Por Lucila Cordoneda
Puede no resultar tan sencillo, no…
Pero con el tiempo vas aprendiendo que cada decisión es tuya, solo tuya, propia, intransferible, como lo son las consecuencias. Y que eso es lo que corresponde y que, por lo tanto, tenés que “salir a bancar la parada”.
Vas entendiendo que cada uno vive como puede, no siempre como quiere.
Que las personas “hacen cosas” no “te hacen cosas”. Por tanto, los efectos de los comportamientos ajenos, aunque duelan, son eso, ajenos. Descubrís que el dolor muta, fortaleciéndote y que quién lo ocasionó tendrá suficiente ya, cargando con su propia búsqueda.
También así entendés que nada o casi nada “es personal”, que las personas opinan, hablan, dicen y no siempre tienen claro por qué lo hacen o si en ese hacer o sentir alguien puede resultar dañado.
Poco a poco amea, vas intentando escuchar más, hablar menos (difícil tarea) y opinar casi nada.
Te involucrás de otro modo y aceptás que si alguien te hace parte de su vida, es porque espera que actúes, que te comprometas, porque por alguna razón desconocida e inimaginable coincidieron en este instante.
Sin embargo amada Mal Aprendida, también vas aceptando que hay cosas que no dependen de vos, que aunque tus intenciones o razones puedan ser las mejores (para vos), no siempre son suficientes, no bastan, no alcanzan.
Con el tiempo también elegís qué batallas dar, discriminás, porque no da todo igual. Y entonces, sos capaz de soportar más dignamente las embestidas, esas que vienen amarraditas a las decisiones que vos misma tomaste. Y ahí vas… menos ofendida, menos susceptible y hasta un poco menos culposa.
Aprendés que la mirada implacable con la que te descuartizás (y hasta despreciás a veces), es tuya. Es una mirada interna, propia, tan absurda y extraña que logra esclavizarte. Y ahí, justo ahí, comprendés que nadie más que vos puede poseerte, decirte qué pensar o cómo hacerlo.
Que el afuera es eso, exactamente eso, y que por tanto, nada conoce de tu esencia, de tu adentro.
Con el tiempo, vas mirando más allá de tu nariz y vas alejándote de ese centro que te mantenía alerta pero no siempre lúcida y vas permitiéndote tomar distancia, mirar en perspectiva, con una mirada más mansa y menos prejuiciosa. Vas saliendo de donde estás, alejándote hasta perderte ¿por qué no…? Para volver, para iniciar y resultarte un hallazgo.
En fin amea, con el tiempo vas queriéndote más, aceptándote más, perdonándote más. Vas siendo menos dura con vos, pero más firme, más exigente con tus amores… te la creés más porque aprendiste que te merecés más y… ¿sabés qué? Que no todos (ni cualquiera) te merece.
En fin… “con el tiempo te das cuenta”, escribiría Borges, y yo me permitiría agregar “y no das tantas cuentas”.