Esta semana venimos con una no ficción atípica que combina percepciones y recuerdos personales con la investigación de tres femicidios en el interior de la Argentina durante la década del 80.
Por Romina Santopietro
Selva Almada aborda la crónica a partir de tres chicas de origen humilde y muy jóvenes asesinadas en los años ochenta, antes del caso María Soledad, y mucho antes de que se hablara de femicidios y que permanecen impunes.
La autora empezó a escribir “Chicas muertas” en noviembre de 1986, cuando con sólo 13 años escuchó en la radio que habían matado a otra adolescente en su pueblo. El libro encadena tres historias de jóvenes asesinadas en los 80, tres muertes impunes cuando la palabra femicidio aún no existía.
Andrea Danne tenía 19 años cuando fue asesinada a sangre fría en su casa de San José, en Entre Ríos. Alguien entró a su dormitorio en una noche de tormenta y le clavó un puñal en el corazón, su madre la encontró y, enseguida, muchos vecinos acudieron a la escena del crimen mientras el cadáver aún se desangraba. El asesino nunca fue encontrado.
María Luisa Quevedo, de 15 años, fue asesinada el 8 de diciembre de 1983 en la ciudad chaqueña Presidencia Roque Sáenz Peña. Su cuerpo, violado y estrangulado, estuvo desaparecido unos días hasta que lo hallaron en un baldío en las afueras. Nadie fue procesado por su crimen.
Con sólo 20 años, Sarita Mundín desapareció el 12 de marzo de 1988, sus restos -aunque no hubo certezas de que fuera ella- aparecieron el 29 de diciembre de ese año a orillas del río Tcalamochita, en Villa Nueva, Córdoba. Tampoco hubo un culpable.
El común denominador de “Chicas muertas”, publicada por Literatura Random House, es que son casos de mujeres asesinadas en los 80, anteriores a María Soledad (septiembre de 1990), en pueblos pequeños de provincias que no llegaron a la plana nacional, que nunca se resolvieron.
En los 80, década en la que sucedieron estos asesinatos, el término “femicidio” no existía. No estaba tipificado, eran crímenes pasionales, buscaban a un amante despechado, a un novio celoso o que las hace desaparecer.
Y es en ese punto donde Almada se detiene: “No existía la noción tan clara de lo que es violencia de género. Por eso escribí los casos entrelazados. Hice memoria de cómo vivía yo o hasta dónde me daba cuenta que existía violencia de género”, contó en una entrevista en 2014.
“No sabía que a una mujer podían matarla por el solo hecho de ser mujer, pero había escuchado historias que con el tiempo fui hilvanando”, cuenta en el libro. Ella no sólo revive la memoria de tres casos olvidados -salvo por algunos familiares que luchan y lucharon por el esclarecimiento- sino que son punta de lanza para repasar historias de mujeres golpeadas, violadas, maltratadas, estigmatizadas, mujeres con miedo, amenazadas -como ella misma- ante una situación violenta, chicas sin voz.
El libro arranca con una primera imagen, ella está en su casa de Villa Elisa, en Entre Ríos, su padre prepara un asado y la radio de LT 26 Nuevo Mundo suena de fondo. De repente, el recuerdo se hace intenso: anuncian la noticia del asesinato de una adolescente, ahí nomás, a 20 kilómetros de su casa.
Tras años de investigación -que concluyó en 2010- y casi como un grito anudado en la garganta, escribió este libro.
En los tres casos hay un patrón. “La falta de acción fue porque eran mujeres pobres. María Luisa era mucama, Sarita era prostituta -nadie se preocupa por esclarecer el crimen de una prostituta- y Andrea era de clase media baja y no tenía los medios económicos para que alguien le prestara atención”, subraya en otra parte del libro.
Es una lectura casi obligada para entender cuánto tiempo hace que naturalizamos la violencia contra la mujer. Y que si pensamos en el número de casos de los que no nos enteramos, asusta por la magnitud.
Para leer, informarse y continuar investigando sobre la violencia contra la mujer en nuestra sociedad.