Por Lucila Cordoneda
Escena 1: Subís al taxi y el señor tachero, sin pelos en la lengua y simplemente dando por sentado que coincidís con lo que va a vociferar, larga una centena de juicios sociológicos, políticos, amorosos y etcéteras, que claramente responden a sus pensamientos y muy posiblemente estén a diez millones de años luz de los tuyos.
¿Perdón? ¿Qué lo hizo pensar que esas beias conclusiones filosóficas a las que arribó eran las mías? ¿Por qué lo estaría diciendo con tanta seguridad que hasta pareciera que hace mil que nos conocemos? De nuevo… ¿Perdón?
No sé ameo, no me estaría acordando del momento en el que nos presentaron.
Escena 2: Señora en la pelu… te mira y, aún advirtiendo que estás de narices en la última revista chimentera, busca tu mirada por el espejo y con guiño cómplice manda: “porque vos viste que tal o cual cosa, porque tal o cual otra, porque tal o cual persona…” y resulta que vos andás pensando casi bastante más cercano a la “tal” otra que a la señora que está haciéndose el brushing al lado tuyo.
Escenas 3, 4 y mil más… Quien porque si te contesta mal, te ladra y si puede te clava los colmillos, quien se adelanta unos cuantos casilleros en la cola del cajero o del súper o de lo que sea o simplemente mira para otro lado ante el cartelito de “prioridad”. Quien cuando demorás más de tres segundos para avanzar al ponerse la luz verde en el semáforo, se acuerda de toda tu descendencia, tu árbol genealógico y bosque familiar, bocina frenética de fondo. ¿Y el taxista que al llegar a destino se enoja porque no tenés cambio? (¿Cambio? ¡Si una vuelta manzana sale casi como ir hasta la costa! Chinwenwencha…).
Y así se me ocurren miles ¿viste? Quien que te deja esperando y además se ofende si le decís que tu tiempo también es importante. Quien te mintió, te estafó o te abandonó… ¿Y quién te juró amor eterno y de golpe pareció entender que la eternidad duraba bastante menos de lo previsto?
En fin, el tema acá querida Mal Aprendida sería algo así como… ¿Qué onda vos con todo esto? ¿Cómo te estarías llevando con el enojo? ¿Cómo lo manejás? Bah… si es que lo manejás, o vas derecho a estrellarte contra el guardarrail.
A veces se complica che… nos da tanta pero tanta bronca que nos pasamos el día entero rumiando la chinche y contando a quién quiera oírnos: pareja, amigos, kiosquero, odontólogo la escenita que vivimos (en este último caso, no sé cómo hacemos, torno por medio, pero nos la ingeniamos). Eso sí, siempre anteponiendo el infalible “¿Podés creer lo que me pasó?” o “¿Sabés lo que me hizo?” . Esas introducciones garpan, porque el accidental interlocutor (insisto en lo de accidental porque está claro que poco importa quién sea sino que nos escuche, en caso de que lo haga realmente) no puede hacer otra cosa que esperar a que continuemos con nuestra historia de enredos, desamores o atropellos.
Volvamos al eje ameas… De solo leer esto ya te acordaste de lo que te pasó el otro día y estás derrapando, mordiendo banquina y en tres, dos, uno… ¡impacto!
Pará, aflojá un poco, calmate o te perjudicás (afrancesado onda Tinayre a Mirtha). Tratá de pensar, pero de pensar tranca. ¿Qué fue lo que realmente te enojó? ¿La respuesta que te dieron, la mentira, lo que viviste como una falta de respeto? ¿Qué fibra te tocó verdaderamente todo ese culebrón? ¿Qué aspecto de vos movilizó? ¿Qué fue lo que te puso así querida?
El enojo es una especie de locura breve, dicen por ahí… ¡Ups!. ¿Consejo de madre? No mío amea, de “mi” madre: “Dale a cada cosa la importancia que tiene”. Dicho así parece fácil porque si de embroncarnos se trata, da igual el señor que se coló en la fila, la nota que te mandó la señorita del nene o aquel otro que, sin piedad, te robó el corazón, te lo partió en millonésimas partes y ahora te lo devuelve a pedacitos como si nada hubiera sucedido allí.
¿Y sabés qué? «¡No es todo lo mismo nena!”. Por ahí el despejar un poco la situación y de verdad pensar en qué es lo que te enojó realmente, si quién lo hizo o lo qué hizo, puede ayudar a que desentrañes si realmente es enojo o es dolor.
Si “de quién viene” no te mueve la aguja ni una fracción de segundo, posiblemente sea enojo. ¿Y sabés qué? ¡El que se enoja pierde amea!
Ahora, si el “de quién viene” te importa de verdad, se hizo querer y se hizo sentir, bueno… eso puede ser dolor amore mío y para el dolor solo existe el tiempo, el tiempo y el amor. Nada hay que el amor no logre sanar, posta, promesa. Refugiate en quienes te quieren de veritas, pediles que te mimen. ¡No tengas vergüenza por pedir un cacho de amor amea! Quiéranme, quiéranme que me duele. Quiéranme que estoy enojada conmigo misma; quiéranme que estoy enojada por enojarme, estoy enojada porque me dolió y eso me enoja más; quiéranme porque además me dio miedo y por eso me enojé.
En fin… bella Mal Aprendida, el enojo suele estar asociado a otros sentires, a otras emociones que, por lo general, tienen más que ver con nosotros que con los otros.
De manera que, atentti pebeta, a escuchar un poco más il tuo cuore y a dejarse querer. Que si es dolor, sana; y si es enojo, hacele un ole y que se vaya por donde llegó o intentó hacerlo.
Bye, bye linda ragazza… no escaldare, lungo vivire.
Instagram: @malaprendida
Facebook: Mal Aprendida