Por Lucila Cordoneda.
La palabra sostener suele gozar de mala fama.
«Hasta cuándo piensas seguir sosteniendo tal o cual cosa». «Siempre fuiste su sostén». «Esto se sostuvo solo por mi». En fin… se me ocurren unas cuantas afirmaciones que ubican una y otra vez al «sostener» en el lugar del que debe hacer que algo suceda casi forzadamente.
Quien sostiene, tiene sobre sus espaldas la responsabilidad de que algo se mantenga, se tenga con uñas y dientes vaya a saber a qué, pero que aparentemente vale la pena.
Sostener a cómo de lugar. Relaciones, posesiones, opiniones…
Sostener más allá de lo posible. Sostener es salvar.
Y ese salvataje no parecería ser del todo sencillo. Es casi una tarea de fuerza, intelectual, emocional y también física, claro. Porque para sostener hay que poner el cuerpo.
La mala fama puede deberse, digo, a que el hecho de sostener parece ser, no solo mantener, sino también ocultar.
Nuestro querido y nunca más odiado «sutien». ¿No se dedica a eso acaso?
A lo largo de la historia, las féminas hemos usado esa prenda para cubrir, restringir o modificar la apariencia de las lolas. No hablemos de otro tipo de dispositivos como corsetes o fajas que lo honraron en su más perversa expresión.
Quién de nosotras no sueña acaso con pasar a otro plano al brasier y andar más sueltas y desajustadas, sin ser vistas como bichos raros o sin que se nos «tilde de». Esa costumbre de opinar y decretar sobre los cuerpos ajenos…
En fin, lo cierto es que la acción de sostener ha ido resignificándose en su sentido más sencillo y más profundo. Como suele suceder con infinidad de términos, prima el sentido popular, la carga de significado que le ha ido dando a lo largo del tiempo, mucho más que su verdadera acepción o etimología.
Sin embargo, queridas mal aprendidas mías, el sostener tiene un significado mucho más simple y bello. Porque sostener es tener, no en términos de posesión, sino de contención.
Sostener es contener.
Es sujetar con fuerza cuando el otro cree no dar más. Es abrazar, es maternar, es acunar y abrigar.
Es movernos sigilosamente entre el deseo, las matrices y los legados, sin poner en riesgo la libertad, la propia y la ajena. O mejor es no desertar. Porque perderla, a veces se la pierde, claro que si, o al menos se empeña en permanece agazapada.
Sostener es construir andamios que ayuden a transitar a volver a pasar o a dejar atrás sin añorar. Sostener es ayudar a sanar, acompañar en el duelo, escuchar sin juzgar.
Sostener también es espabilar, es ayudar a poner en palabras lo que aún hiere, aquello que aún supura.
Sostener es recordar, es hurgar entre anécdotas y reírse hasta doler, es enojarnos y reconciliarnos, también será llorar. Suele ser solo la víspera.
Sostener es verbo y es voz.
Es boca que besa, a veces calla, a veces grita muda otras renuncia.
Sostener es responsabilizarse del otro, es crear condiciones para que la vida siga su curso.
Sostener es amar.
Pero también es dejarse amar y sostener.
Pero cuidado ma chérie que el amor no se transforme en la excusa para sostener lo insostenible.
Solo mucho después iba a comprender que estar también es dar
«Silencio» Clarice Lispector.