Esta semana venimos con un librito inquietante. Un libro plagado de pensamientos alterados, tortuosos…
Por: Romina Santopietro
¿Qué pasaría si pudiéramos conocer los pensamientos de una persona? “Matate, amor” de Ariana Harwicz, publicado por Mardulce, nos ofrece la oportunidad de ser voyeurs en la mente de la protagonista.
Pero no como meros espectadores. Seremos arrastrados por la incontinencia verbal de su diálogo mental. El hilo conductor de sus pensamientos nos enreda en su rutina asfixiante, y nos envía en una carrera frenética a la pérdida de la cordura.
El relato mental de las situaciones se entrelaza tan fuerte con el lector que el ritmo que propone Harwicz no permite reconocer nuestros pensamientos de los de la protagonista.
En “Matate, amor”, la vida conyugal y la maternidad asfixian a la protagonista al punto de hacerla desbordar. Con un pulso narrativo original y punzante, en la primera novela de Ariana Harwicz se ponen en juego las formas de interacción de lo salvaje y lo humano.
Hay una dicho que reza “suerte que nadie puede oír mis pensamientos”. Seguramente nosotros mismos lo hemos pensado alguna vez. Pues bien, este libro revela todo el bagaje de pensamientos sin tabúes, sin filtros, sin freno, de una mujer enredada en un rutina que detesta, en un rol cotidiano que la sumerge en la apatía por momentos, y en una faz asesina después. El cristal de la locura se fragmenta pero no estalla, dejándonos siempre al borde del abismo, obligándonos a pasar otra página más, siguiendo en esa carrera de pensamientos confusos, culposos, desenfrenados.
El ritmo del relato, mientras tanto, se tensa entre continuas ensoñaciones, la vida realmente vivida y un deseo —sexual, feroz, omnipotente— cuya satisfacción es apenas incidental o importa menos que su persistencia. Personas como perros o como lobos; sueños de dientes afilados y apetitos que arrasan y queman; hienas y chacales; los hábitos de la familia y su comunidad, así como las metáforas, las descripciones y casi todas las herramientas narrativas que despliega “Matate, amor”, están tensadas también por ese componente brutal, como si una suerte de ímpetu animal hubiese contagiado a la novela en su conjunto, a su atmósfera, su lectura y su recuerdo.
“Estoy cansada de que no esté bien andar a escopetazos o denigrar al bebé”, dice al pasar la protagonista de “Matate, amor”, una mujer casada que habita junto a su familia una casa lindera al bosque y la pasa mal, tan mal, que hasta piensa en matarlos a todos: a su “dorima”, a su suegra viuda y a su retoño. El hastío, la alienación y lo siniestro marcan el pulso desquiciado y violento de la historia, que sacude y sorprende desde la primera línea, sin respiro hasta el final. Como una bestia tras las rejas, llena de ruido mental, esta mujer de clase media pasa de la autocompasión a la autodestrucción, siente un llamado salvaje que le pide que se arroje fuera de esa vida, que se lastime, y lo que encuentra es la salida exterior: la naturaleza, la mirada de un ciervo, los sonidos desconocidos y los pastizales.
En cualquiera de sus versiones, sumisa o sacada, la protagonista enhebra una suerte de autoanálisis —rabioso también— en pequeñas estampas que son como las fotos de un álbum familiar cada vez más oscurecidas por la sombra de lo que es y lo que hay.
La contratapa del libro lo define como brutal y salvaje… pero ¿no son todos nuestros pensamientos íntimos así de brutales? ¿No queremos nosotros también fantasear con el asesinato del que nos incomoda, nos hiere, nos ignora? Cuando los filtros de la urbanidad, la educación y la moral no existen, cuando en la libertad de nuestra mente insultamos y agredimos, pero nuestro rostro esboza una sonrisa, ¿no somos así de ferales?
Este librito, en sus escuetas 155 páginas, está lleno de oscuridades, de angustia, de lucidez y de locura. Este librito puede mostrar alguno de nuestro estados mentales, ser espejo, y por ello mismo, se yergue inquietante.
Es fácil de leer, te arrastra en una vorágine de imágenes superpuestas, donde lo real y lo onírico de la protagonista se mezclan en una espiral que asciende y desciende como una montaña rusa emocional.
Y es un libro difícil de olvidar, porque una vez que se cruzó el umbral, ya no hay vuelta atrás.
Para leer cuando necesitemos un sacudón en nuestra rutina.