Amigos, en las buenas


por Lucila Cordoneda

Desde muy pequeños, nos han repetido hasta el cansancio que los verdaderos amigos eran esos que estaban siempre, en las buenas y en las malas, pero sobre todo y a pesar de todo, en las malas.


Bien, no dudo de esto. Estar, acompañar, sostener cuando la suerte, el destino o lo que fuere no juegan a favor, cuando la propia piel pesa más que lo vivido, habla de que el otro nos importa. En días de sueños rotos, de absurdas soledades y distancias intransitables se vuelve vital, es de buena gente y es, hasta podría decir, obligatorio, entrar a la cancha, decir “acá estoy”.


Es casi una obviedad esto de que los verdaderos “camaradas”, están presentes en la desdicha, en el dolor, en la pérdida, en el duelo, de lo contrario no les cabría ese título.


Sin embargo, y sin miedo al yerro afirmo, los amigos de veritas, los nobles, los que valen la trinchera, son los que están en la buena. Esos que son capaces de emocionarse cuando aquello por lo que tanto luchamos es finalmente un logro, los que aplauden a rabiar cuando la vida nos reconoce tanta lucha, los que aman a quienes amamos y acompañan sus triunfos. Solo el que quiere de ese modo, es capaz de despojarse de cualquier interés personalísimo y gozar del goce ajeno. ¿Por qué? Bueno, porque clara y llanamente nos quieren sin egoísmos, sin competencias, sin envidias cobardes, sin dobleces o intenciones retorcidas.


Claro está, no hablo de esos que solo aparecen en la buena, de “los amigos del campeón”, esos que palmean la espalda y miran de refilón dónde dar la estocada. ¡A cuánta de esa amistad tan devaluada asistimos cada día! ¡A cuánto simulacro, vanidad, oportunismo y amor de pacotilla nos sometemos, a sabiendas incluso, por un poco de reconocimiento o un pedacito de cielo!


Sin embargo ameas, non é cosí facile… Aun en los amores más honestos, lo propio, lo que “a mí me parece” o necesito, suele apoderarse de la escena. Y, a veces, esa misma necesidad, ese mismo ser tan humano e imperfecto nos acerca, sin pretenderlo o siquiera sospecharlo, al que la está pasando mal, simplemente para que nuestra propia miseria y desdicha sean más soportables. Nos compadecernos del otro compadeciéndonos, comparando su mal con el nuestro, para que así, lo de uno resulte menos adverso.


¡¡¡Aaaachalay!!! Ma ¿che cosa dici? Eso, solo eso. El que quiere bien, está en la mala, pero es incondicional en la buena. Está seguro de lo que es, de lo que es capaz, sin compararse, sin condolerse. No necesita de tu desdicha para alimentar su ego, para fortalecerse y empoderarse.

El que quiere bien sufre con tus dolores, te ayuda a curar las heridas, a secar las alas y vuela con vos, brilla al lado tuyo y te empuja más alto. Y, si por ventura, la caída es pronta e inevitable, hará lo imposible para que salgas con gran parte de tus huesos sanos, reconstruyas los rotos y fortalezcas los que no sufrieron ningún rasguño.


Porque la amistad, queridas amigas Mal Aprendidas, es para valientes. Para los que están dispuestos a decir verdades sin herir, a bancar fracasos sin sentir lástima, a estar presentes sin sofocar, a estar lejos sin dejar de ocuparse, a celebrar triunfos ajenos sin sangrar derrotas propias. La amistad es caricia, es palabra a tiempo, es techo y cuna. Es campear la intemperie, es fiesta y rituales compartidos, es maternar. La amistad es generosidad perpetuada en dolores y victorias a veces tardías.


La amistad, la de verdad, es aliento vital, es trascendencia.

“Mis amigos son unos malhechores
Convictos de atrapar sueños al vuelo
Que aplauden cuando el sol se trepa al cielo
Y me abren su corazón como las flores

Mis amigos son sueños imprevistos
Que buscan sus piedras filosofales
Rodando por sórdidos arrabales
Donde bajan los dioses sin ser vistos

Mis amigos son gente cumplidora
Que acuden cuando saben que yo espero
Si les roza la muerte, disimulan
Para ellos la amistad es lo primero”.

Las malas compañías.
Joan Manuel Serrat
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