Un repaso por la obra musical de esta artista peruana, una de las más valiosas exponentes de la cultura americana del siglo XX.
Textos. Enrique Madeo.
El 3 de setiembre del 2020 se cumplieron cien años del nacimiento de María Isabel Granda y Larco, aquella mujer que trascendió las fronteras del Perú, para ser reconocida en el mundo entero como Chabuca Granda.
Su tema de mayor popularidad a sido sin dudas «La flor de la canela», a punto tal que, para la inauguración de los Juegos Panamericanos de Lima de 2019, fue una de las elegidas para ser interpretada por el tenor Juan Diego Flórez.
Pero a poco que nos adentramos en su obra brotan bellezas, donde poesía paisajística se unen a exquisitos retratos hilvanados con palabras tan agudas como tiernas. «Fina estampa», «El surco», «Una larga noche», «Cardo o cenizas», «José Antonio», entre tantas más, conforman una obra sencillamente fantástica.
En 1942 Chabuca contrajo matrimonio con el aviador brasilero Enrique Demetrio Fuller da Costa, con quien tuvo tres hijos: Eduardo Enrique, Teresa María Isabel y Carlos Enrique Fuller Granda.
La unión terminó en divorcio después de no mucho tiempo. Sin embargo, esto significó para muchos su despegue como compositora.
Resulta un placer escuchar a Chabuca, que nos cuente, que nos cante, que nos hable… del ensueño que evoca la memoria del viejo puente, el río y la alameda; del caballero de fina estampa que al andar reluce la acera; del joven ausente que entregó su sangre haciendo guerra con sus flores buenas; de aquella romántica expresión «José Antonio José Antonio cuando te vuelva encontrar, que sea junio y garúe…» y que al paso de la flor de la canela, se estremezca la vereda al ritmo de sus caderas.
¿Pero qué más se puede decir de Chabuca?
Que sus letras llenas de imágenes poéticas y sus músicas desbordantes de compases atrevidos, rompieron con la estructura tradicional de los valses criollos del Perú.
Que fue capaz de quebrar la estructura rítmica convencional del vals peruano, con melodías de tesitura muy amplia que alternaron el nuevo lenguaje que propuso, con el de los antiguos valses de salón.
Que su obra reveló una estrecha relación entre letra y melodía, la que fue variando con el tiempo hacia una tendencia poética cada vez más sintética.
Que incluso quebró las estructuras de la poesía convencional, y el ritmo de sus canciones siguieron los pasos de esa evasión de las rimas, consonancias y métricas dadas.
Que definió su cantar peculiar, conversado y matizado, el cual junto a un acompañamiento musical estilizado, le dio una personalidad artística inconfundible.
Para componer Chabuca se inspiró a veces en personas a las cuales convirtió en personajes: a su padre, Eduardo Granda San Bartolomé, en el caballero de «Fina Estampa»; a José Antonio de Lavalle amigo de la familia, amante y defensor del caballo de paso peruano en José Antonio; a Aurelia Canchari, cocinera de la casa de su madre «En El dueño ausente». En otras, en personalidades como Violeta Parra, dedicándole «Cardo o Ceniza», o a Javier Herauda, quien dedicó una decena de temas, entre los cuales vale destacar «Las Flores Buenas de Javier»; «El Fusil del Poeta es una Rosa» y «Una Canoa en Puerto Maldonado». Más aún, su vuelo poético la llevó a componer en primera persona la vida y el sentir de un gallo de riña, «Gallo Camarón»: » Quítame gallero trabas, para reñir fui criado, tengo la caña cuadrada y el pecho muy levantado «, como en San Martín de Porres en Coplas a Fray Martín: » Y es la esperanza del pobre y es el consuelo del rico, un hombre de tez morena y el alma como paloma «.
César Calvo ha sido uno de los personajes más cercanos a su entorno íntimo. Vinculado al mundo de las letras fue un entusiasta colaborador en la tarea compositiva de Chabuca. Además, fue quien le hizo conocer la vida y obra de Javier Heraud, y compuso la letra de María Landó.
Chabuca manejó con maestría el abanico de ritmos que enriqueció la música popular peruana, y su poesía tomó el sesgo de la acuarela, el trazo sintético y sugerente de colores y sensaciones.
Chabuca compuso cerca de cuatrocientas canciones, de las cuales, a una de las primeras, «La flor de la canela» -en homenaje a Victoria Angulo, distinguida señora de raza negra, vecina del Rímac- la terminó de componer en 1950. Pero el tema repercutió y alcanzó gran popularidad, algunos años después con la interpretación del grupo Los Chamas, convirtiendo a su autora en una de las letristas y compositoras más originales de la época.
El primer período de su producción creativa es netamente evocativo y pintoresco. Chabuca le cantó a la Lima antigua señorial, de comienzos de 1900. Es la ciudad que ella conoció a través de su padre, la del barrio del Barranco, de grandes casonas afrancesadas, con inmensos portales y jardines de invierno.
Su segunda etapa se vincula con un marcado corte social, con letras que resultaron verdaderas denuncias contra el poder en turno del Perú. Y su estrecha relación con la música afro-peruana se hizo evidente en la tercera etapa de su carrera musical, en la que predominaron el festejo, el landó y las zamacuecas, ritmos que, además de la guitarra, incluyen el cajón y los tradicionales zapateos.
Sus temas han sido versionados entre muchos más, por Rubén Blades, Plácido Domingo, Caetano Veloso, Ana Belén, Juan Diego Flores, Kevin Johansen, Iván Lins, Yma Sumac, Pedro Aznar, María Dolores Pradera, León Gieco, Jorge Dréxler, Joaquín Sabina, Juan Carlos Baglietto… Pero si su estilo bebió de alguna fuente, ha sido de la del cubano Pablo Milanés. Al escucharlo, Chabuca dijo: «Este genio está haciendo lo que yo he querido hacer siempre: los lied, donde la melodía varía de una estrofa a otra, no se repite nunca, varía según la letra, según la intención».
Entre las voces femeninas seguidoras de su obra en el Perú son de destacar Susana Baca, Diana Baroni, Eva Ayllon y Carminna Canavino.
Dos discos de Chabuca Granda fueron grabados en la Argentina, y los dos resultan ser joyas de la música Latinoamericana: «Cada canción con su razón», donde lucen junto a la intérprete peruana Caitro Soto en cajón peruano y voz, Pititi Sirio en percusión y Alvaro Lagos en guitarra; y «La voz del Perú», junto a Lucho González en guitarra, más la participación como invitados de Oscár Alén, en bajo y teclados y Chango Farías Gómez en percusión. En este disco Chabuca no solo interpreta dos zambas, «La Pomeña» y «Zamba para no morir» sino que además asume el desafío de versionar a Piazzola grabando «Chiquilín de Bachín», haciendo un guiño, quizás, a aquella histórica versión de «La flor de la canela» por Aníbal Troilo con las voces de Roberto Goyeneche y Ángel Cárdenas.
Chabuca Granda falleció en modo repentino en Miami el 8 de marzo de 1983, habiéndose convertido sin dudas en una de las más valiosas exponentes de la cultura americana del siglo XX.