Del infierno no se sale


«La piojera», de José Luis Pagés, es una novela dura, espantosa por momentos, en la que apenas un puñado de ciudadanos honestos ofrece un rayo de luz sobre una comunidad corrupta y sometida al perverso servicio de sus autoridades.

Por Enrique Butti.

Estamos en Perdigones, un pueblo perdido en la provincia de Santa Fe, rodeado de agua y arrozales que atraen a turistas-cazadores franceses. Alguien lo describe como «el pueblo de los muertos que caminan». Y muertos abundan allí, de la estirpe de los suicidados, de los tirados a las pirañas, abundan tanto como las almas en pena de los vivos que dan vueltas sin posibilidad de fuga. De ese pozo es imposible salir, y nadie entra sin que se entere el comisario, a quien le dicen Momo. Y sobre todo sin el beneplácito de su señora esposa, La Jefa, dueña absoluta de toda decisión que pese en este pequeño gran infierno.

Ése es el escenario de «La piojera», la primera novela (al menos, la primera publicada) del narrador y cronista policial santafesino José Luis Pagés. Se trata de una novela dura, espantosa por momentos, en la que apenas un puñado de ciudadanos honestos ofrece un rayo de luz sobre esa comunidad corrupta y sometida al perverso servicio de sus autoridades.

El negocio de la droga ha dado paso ahora al de la fabricación de medicamentos truchos, para lo cual La Jefa, Momo & Cía. se han adueñado de un tradicional sanatorio, desalojando a su dueño y a los médicos. Una pista y el constante aterrizaje de avionetas sirven a la distribución por los países vecinos. A esto hay que sumar la prostitución, y la venta y trata de menores. Entretanto se han ido apropiando de comercios, casas, campos, con comandos integrados por una caterva de personajes siniestros, como El Enano, que esclaviza y maltrata a la mujer que el anterior comisario ha abandonado en el pueblo, corrompiendo de paso a su hijita.

Al inicio de la novela se suma a esa banda uno de los personajes centrales de la novela. Es un criminal desquiciado, atormentado por las voces del pasado, que cae en el pueblo y es chantajeado por Momo para que se una a su hueste canalla. Algunas de las mejores páginas de la novela están dedicadas a la biografía de este delincuente apodado «el Fino», un paria inescrupuloso y desafortunado, perfilado sin remisión ni demagogia. Baste un episodio como ejemplo: el hombre se entera de que en Santa Fe su propia hermana es la portaestandarte que impulsa marchas semanales de vecinos y familiares de víctimas en demanda de justicia y reclamando la cabeza de «el Fino». De manera que el tipo decide vengarse y travestido se llega para asesinar a la traidora. Y en ese momento el narrador nos informa que de haber sabido las razones que podía aducir su hermana para encabezar las marchas quizás «el Fino» no hubiera sido tan severo con ella. Los vecinos la habían emplazado: «O te ponés al frente de las marchas para que tu hermano aparezca o se te quema el rancho con tu vieja y los pibes adentro».

El otro personaje importante de «La piojera» es un prefecto de la Guardia Costera, el héroe que con un grupito de rebeldes enfrentará a –remedando la ironía con que nos los presenta Pagés- los poderosos, las «fuerzas vivas» y armadas del pueblo, incluido el dueño de una radio, el único medio periodístico del lugar.

Entre los varios felices hallazgos de la novela está el personaje de La Jefa, la mujer del comisario, omnipotente y omnipresente, pero a quien el lector sólo verá en las últimas páginas, en una situación estremecedora.

Lermo Balbi se dolía de que no contáramos con las mil sagas de conquista y colonización que supieron inventar la literatura y el cine estadounidense, ese western, que después continuó en el subgénero del policial negro, capaz de radiografiar las oscuridades de la sociedad y del alma humana. Novelas como «La piojera» vienen a marcar señales que, de multiplicarse, redundarían en una nueva literatura nuestra, de fuerte reivindicación narrativa, capaz de atraer lectores hoy desencantados y, de yapa, ¿por qué no?, hasta podría redundar en la formación de una ciudadanía más consciente y atenta.

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