Santiago Alassia se vuelca en «No es lo suficiente» a dar voz a otras vidas con fuerza visceral y expresiva.
TEXTOS. Enrique Butti.
Una de las más firmes cualidades de la mejor narrativa argentina radica en su exitosa consecución de un habla efectiva en el narrador o en quienes dialogan, un habla siempre inventiva y alejada de la transcripción magnetofónica que practican el costumbrismo y el realismo, «social» o «duro» que fuera. Y esa invención es tan variada como los grandes escritores que la practicaron, de Hernández a Cortázar, Silvina Ocampo o Puig; una marca de estilo que parece acompañar a la conciencia del propio lenguaje argentino. En «No es lo suficiente», de Santiago Alassia, distinguido con el Premio Provincial de Narrativa Alcides Greca 2020 y publicado por Santa Fe Cultura Ediciones, ese ejercicio se explicita en las diez voces que constituyen los diez textos del conjunto. Diez autobiografías de personajes que se pronuncian, y en las cuales, más importantes que los avatares de los destinos (es decir, más importante que la construcción de una trama narrativa) resulta la expresión con que se manifiestan, más cercana en esta focalización a la práctica de esa voceadora excepcional que fue Hebe Uhart.
Se trata de manifestaciones íntimas en las que no pocas veces se confunden los hechos de la realidad y los tropismos con que la psiquis transforma esos hechos para desnudarse a sí misma por medio de detalles que fluctúan sin solución de continuidad entre lo trivial, lo cómico y lo atroz. Y que en los mejores momentos se transforman en un vértigo de sonidos y decibles verbales que se alzan para donar vida y brillo a los ojos del autorretratado.
Así, el hombre que nos cuenta lo que su mujer le dijo antes de abandonarlo llevándose a los hijos: «Dijo que yo era inadjetivable». O la obesa actriz frustrada, con talento sin embargo para bautizar las cosas: llamar «merenga» a la papilla que su madre le propinaba (leche con azúcar, cacao, tres vainillas trituradas, revuelta con cucharadas de dulce de leche y manteca) y que todavía hoy es su felicidad, o dar nombre a las gallinas del fondo mientras echa con un goterito agua sobre las crestas (la Friolenta, que tiembla hasta en verano; la Metiche, que espía dentro de la casa; la Escandalosa, que cacarea trepada a los árboles; la Mandona, que rempuja a las otras). Es significativo el párrafo en que concluye la proclama de esta mujer, también porque se trata de las últimas palabras del libro: «Si yo pudiera ser algo, elegiría ser solo una voz. Poder andar por las calles sin preocupación de que me escarben. Que se escuche lo que digo, pero que sea un sonido lo más blando posible. Para que me guarden adentro de sus oídos sin hacerme pasar por el examen de mirarme. Elegiría una voz grave, una hablar más lento, algo capaz de invitar a la gente a quedarse a vivir en las pausas que yo haga».

Aún más profundos y estremecedores son los recursos retóricos con los que un chamán explicita sus métodos para destapar la podredumbre que atesoran sus pacientes, métodos más cercanos al teatro de la crueldad de Artaud o a la máquina de la colonia penitenciaria kafkiana que a los rezos y conjuros de un santón o un curandero. Habla así de «desagarrar», desgarrar y volver al revés la piel como un «guantemano»; de «pulpa espiritual»; de «los transferibles» y «los referenciales». Aquí también vale citar una de las conquistas que se propone este «desagarrador»: «… hay que frenar las ganas de hablar que todos tienen… / Entonces no hace falta hablar de algo concreto, ni tampoco es posible semejante cosa a menos que uno se quiera distraer. Es simplemente hablar. Hablar sin tener a dónde ir, ni un por decir, y dejar que eso se abra».
Santiago Alassia, que en sus libros de poesía (el último, «magún magún», publicado por la editorial santafesina Palabrava) recorría sus propios orígenes y la memoria del pasado, se vuelca en «No es lo suficiente» a dar voz a otras vidas, con la misma fuerza visceral y expresiva, en una prosa que incluso en su entonación más estrepitosa no deja de ser lírica.