Por Lucila Cordoneda
En la columna anterior nos deteníamos en esta nueva normalidad que, parece, ha venido para quedarse.
Veamos. Una de las premisas de este remozado presente es el distanciamiento social.
Está claro, clarísimo, de qué la va. Otra, el uso del tapabocas, también está claro.
Sigamos, higienizar el calzado, o si se puede quitarlo, cuando ingresamos a un lugar. Lavarnos las manos.
La verdad queridas mal aprendidas mías, se me ocurren tantísimas metáforas y comparaciones con todas estas recomendaciones.
Si de distanciamiento se trata, en este tiempo de aislamiento, en el que solo podíamos acercarnos a los convivientes, tuvimos que tomar distancia obligatoriamente de mucha gente.
Bien, algunas ausencias se hicieron notar, hicieron falta, dolieron. Otras, de a poco fuimos advirtiendo, eran necesarias.
El trajín cotidiano no es secreto, nos exige relacionarnos con muchas, a veces demasiadas, personas. Algunas por propia decisión, otras por necesidad, otras porque forman parte de los círculos que debemos frecuentar obligadamente.
Entre otras cosas, este intervalo nos ayudó a poner blanco sobre negro algunos vínculos.
Advertimos que la distancia solo vino a confirmar lo que intuíamos y no deseábamos o no podíamos terminar de definir. Enfrió relaciones y avivó otras. Clausuró supuestas amistades y desmalezó el camino hacia otras. Nos dio la posibilidad de poner en perspectiva a muchas personas y las formas de vincularnos con ellas. Porque en definitiva, lo que significa un vínculo, no son solo quienes lo materializan sino los modos en que lo hacen.
No importan demasiado los protagonistas de una relación, lo verdaderamente atrayente o repudiable es cómo nos relacionamos.
Suelo decir qué hay personas que logran «sacar» lo mejor de nosotros y otros que sacan lo peor. No encuentro un modo más simple y claro para expresarlo.
No somos los mismos en cada relación y eso, en gran medida, tiene que ver con la mirada que el otro tiene de nosotros.
Hay quienes logran ver en los demás aquello que ni ellos mismos pueden ver y logran construir desde ahí un vínculo sano, respetuoso y generoso. Y están los otros, para los que el conflicto, la mirada prejuiciosa, la necesidad de posesión del otro, son el leiv motiv de su existencia.
Sabemos que existen montones de razones para romper o clausurar una relación, pero los conflictos no son uno de ellos, a pesar de que normalmente los culpamos de ello.
Lo que realmente sucede es que nos resulta muy difícil gestionar esos conflictos y esto termina generando una distancia emocional, a veces insalvable.
Este tiempo extraordinario, nos obligó a probar otros modos de gestionar esos conflictos. Esto en muchas situaciones fue frustrante y angustiante pero en otras descubrimos que el «no estar con» vino a poner a cada uno en su lugar, vino a poner a reorientar el vínculo que teníamos.
¿A dónde voy con todo esto queridas Mal Aprendidas? Pues a que cuándo la nueva normalidad nos vuelva a juntar, nos encuentre en los lugares y junto a aquellas personas de las que hoy estamos alejados, intentemos sostener los modos de relacionarnos que resultaron favorecedores durante el distanciamiento y desechar definitivamente aquellos que no.
En definitiva, evoquemos estos tiempos y pongamos en práctica la distancia emocional cuando sea necesaria, cuidemos lo que nuestra boca dice y dejemos en el felpudo aquello que no nos suma, nos hiere y violenta.