A comienzos de la década del 20, Vicente Pinasco es designado director de la cárcel de Santa Fe por el recientemente electo gobernador radical Enrique Mosca. Desde el gobierno provincial se buscaba llevar adelante una serie de reformas en la cárcel. La situación carcelaria estaba marcada por un estado de profundo abandono, maltrato y corrupción.
TEXTOS. Mariano Rinaldi. FOTOS. Archivo El Litoral.
La prisión como institución fundamental del castigo moderno (desde su nacimiento en el contexto europeo y norteamericano entre los siglos XVIII y XIX) ha estado atravesada por un «modelo correccional». Este modelo impuso, como finalidad declarada de la prisión, la «corrección del criminal».
La institucionalización de la prisión está fuertemente inmersa en el proceso de modernización del Estado nacional, en el deseo de integrar aquel concierto de naciones civilizadas occidentales. Las instituciones y atributos del sistema punitivo del Estado moderno bajo la igualdad ante la ley, es resumido en uno de los lemas que guiaban a la clase dirigente argentina a mediados del siglo XIX: «el modo de castigar a los delincuentes ilustra el grado de civilización de cada sociedad». Sin embargo, dentro de la prisión el castigo era abusivo y en muchas ocasiones totalmente represivo y vengativo.

La historiadora Lila Caimari (2004) en su libro «Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955» afirma que en las primeras décadas del siglo XX la mayor parte de las cárceles se alejaban ampliamente del proyecto normalizador y correccional, constituyendo verdaderas «cárceles-pantano» en donde convivía con la represión física y el abandono.
A comienzos de la década del veinte, es designado director de la cárcel de Santa Fe Vicente Pinasco. El nuevo funcionario provincial buscaba introducir ciertos cambios para transformar la situación de los reclusos en la cárcel de Santa Fe. A través de talleres de trabajo y el cursado de la escuela primaria, mejoras en sanidad y edilicias, se intentaba institucionalizar la premisa de un reformismo punitivo que orientaba la praxis de ciertos funcionarios por aquellos años. La supuesta transformación de los penados en buenos ciudadanos mediante la terapia penitenciaria se centraba en la disciplina, la educación y el trabajo. Sin embargo, esta forma de «castigar civilizadamente» estaría enmarcada en un contexto en donde los presos vestían todos por igual y al ingresar a la cárcel, privados de su libertad, perdían su nombre pasando a tener un número que los identificaba.

Como símbolos de una supuesta transformación en materia carcelaria, se impulsan los talleres de trabajo al interior de la cárcel. Uno de ellos era el taller de panificación para consumo interno, pero también para el reformatorio de menores y un asilo de ancianos de la ciudad. En esta dirección se habilitó al interior del penal un taller de herrería, de talabartería y fabricación de ladrillos para obra pública. De los 335 presos que residían, 250 trabajaban en talleres.
A mediados de 1923, Pinasco va a enfrentar un serio problema en su administración carcelaria: las quejas de los reclusos por el maltrato policial y excesivos castigos, sumados a un hecho que se hizo masivo y de público conocimiento, como fue el consumo de carnes en estado de putrefacción que llevó a la muerte de dos reclusos. A fines de 1924, por presiones de la prensa y una investigación hecha por el tribunal de justicia provincial, hizo que el gobernador provincial Enrique Mosca decrete una habilitación para que los reclusos pudieran estar en la cocina y cantina de la cárcel cocinando el alimento diario.
Ese mismo año, Pinasco había presentado al ejecutivo provincial el proyecto de una cárcel modelo entre Rosario y Santa Fe, de estilo radial, siguiendo el modelo estadounidense conocido como Auburniano, con una capacidad total para 700 reclusos. Lo que años después sería la actual cárcel de Coronda.
