Relatos de oficina y diván I
Textos: Gustavo Giorgi (*)
Paula es asistente de gerencia en una fábrica que se dedica a la metalurgia. Empresa muy tradicional y cumplidora del patrón Pyme argentino: socio fundador personalista; una segunda generación que la hizo crecer y una tercera que apenas está incorporándose a cargos de decisión.
Marisa trabaja en el mismo lugar junto a Paula desde hace ya 3 años. Es Jefe de compras y tiene dos pasantes a cargo.
Al principio, hola – chau y no mucho más de ahí. Pero, bien se sabe que el tiempo compartido y las situaciones cotidianas del trabajo tienden a hacer conversar a la gente. Y medio así, que va y viene, comenzó una especie de amistad que fue intensificándose a medida que se conocían un poco más.
Salidas furtivas. El tabú que se repite afuera también. Casi un desafío doble: no ser miradas como alienígenas ni en los restós ni en la ofi. El peso del amor que a veces se vuelve liviano y otras es como veinte barcos apilados en la espalda…
Así las cosas, luego de un espacio prudencial de tiempo, decidieron juntas empezar a hablar de a poco con sus compañeros de lo que estaba pasando y, no sin sorpresa, comprobaron que la mayoría ya vislumbraba la relación. La colegía, y eso le quitaba bastante dramatismo a la cosa.
Al día de hoy, la situación en la oficina logró estabilidad, y se sabe que forman una pareja tan sólida o endeble como cualquiera, pero que tiene una particularidad: en esta empresa siempre el tema del amor es un tabú. Se insiste mucho con la pasión por lo que uno hace, y que eso es el motor de todo, pero se trata de un sentimiento algo desapasionado. Aséptico, podría decirse. Como que una cosa es el interés supremo por la actividad, pero otra es eso mismo cuando pasa con alguien.
El psicoanálisis enseña a pensar que en definitiva se trata siempre del deseo, y a su energía la denomina libido. Sin libido no hay deseo, y mucho menos amor.
Ahora bien: ¿qué hacen las empresas en la actualidad con esto? ¿Lo toleran, acaso, o tratan de disimularlo? Y si lo fomentasen, ¿qué pasaría?
Al momento viene a mí un recuerdo de un viejo gerente de Recursos Humanos de una empresa provincial que, horrorizado, comentaba: “Aquí evitamos las parejas a toda costa. Imaginate que si uno de ellos trabaja bien pero el otro no rinde, deberíamos desvincular a ambos porque si echamos a uno solo, el otro quedaría resentido con la organización y no podemos darnos el lujo de tener un león herido en la nómina”. Aclaro que esta empresa contaba en su momento con más de un centenar de colaboradores, y sus historias de dormitorio fluían; por supuesto, sin que este gerente se enterase.
En la práctica, la intención comentada más arriba se hace directamente imposible de aplicar. No podemos evitar que pasen cosas entre compañeros de trabajo, por ende, es indispensable asumirlo y no intentar evitarlas como un tabú sino más bien lo contrario, hay que naturalizarlas y quitarles ese velo de prohibición que en todo caso más que generar aversión propicia lo contrario, es decir, el gusto por asumir el riesgo.
A tomar en cuenta
Teniendo en cuenta esto, sugiero prestar atención a dos cosas:
1. El tamaño de la organización.
Si se trata de una empresa muy pequeña (no más de veinte empleados), el vínculo podría tornarse aquí sí muy difícil si los miembros trasladan sus temas domésticos al ámbito de trabajo, utilizando a los compañeros como testigos involuntarios de la situación. O en otros casos, directamente oficiando casi de jueces, debiendo decidir quién de los dos tiene razón en la pareja. Por esto, si estás sintiendo algo por alguien de tu oficina, pensá en las consecuencias que tendría verse todo el tiempo con él; en la necesidad imperiosa de que acuerden previamente no debatir su intimidad en otro espacio que no sea su casa o directamente en la posibilidad de dejar ese empleo y buscar otro, dado que en general es más fácil conseguir trabajo que pareja.
2. La naturaleza de los puestos que ocupan.
Por su propia dinámica, las Compañías tienen puestos que se controlan mutuamente, a los fines de dar transparencia y garantía de honestidad a la gestión. Se entiende que si uno de los dos tiene bajo su órbita de responsabilidad auditar al otro ello es incompatible con las necesidades de la empresa y aquí sí no cabe otra que la disolución del contrato ya sea entre los enamorados o la finalización del vínculo de dependencia. De igual manera sucede si uno de ellos es jefe del otro.
¿A la empresa le conviene o no que haya parejas de empleados?
Sería temerario brindar una respuesta unívoca a esto, pero sí es bueno establecer que muchos estudios aseguran que el sentido de pertenencia aumenta si la relación es admitida y celebrada por la organización en su conjunto. A tal fin, cito la experiencia de una reconocida tarjeta nacional, que ha visto a la formación de parejas como un hecho positivo, siempre y cuando no incurran en las dificultades ya descriptas.
Situaciones similares son abordadas en mayor medida por las compañías tecnológicas, vanguardistas tanto en el núcleo de su negocio como en la gestión de sus colaboradores. Como anotación al margen, también es cierto que por la escasez de los perfiles de trabajadores IT las empresas deben flexibilizar sus requisitos hasta puntos impensados hace una década.
En definitiva y tal como decía al comienzo, se trata de asumir que estos hechos no solo son frecuentes sino que además son esperables, y en ese sentido lo importante es dejar que fluyan por los derroteros habituales del amor, los que implicarán éxitos y fracasos imposibles de anticipar.
(*) Psicólogo. Mat. 482