva a esa conexión. Todas las expresiones, en tanto permitan expresar, son maravillosas».

USAR LAS MANOS Y JUGAR

El trabajo de Agustina como ceramista tiene dos caras. En una de ellas, la escultórica, disfruta de la profundidad de la emoción. En la otra, como creadora de objetos de uso diario, gusta de pensar que quienes los usan también se vuelven permeables ante cosas simples capaces de transmitir.

Para dar vida a unas y otras, se vale de dos tornetas -una de pie y otra baja- y algunos moldes que ella misma inventó. A veces recoge arcilla de la playa que está cerca de su casa y hace sus propias mezclas. «Mi técnica no es más que usar las manos y jugar, claro que hay una serie de pasos que se siguen. Mientras la arcilla crece y se transforma de manera orgánica hay una parte del proceso fuera de control donde surgen imperfecciones, y ahí aparece la intuición de cómo seguir. Es algo que me gusta porque deja ver la mano del artista», detalla y, con la misma poesía con la que contesta cada pregunta, concluye: «Cuando uno piensa en una pieza de cerámica, el imaginario te remite a algo frío. Sin embargo, su textura es de una suavidad muy amorosa. Me encanta como se siente la pieza en boca al tomar un café con leche. Y es eso lo que caracteriza a mi trabajo, que habla de sensaciones y emociones».

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