Educar sin culpa en tiempos de Covid


El psicólogo uruguayo Alejandro De Barbieri invita a madres y padres a reflexionar y actuar lejos de teorías que pregonan traumas infantiles por doquier, que paralizan el sano liderazgo y la autoridad parental.

Textos. Lic. en Ciencias para la Familia Mariana Borga (@familiayvinculos).

«Si evitamos que nuestros hijos se frustren, no logramos que crezcan y maduren. De nosotros los adultos depende reaccionar sin miedo y sin culpa, con amor, puesto que frustrar es educar. Así cómo el dolor, las frustraciones son inevitables si se quiere vivir en plenitud». Estas palabras, escritas en la contraportada del libro «Educar sin culpa», del psicólogo uruguayo Alejandro De Barbieri, me llamaron la atención. Sobre todo esto de «frustrar es educar».

La lectura de este libro es cautivante por su lenguaje sencillo, concreto y de mucha profundidad. Es fruto de su experiencia cómo padre, psicólogo, conferencista y educador. Invita a madres y padres a reflexionar y actuar lejos de teorías que pregonan traumas infantiles por doquier, que paralizan el sano liderazgo y la autoridad parental. En un diálogo con Alejandro, transmitido en vivo por Instagram, conversamos sobre algunas cuestiones que surgen en la consulta y de la experiencia parental. Aquí les comparto un extracto de algunas de ellas.

Culpa para educar

La culpa se manifiesta en el miedo a no ser querido por nuestros hijos, a decir a todo que sí por miedo a que nuestros hijos no nos quieran. Los padres culpógenos no educamos. Nuestros abuelos educaron sin culpa a nuestros padres porque no esperaban ser queridos. Esto no quiere decir que no les importara ser amados por sus hijos, sino que no era determinante.

Vivimos en una cultura jovencéntrica –forerver young– que reduce todo a «pobrecito, que haga lo que a mí no me dejaban hacer, lo que yo no pude».

Educación vs crianza

Crianza no es lo mismo que educación. Educación es una palabra más bella. Educar es difícil.

Educar es quizás la tarea más importante de nuestra vida: ser buenos padres, no los más populares.

Criar, se cria una mascota. Educar, se educa a una persona. La palabra crianza se ha popularizado y se la utiliza cómo equivalente a educar. En su libro, citando a Ortega y Gasset, De Barbieri plantea: «El tigre no puede destigrarse, está condenado a ser tigre. No obstante el ser humano sí se puede deshumanizar». La culpa deja al hijo criado, no educado. El padre y la madre que cumplen roles y satisfacen necesidades, pero sin transmitir entusiasmo no humanizan. Educar es educar en valores, pero no para hablar de ellos, sino para ponerlos en acción. El valor que pregonamos se ve en la acción.

Causas de la culpa

Aldo Nauri, pediatra francés autor de «Padres permisivos, hijos tiranos» afirma que nuestros hijos no tienen la edad que tienen. Tienen siete años menos. Hay un desfasaje entre la edad cronológica y la edad emocional. Los niños y adolescentes son maduros biológicamente pero inmaduros emocionalmente.

Esta es una generalización en la que cada familia verá si es así en su situación particular. Por supuesto que se hace necesario tener en cuenta las vulnerabilidades, pero sin caer en el «pobrecita, pobrecito» que proyectan nuestras propias frustraciones.

La idea de que los cinco primeros años lo marcan para siempre está hoy discutida por las neurociencias y los conocimientos sobre la plasticidad cerebral. Sí nos quedamos atrapados en esta mirada fatalista, ya no hay nada para cambiar, nada vale la pena. Nos libera de hacernos cargo y «Tomar la vida en nuestras manos» (otro título de De Barbieri).

Recobrar la sana autoridad

La depresión, el aumento de suicidios, pone en evidencia la necesidad de que los padres recobren su autoridad. No confundamos autoridad con autoritarismo, ni con violencia. La autentica autoridad es una saludable jerarquía que permite el apoyo de los niños en un adulto firme, sólido. Los niños sobreprotegidos están desprotegidos.

«No quiero que sufra lo mismo que yo». Alejandro cuenta que cuando escucha esta afirmación responde a ese progenitor: «Tu hijo no va a sufrir lo mismo que vos. Pero si no sufre no crece».

Ojalá que lo que sufriste como adolescente o cómo hijo te haya ayudado a crecer cómo persona. Cuando no es así, aparece el psicólogo para ayudarnos a sanar las heridas de nuestra infancia o adolescencia. Cuando nuestros hijos tienen miedos o tristeza porque, por ejemplo, la novia lo dejó, es porque quería a la novia, porque le importaba. Esto es un signo de madurez.

Los dos amores

El amor o función paterna representa la norma, el no. El amor o función materna representa la afectividad, el sí. Esto se utiliza simbólicamente porque cualquiera de los dos puede ejercer estas funciones, estén juntos o separados.

En general, la culpa es más frecuente en las mamás por una especial conexión durante la gestación. Los papás suelen ser menos culpógenos. Pero esto no es una verdad indiscutible, sino que cada uno tendrá que descubrir y conocer su nivel de culpa. Cuando uno de los padres sobreprotege, el otro automáticamente se pone en el otro extremo para, de alguna forma, compensar.

El problema que estamos observando con mayor frecuencia es que los dos sobreprotegen. Ese niño tiene su nido demasiado calentito y al comenzar la escuela, por ejemplo, le costará formar vínculos, prestar atención, la maestra tendrá que pedirle diez veces las cosas.

Alejandro De Barbieri

Docentes

Los docentes cumplen un doble rol. Además de su tarea, suelen hacer de padre simbólico indicando pautas de comportamiento: «no pegues al compañerito», «sentate», «limpiate la nariz»… y también de madre simbólica: «¿cómo estás?», «contame, a ver… ¿qué te pasó?».

Alejandro comenta que muchas veces los docentes se enojan cuando él les dice que deben cumplir estos roles. Pero lo que sucede es que, de hecho, lo están haciendo. Sus rostros cansados, su stress revela la preocupación por sus alumnos, por cada uno de sus gurises.

La virtualidad implica un desafío enorme que complejiza la situación, que en muchos casos hace evidente lo que ya ocurría en la presencialidad: situaciones escolares desbordantes y malestar con los colegas, llevan al aumento de pedidos de licencias, al cansancio y a la depresión. No nos olvidemos que los docentes también tienen familias.

La alianza familia y escuela recobra toda su fuerza. Necesitamos educar, dejando de lado la psicología permisiva y el miedo a traumar. Los talleres o escuelas para padres también tienen que ser parte de la propuesta educativa. Así se pueden trabajar las cuestiones de la autoridad, la culpa y la frustración como parte del aprendizaje y del crecimiento.

De ninguna manera se quiere decir «ojalá que sufra» sino enseñar a hospedar la frustración. Los padres no se pueden frustrar con la frustración del chico. Acá entramos en un círculo vicioso.

¿Cómo las mamás y los papás se frustran con la frustración del hijo? Cuando la maestra le llama la atención, antes de oír lo que la docente tiene para decirles, muchos padres y madres defienden a los chicos de la «mala» de la señorita:

– «¿Usted no sabe que me separé? ¿Usted no sabe que volví? ¿Usted no sabe que nació el hermanito?»

– «Por supuesto que todo esto lo escucho y lo tendré en cuenta, pero su hijo de ocho años le pegó a un compañerito. Él ya tiene la madurez necesaria para no pegar. También a muchos compañeritos les pasó que sus papás se separaron, la mamá tuvo cáncer, le nació un hermanito, el abuelo murió y no le pegó al compañero».

Estos son algunos efectos de la educación con culpa

– Miedo a decir que no por temor a no ser queridos por nuestros hijos.

– No permitir que se puedan apoyar en uno porque nos encontramos frágiles.

– Más cansancio de los padres: terminamos resolviendo situaciones que podían resolver nuestros hijos.

– Daño al desarrollo de la autonomía: no hacen sus cosas porque «pobrecito está cansado».

– Descuidamos nuestra salud. Por hipercuidar a mi hijo, me hiperdescuido a mí.

Permitir que nuestros hijos sufran no quiere decir maltratar, gritar, agredir, zarandear, crear pánico, no quiere decir violencia. Son mini tareas cotidianas que permiten hospedar la frustración, por ejemplo: si dijimos que a las 10 se apaga la compu, cuando llega la hora se la apaga, sin vueltas, sin culpas.

Personalizar

Generalizar nos da referencias, pero cada realidad familiar es única. Los «todos»: «todos los padres y madres», «todos los adolescentes», «todos los docentes» pueden en algunas situaciones orientarnos, pero es necesario personalizar estás ideas y pasar por el filtro de la propia experiencia.

En nuestra vida familiar importa el conjunto. Si el conjunto está bien, en casa hay una escuela de vida viva porque no les vendemos a nuestros chicos una cajita de cristal.

«Los padres pueden permitirse una que otra discusión o no estar de acuerdo en algo, eso no alterará la psiquis en formación de los niños (…) No sólo no va a alterar, sino que sumará una dosis madura de saber discutir con argumentos (…) puede ser una manera de ser aprender a ser asertivos, a manejar el enojo, la bronca o el cansancio. De hecho, este tipo de escenas familiares dan lugar también para algo muy humano y educativo que es la reconciliación, el perdón, el cambio de actitud. Si los hijos ven que los padres discuten (en un clima normal, no estamos hablando de agresiones) y que luego pueden seguir conversando, sin rencor, que se piden disculpas y siguen adelante con alegría, entonces será un ejemplo de vida que se transmite en vivo y qué el niño podrá extrapolar a sus vínculos en la escuela, en sus futuros trabajos y en su propia dinámica familiar de adulto» (de «Educar sin culpa»).

En la cuenta @familiayvinculos se puede ver y disfrutar de este encuentro completo.

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