Alberto, el loco de la oficina


¿Por qué una persona puede perder los estribos, reaccionar de la manera más desafortunada y luego arrepentirse de ello?. ¿No se supone, acaso, que somos los seres más avanzados de la civilización y que, como tales, podemos controlar nuestros instintos y pasiones más primitivas?. Evidentemente no.

 

Textos. Psic. Gustavo Giorgi.

 

Pocas veces he visto a alguien chiflarse tanto como el Alberto.

 

Cada vez que alguien le dice algo en especial (lo cual, debo decir, es absolutamente imprevisible) le salta la térmica. Mal. Dicho en términos más elegantes, reacciona de forma desproporcionada ante estímulos poco significativos.

 

Lunes: -“Flaco ¿Pudiste terminar el informe que te pedí el otro día?”. -“Sabés que se me complicó un poco. Ando con un temita en casa medio complicado. Nada del otro mundo, pero tengo el foco en eso. No te preocupes que mañana sin falta lo tenés listo y firmadito”. -“¿Vos me estás cargando, no?. ¿Me viste la cara de otario a mí o pensaste que no me iba a dar cuenta?”. “¡Eh, pará un poco Alberto que no es para tanto! Si para el cliente es lo mismo enviárselo el martes que el miércoles”. “Flaquito, para mí no es lo mismo y con eso basta”.

 

Nadie sabe a ciencia cierta qué cosa hace estallar de furia a este hombre. Y eso que sus compañeros lo conocen desde hace mucho tiempo eh. Pero no hay caso. A veces está hecho un divino, pero otros días parece que desayunó bife de tigre, en palabras de Natalia, la comercial.

 

Jueves 9 am: “¡Bizcochitos para todo el mundo! ¡A ver si mejoran esa cara que parecen de velorio!”. Sí. Alberto por un lado y caras con gestos desorganizados del otro.

 

Qué dice la familia: -“De novio era peor. Mi viejo decía que lo habían arrancado verde por los berrinches que hacía en algunas sobremesas domingueras”. (Marta, 41, esposa de).

 

-“Loco pero de buen corazón. Con los chicos lo hacemos engranar a propósito, como para que salte y nos reímos. Más que nada con Unión, viste…”. (Marce, 24, hijo de).

 

-“El Alber es mi hijo más cariñoso. Siempre se acuerda: cumpleaños, día de la madre… en Navidad es el primero en saludar a todos con un beso fuerte en los cachetes”. (Mirtha, 68, obvio que su mamá)…

 

¿Por qué una persona puede perder tanto los estribos, reaccionar de la manera más desafortunada y luego arrepentirse de ello?. ¿No se supone, acaso, que somos los seres más avanzados de la civilización y que, como tales, podemos controlar nuestros instintos y pasiones más primitivas?. Evidentemente no. Y no solo al Alberto le pasa…

 

RAZÓN VS. EMOCIÓN

 

Si se plantea una peleíta entre estos dos rivales y te pido que apuestes cien pesitos: ¿a quién le irías?. Te adelanto que si te inclinaste por la primera, aduciendo que somos seres racionales, perdiste. Los estudios más recientes de la neurociencia enseñan que, por el contrario, somos seres emocionales que pensamos. Esto implica el privilegio de los instintos por sobre el pensamiento. Pero cuidado, eso no significa que debamos rendirnos dócilmente ante dicho imperio sino en todo caso, advertirlo para luego poder administrar nuestras pasiones de manera eficaz, respondiendo adecuadamente a las exigencias que el vivir cotidiano nos plantea. Y como ejemplos de estas demandas debemos incluir los caprichos de nuestros hijos; los planteos de la pareja; las discusiones en la oficina y así podemos seguir la lista hasta mucho más allá de estas páginas…

 

Al parecer, no estaba tan desencaminado Mc Lean cuando propuso en la década del 50 su hipótesis del cerebro triuno, la que sigue vigente por estos días. La misma ha posibilitado significativos avances en el estudio de este complejo organito que tenemos todos dentro del cráneo. Este modelo explica que evolutivamente, vamos de lo más originario (reptiles) a lo más evolucionado (neocórtex) con el intermedio de nuestra parte mamífera (límbica). El caso es que, tal como le sucede al Alberto y seguramente a usted que lee esto, hay momentos en que los impulsos superan a la razón, y las reacciones se despliegan como un feroz viento ante nosotros, antes que podamos ejercer un efectivo control sobre las mismas. Y a quien debemos achacarle toda la responsabilidad en esto es justamente al área límbica de nuestro cerebro, portadora de las emociones en un pequeño carocito llamado amígala (y nada tiene que ver con esa de la garganta que te sacaron de chico).

 

Aunque parezca increíble, una vez acaecido cualquier estímulo (por ejemplo, la no entrega a tiempo del informe del Flaco que comenté al inicio), Alberto y (el resto de los mortales) reaccionamos en una tercera parte del tiempo de lo que tardamos en razonarlo (aproximadamente 125 msg sobre 500 msg de una respuesta razonada). Esto ilustra a las claras de por qué hay momentos en los que las piernas van más rápido que la cabeza. Ante esto, el desafío que se nos impone como seres humanos es poder gestionar de tal manera estos impulsos que permitan canalizarlos por vías saludables, evitando en simultáneo lastimar y lastimarse.

 

En la actualidad la mayoría de los psicólogos coinciden en afirmar que existen seis emociones básicas (ira, alegría, tristeza, miedo, sorpresa y asco) que no pueden ser desconectadas de nuestro cerebro. Pero sí, que somos capaces de administrarlas de manera adecuada. Para esto, las soluciones pasan ineludiblemente por conocerse y conocer al otro.

 

Tal como decía Sócrates con su famosa frase “Conócete a ti mismo”, como fundamento para avanzar sobre las cosas, de igual modo acontece con las emociones. Debemos saber a ciencia cierta lo que nos despierta tal o cual reacción. Poder identificar las causas con prestancia será la piedra de toque para continuar con la solución. Digo esto porque cuando estamos “ciegos de rabia” es muy posible que no podamos detectar claramente sus orígenes. Nuestro cerebro emocional quiere hacer creer al racional que estamos enojados cuando posiblemente estemos celosos. O bien, las ganas de boxear a otro conductor cuando vamos con nuestra esposa en coche obedezca más a una cuestión de defensa territorial que a una efectiva mala maniobra del otro.

 

Por otra parte, ser empático, poder ponerse en el lugar del otro por medio de un conocimiento de mi alteridad, de mi semejante, nos hará capaces de autorregular eficazmente nuestras emociones.

 

Finalmente y para que todo esto suceda es necesario que lo elijamos. Está en nosotros la posibilidad de seleccionar nuestras respuestas. No someternos lánguidamente a nuestro costado emocional y mucho menos refugiarnos en la excusa que dice Alberto cada tanto: “Que querés… Soy así y no puedo cambiar”.

 

 

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