La realización de vitrales es un oficio milenario, un trabajo de precisión extrema y creatividad sublime. Es un arte que conjuga luz y color para dotar a un ambiente de pura magia. En Santa Fe, un joven emprendedor trabaja sin descanso para difundir el vitraux.
Textos: Romina Santopietro. Fotos: Luis Cetraro y gentileza Fabio Huser.
La luz que trasciende los sentidos y genera espacios mágicos es el motor y el objetivo de Fabio Huser, propietario y gestor de FLH Vitrales, el taller de vitraux que se ha labrado una trayectoria en la ciudad y en muchas provincias del país.
Eso de que todo depende del color del cristal con que se mire, adquiere otra dimensión dentro de las paredes de este atelier.
En el taller -que funciona desde 2007- se concretan diversas técnicas: “Como taller de vitrales integral, hacemos fabricación, reparación, restauración y puesta en valor de edificios, somos los únicos que trabajamos en sentido global. No sólo restauramos el vitral, sino también las aberturas, devolvemos el vitraux como el día en que se hizo, el día que se colocó. No nos limitamos solamente al trabajo con los cristales. Estamos abarcando también lo que es cerramiento integral. Tenemos herrería propia, tenemos contacto con carpinteros, carpinteros de aluminio, ebanistas, herreros de forja, para ir supliendo los requerimientos de los clientes. Ya no sólo me llaman por vitrales, sino que me consultan para ver cómo con los vitrales podemos resolver un cerramiento”, explica Fabio.
Dentro de lo que es el trabajo que desarrolla el taller incluye la fabricación puntual de lo que es el vitraux, la restauración de vitrales y después la intervención más integral, tanto en la restauración como en la fabricación.
“En Casa de Gobierno hicimos el vitraux del Bicentenario desde cero, el que diseñó Andrés Dorigo, que nosotros tuvimos el orgullo de llevarlo a tamaño natural y plasmarlo en vitral. A la par hicimos la restauración total de ese lucernario que hacía 50 años que no se tocaba, es la puesta en valor del techo vidriado necesario que lleva a que el trabajo final se aprecie. Engloba dejar el producto que nosotros hacemos en óptimas condiciones”, cuenta el joven vitralista.
“Trabajamos con cosas que a veces nadie quiere hacer. Restaurar una abertura vieja de hierro, por ejemplo. Y como yo quiero que el trabajo final se luzca, empecé a tomar también esos frentes. Y está bueno, porque la gente también nos recomienda por eso: para la parte de puesta en valor y para la parte de hacer algo nuevo. De pronto hay gente que quiere un vitral puntual para una puerta o ventana, o también llega alguien que tiene su casa en construcción y me permite trabajar con el arquitecto o sugerir de qué manera presentar ese vitral, lo que permite que uno trabaje más tranquilo. Y que el trabajo se luzca mucho más”.
El 100 % de la producción del taller es vitraux, pero las actividades satélites se fueron anexando para brindar un servicio más completo e integral.
El arte del vitraux
Fabricar desde cero un vitral y restaurar comparten muchos pasos del proceso. “En una restauración uno tiene que desandar el trayecto que hizo el vitralista que lo creó. Hay que desarmar lo que se hizo hace 80 o más años y lo volvés a armar. Y en el desandar corregís las roturas, los faltantes, las piezas que no existen… En ese proceso, un vitraux se diseña -trabajo que hago yo- y se dibuja en tamaño natural. O lo ploteamos, nosotros tenemos equipo propio, después se boceta a mano alzada, que también es tarea mía. Cortan, arman y masillan -que es un proceso de amalgamar el vidrio con el plomo, lo que sería como sellar el vitral, lo que es trabajo de los chicos- Carlos Gutiérrez y Mauro Barón. Y termino colocando el vitral, a veces con alguno de ellos. Y también me reservo la pintura en esmaltes. Hay vitrales que se hacen con vidrios de colores y hay otros que se hacen con vidrios esmaltados. Y antes de armarlos llevan un proceso de pintado”, se explaya.
“En el proceso, desde la primera reunión con el cliente, le dedico mucho tiempo al diseño. Hay gente que dice ‘quiero algo moderno’. Viene con una idea definida. Y hay quien llega y dice ‘yo quiero un vitral’. Sin más especificaciones. Y también puede venir alguien que me pida una flor de lis. Entonces tengo que esmerarme para que la flor que yo le haga tenga una impronta diferente, que se destaque. Porque es el mismo laburo hacer algo exclusivo que no, porque es completamente artesanal. No hay trabajo en serie. Se puede optimizar un poco el proceso, pero la esencia del laburo es y siempre será artesanal. Por ejemplo, si tengo que hacer 10 vitrales y llevan 60 rombitos, puedo cortar todos los rombos, pero no es mucho tiempo lo que se gana, porque cada rombito se corta a mano”. El oficio es así.
Ser profeta en la propia tierra
“Mi idea es tomar las limitaciones que el oficio tiene y usarlas como potencial para ponerlo al alcance de la gente. Que deje de ser algo exclusivísimo, limitado sólo a ámbitos religiosos. Y creo que por ahí viene la historia de la aceptación de la gente de mi propuesta. También buscamos financiación propia, hacemos los presupuestos sin cargo. De alguna manera es como si el oficio cayó en una suerte de cueva, un nicho del que a fuerza de mostrar los laburos que se hacen, se va saliendo. Me tocó a mí abrir este nicho y demostrar que se puede, que está al alcance de la gente”, dice orgulloso Huser.
Todo se hace acá, todo el trabajo y el diseño es santafesino. “Yo arranqué de acá, Santa Fe me sigue sorprendiendo con los proyectos que salen. Por eso el taller está asentado acá. Si bien yo hago trabajos en otras ciudades, en otras provincias, la base sigue acá. Yo nunca pensé, cuando trabajaba en la mesa del comedor de mi casa, quemándoles los manteles a mi vieja con el soldador, que iba a poder crecer tanto con este oficio. Puedo decir que el 87 % de los trabajos son de Santa Fe, para Santa Fe. Mi ciudad me ha dado satisfacciones terribles. Me ha permitido hacer trabajos maravillosos, porque el cliente pide, propone y cuando uno después los muestra en las redes sociales la repercusión sigue siendo enorme”, dice con una sonrisa.
Claro que la tentación del mercado de Buenos Aires es grande. “Y yo estoy tratando de ‘olfatearlo’, pero siempre desde acá.
Hemos hecho los vitrales de la basílica de San Francisco en Jujuy, que no se llegaron a hacer en el proyecto original. La iglesia tiene 80 años y los vitrales se hicieron acá. Estamos restaurando la catedral de Reconquista. Los vitrales se restauran acá. Se buscan y se traen a Santa Fe. Otra opción es ‘mudarte’ temporalmente a la iglesia y trabajar en el mismo lugar. Yo no quiero desatender Santa Fe por irme, cuando es mi ciudad la que permite crecer en lo mío. Entonces trabajo desde acá y después traslado el vitral hasta su destino”.
Hay una generación de emprendedores muy jóvenes que defienden que a través de las redes sociales se puede trabajar desde la ciudad, lo cual es sumamente destacable. La fidelidad con la ciudad es algo que este movimiento de emprendedores defiende a ultranza.
“Me va bien, hago lo que me apasiona, después si hay meses que llego a fin de mes es otra historia. Pero eso es algo que en este país a todos nos pasa. Pero elegí esto y lo amo. Me siento realizado. Y eso no tiene precio”.
Y en este crecer desde acá trajo a Santa Fe el taller de vitrales más grande de Argentina, que cerró. En la historia hubo muchos talleres de inmigrantes. Uno de ellos fue el más grande, que estaba ubicado a una cuadra del Congreso, el de Antonio Estruch. “Ese taller tuvo tres generaciones de vitralistas. Le hizo vitrales a seis presidentes, realizó vitrales en la Casa Rosada, el Teatro Colón, el Tortoni, a 50 iglesias, 20 catedrales, en Santa Fe los vitrales del Hotel Conquistador, la catedral de Reconquista, en Rosario casi todos los vitrales son de ellos… Se fagocitó todos los otros talleres. Y ese taller en 2012 cerró. Me lo legaron y después terminé comprando su capital de trabajo. Esa historia a nivel nacional, está ahora acá, en este taller. Para mí tiene tanta magia eso, una mística tan especial… lo que ha pasado con mi vida en este oficio ha sido mágico. A punto de llegar a tener una pareja que me golpee la puerta, para pedirme un vitral, y sea del pueblito de Alemania -sin saberlo ene ese momento- donde se fabricaba la máquina de varillas de plomo que se dejó de fabricar hace montones de años y en un galponcito de allá encontrar las matrices, y este hombre me las trajo en el bolsillo. Y se las pagué con trabajo. Que si yo busco un habitante del pueblito ese, que no sé ni pronunciarlo, y encontrarlo acá, en mi puerta y a mi alcance… es imposible de creer. En otra ocasión, mandé un mail para pedir un libro, no sé de qué manera, pero el mail lo recibió el gerente de la empresa, y cuando viajé a Europa, esta misma persona me buscó y me llevó a conocer los talleres más importantes de Francia… Por estas cosas, y por el amor que le tengo a lo que hago, no le puedo dar la espalda a esto. Está escrito que esto tiene que ser así”, afirma convencido.
Vitrolandia
“Un amigo le puso al taller ‘Vitrolandia’, por todo lo que nos ha pasado en menos de 10 años de vida -Casa de Gobierno, Cámara de Diputados, la Basílica de Guadalupe, todas las iglesias de otras provincias- y el hecho de tomar toda esa historia prestada, si se quiere, para un taller tan joven, es increíble.
“Un taller en Francia tiene 300 años. Y el de Estruch estuvo abierto 90 años. Y este tiene 10 años. 8 con esta estructura. Y tengo hechas iglesias en Formosa, Reconquista, Jujuy, Tucumán, Buenos Aires, Corrientes… y acá nuestra Basílica de Guadalupe. Cuando yo tomo el punto de partida, con sólo una cajita de herramientas, y haciendo un souvenir en vitraux y ver todo lo que llevamos recorrido en apenas 10 años… Ahora estoy diseñando en el santuario de San Pío de Pietrelcina, con más de 70 vitrales propios, me llena. Si en 10 años pasó todo esto… ¿Qué puede pasar en 20 más?”.
Hay que animarse a soñar en grande. “Lo mágico del vitraux ha generado que sucedan cosas que estaban escritas, que el de arriba las acomodó, que tenían que ser… no sé. Pero me tocó a mí, y voy a hacer todo para que siga ocurriendo”, cierra con una enorme sonrisa.
ESTILOS
El vitraux tiene varios estilos. Aunque no ha cambiado su esencia desde el Medievo. Sí ha cambiado la técnica, la forma de trabajarlo. Entre ellas, la manufactura de vidrios, que ha aumentando enormemente. Hay fábricas que ofrecen hasta 22 mil variantes de color. No se usan más herramientas a leña o gas, ahora todas son eléctricas. Pero el proceso sigue siendo el mismo.
Para Fabio el vitraux es “vidrio, plomo, y el aditamento de un esmalte o grisalla, Si están estos dos elementos: vidrio y plomo, tenés un vitraux. Porque el vitral nace para cubrir hueco donde el pedazo de vidrio no alcanzaba a cerrarlo. No había capacidad técnica para hacer un vidrio tan grande, entonces se unían varios pedazos para completar el espacio. Y el único material maleable y que permitía soldar sin que se rompa el vidrio era el plomo, porque el plomo suelda a baja temperatura”.
Por ejemplo, ¿una lámpara Tiffany se considera vitraux? “Totalmente. Porque el estilo se llama Tiffany. Tiffany permitió darle versatilidad a la técnica. Después está el vitral de estilo francés, que es vidrio pintado, ornamentado. El tradicional es vidrio, plomo y esmalte, es el vitral del S XII, donde el esmalte se aplicaba para dar profundidad. Otro estilo es el vitraux recortado: es vidrio unido con plomo que forma una imagen, un diseño. Recapitulando: los tres estilos de vitrales en plomo son francés, S XII y recortado. Y Tiffany, que soldaba con estaño”.
Los preferidos
Hay trabajos que uno atesora y siente un especial orgullo. Uno de los divertidos que le tocó realizar fue una Mafalda. “Me gustó hacerla justamente por ser algo diferente”, rememora.
“El Espíritu Santo que corona la fachada de la Basílica de Guadalupe, es uno de mis preferidos. Fue mi primera obra pública, de alta exposición, con un trabajo que demandó tres años. Lo terminamos de colocar a las 5 de la mañana del día de la Virgen. Ese momento es uno de los recuerdos más hermosos que tengo. Después, la iglesia de Jujuy, que me convocaron porque alguien compartió una foto de los vitrales de San Pío -en Buenos Aires- que se vio en Salta y de ahí el cura de la iglesia se contactó conmigo porque quería mis vitrales para su iglesia. Y en San Pío mismo, donde todos los vitrales son diseños míos, porque la iglesia comenzó en un galpón, y de a poco se fue haciendo. La iglesia tenía una sola pared levantada y ya tenía los vitrales puestos. El cura cuenta que uno de los feligreses lo embromaba y le decía ‘y padre, ¿cómo va el galpón?’. Y el día que colocamos el primer vitral, el mismo que se reía vino y le dijo ‘Padre, ahora sí, ya no parece un galpón’. Y era por el vitral. Y creo que es claro ejemplo de lo que significa un vitral para una iglesia. Porque era un techo de chapa a dos aguas con una sola pared -le faltaban las otras tres- pero esa pared tenía un vitral. Y con eso ya tuvo presencia de iglesia”.
El germen
-¿Cómo llegaste al oficio?
-Culpa de mi mamá, Beatriz. Yo estaba buscando para hacer algo relacionado con el arte y ella encontró el dato de los cursos. Después se arrepintió, sobre todo cuando le quemaba los manteles, pero ahora está orgullosa- cuenta Fabio riendose.
-Necesitaba hacer algo distinto porque estaba saturado de cursar, porque estudiaba dos carreras. Y apareció esto. Y arranqué con el estilo Tiffany, con Rita, mi profe. Y como me gustó mucho, me puse a armar y desarmar, que así se aprende mucho. También me puse en contacto con un maestro vitralista, que ya falleció, Jorge Curutchet, del que aprendí mucho. Y de ahí, ya no paré.