Un recorrido de ensueño nos lleva, por algunas de las más hermosas ciudades europeas.
Textos y fotos: Graciela Daneri.
Tras el paso por Lyon y admirar sus arbolados bulevares, por donde el Ródano desplaza sus aguas, así como su ciudad medieval, la meta fue París, dado que íbamos rumbo a Bélgica. Y cómo no visitar la Ciudad Luz, aunque fuese por escaso tiempo.
Es que fatigar las calles del Quartier Latin, sentirse rodeado por el aura de la Rue de Saint Severin, el entrañable Bv. Saint Germain y el Sena a poca distancia, o el Jardín de las Tullerías constituye algo muy particular y significativo. Sucede que la antigua Lutetia atrapa el alma y se la traga. Lamentablemente en esta ocasión faltó tiempo para vivirla a fondo tras algunos años de ausencia.

La Grand-Place de Bruselas
Nuestro modo de transporte preferido, el tren, nos llevó hasta la capital belga, desde donde teníamos programado partir hacia algunas de sus urbes emblemáticas.
La majestuosa Grand-Place a la que Víctor Hugo consideró una de las más bellas del mundo y hoy es Patrimonio de la Humanidad- alberga a su alrededor al gótico Ayuntamiento, la barroca Maison du Roi d’Espagne y donde convergen numerosas calles como la de las tradicionales Galeries Royales Saint-Hubert del siglo XIX, con sus señoriales boutiques y chocolaterías (este producto belga es considerado el mejor del mundo).
Bruselas es la capital de la Región de Flandes y sede de varias instituciones de la Unión Europea y donde se habla mayormente francés y en menor medida neerlandés, a pesar de que fue dominio de España (era una de las provincias del emperador Carlos V). Y ello se refleja en su variada arquitectura desde el gótico al estilo español-flamenco, pasando por el neobarroco hasta el art nouveau. Mientras, el Atomium hecho con esferas de acero conectadas por caños- es el símbolo de la Bruselas moderna, al igual de la zona donde se concentran los edificios de la UE. El castillo de Laeken, residencia del rey belga se halla algo más alejado.
Cerca del centro histórico está la plaza con el famoso Manneken Pis, estatua en bronce de un niño orinando, al que esta vez no visitamos por parecernos intrascendente a pesar de que es lugar obligado de las excursiones turísticas y muy amado por los belgas.
Ahora sí podemos decir que conocimos Bruxelles, pues cuando habíamos ido años atrás en tour organizado desde Argentina sólo dimos un “lambetazo” de una hora y luego partimos hacia otro lugar. Fue entonces cuando juramos viajar a Europa por nuestra cuenta por todas las facilidades que ello ofrece…

El embrujo de Brugge
Brujas en neerlandés es Brugge, que proviene de “brug”: puente, y ciertamente es cuantiosa la cantidad de puentes que atraviesan los canales de la ciudad. La mañana luminosa y fresca nos envuelve en medio de sus calles y el Medioevo es nuestro permanente acompañante.
La Markt Place es el centro neurálgico de esta ciudad flamenca, pero todo en Brujas es pintoresco: sus bien conservadas estructuras medievales; sus calles; sus casas familiares siempre decoradas con delicadas cortinitas y floridas macetas en sus frentes; las aguas de sus canales surcadas con embarcaciones colmadas de turistas y a su vera coquetos barcitos que tientan a hacer un alto en la marcha, sin contar la majestuosidad, sea del Parlamento o de la Torre Belfort.
La ciudad de Rubens
Lo primero que impacta en Amberes (Antwerpen en neerlandés o bien Anvers en francés y es útil tenerlo en cuenta porque en los horarios ferroviarios aparece con estos nombres y no en español) es claramente su estación ferroviaria central, con su incomparable hall de acceso, todo monumental por su estilo y belleza arquitectónica. Admirarla por dentro y por fuera es un deleite para quienes gozan la arquitectura.
Apenas se comienza a caminar en busca del centro, éste se intuye cercano, pues se percibe el ajetreo propio de una jornada laborable. Así, en una mañana soleada nos topamos con sus amplias peatonales, a través de las cuales llegamos a la Grote Markt o sea la tradicional Plaza del Mercado de estas ciudades belgas, donde no hay mercado alguno, pero continúa siendo la Gran Plaza, con el Ayuntamiento incluido y la hermosa Fuente del Brabo (toma su nombre de Silvio Brabo, un centurión romano envuelto en una leyenda), donde prima la arquitectura flamenca renacentista.
En el centro también se halla el Distrito del Diamante donde históricamente desarrollan sus tareas los cortadores, pulidores y comerciantes de esta piedra preciosa. La recorrida conduce a la casa de Rubens, hoy museo. Este gran maestro de la escuela flamenca habitó esta finca y allí también falleció, sin olvidar que Amberes fue la tierra del pintor Anton van Dyck. Por allí está también la gótica Catedral de la Virgen María y el Castillo Steen, la fortaleza medieval de la ciudad vieja.
Amberes perteneció al imperio de Carlos V (“En mi imperio no se pone el Sol”, supo decir el monarca) y contribuyó a la riqueza de España, ya que los impuestos recaudados por su puerto se unían a los tesoros procedentes de América. También la ciudad de Rubens fue un punto relevante en la romería hacia Santiago de Compostela desde los Países Bajos. Por todo lo descripto con mucha pena abandonamos, al anochecer, esta bella ciudad.
Gante, cuna de arte
El primer encuentro con esta urbe da la sensación de ser algo opaca, pero a medida que se camina, uno se da cuenta de cuán equivocado estaba al ver circular tranvías en una y otra dirección y va percibiendo que es interesante. Y al llegar a la Korenmarkt (plaza central) queda deslumbrado. Allí está su centro peatonal; la Catedral de San Bavón, comenzada en estilo románico y finalizada en barroco, sin obviar el gótico, y en cuyo interior fascinante se admiran sus púlpitos esculpidos en mármol con sus escaleras magistralmente talladas en madera, sus esculturas sacras; las pinturas de los Van Eyck como la magnífica Adoración del Cordero Místico y algunas obras de Rubens. San Bavón es una verdadera joya y allí fue bautizado Carlos V. Completan su centro peatonal medieval el Castillo de los Condes de Gante y el Campanario y en sus alrededores proliferan los bares y restó.
Desde uno de ellos, donde almorzamos un soleado mediodía, pudimos gozar de un espectáculo de publicidad de la cerveza Omer: dos estupendos caballos tiraban un carro con barriles de tal cerveza y al pescante iban dos conductores vestidos de negro con sendos sombreros de alta copa. Los turistas (y nosotros también) desesperaban por fotografiar la escena.
La visita a esta ciudad flamenca, a poca distancia de Bruselas, nos dejó más que conformes, tanto por el aspecto artístico como por lo peculiar de su transcurrir cotidiano.

Luxemburgo, entre bosques y castillos
La ciudad del Gran Ducado de Luxemburgo se divide en dos: la ciudad baja y la “haute ville” y el primer contacto fue con la parte baja, medieval, a la que se desciende por calles viboreantes flanqueadas por las abruptas estribaciones de las Ardenas, que se desbarrancan en desfiladeros y valles de frondosos y pintorescos bosques por los que corren el Mosela y sus afluentes. En ese magnífico panorama se advierten algunos castillos, algunos prácticamente en ruinas y varios puentes que cruzan la región.
Sí, este es el Luxemburgo antiguo, el otro, la ciudad alta, es el más contemporáneo y en el cual transcurre el quehacer mercantil y financiero de este riquísimo ducado (también paraíso fiscal) construido sobre ruinas romanas, y donde se hallan instituciones de la UE. Hacia él ascendemos ya no por arterias empinadas sino por ascensores. Allí están la Plaza de la Constitución y la de Guillermo II; la Catedral de Santa María de Luxemburgo y las calles principales de la ciudad, donde abundan las boutiques de las más costosas marcas, y las que caminamos al atardecer aguardando la hora en que el tren nos llevaría de vuelta a Bruselas.
Luxemburgo, ubicado entre Francia, Alemania y Bélgica por ello se habla alemán, francés y luxemburgués- y al que se desplazan diariamente ciudadanos de los países fronterizos que van a trabajar allí, tiene muchos méritos para ser visitado, a pesar de que las agencias turísticas no lo ofrecen.
El Palacio del Gran Ducado, imponente de estilo renacentista español- es donde los grandes duques realizan las ceremonias oficiales- y cabe aclarar que la actual gran duquesa es una latinoamericana, bella y de gran fortuna.