El color es pura alquimia


Una técnica utilizada en la antigüedad y por mucho tiempo, incluso para identificar a uniformes de los ejércitos, fue el eje del taller de teñido con colorantes naturales a cargo de Francoise Gabrielle Raffi, francesa radicada en Chile donde aprendió y pulió un arte que perfecciona y comparte en distintos lugares del mundo.
TEXTO. NANCY BALZA. FOTOS. GUIILLERMO DI SALVATORE.

El encuentro con Francoise Gabrielle Raffi está previsto para el mediodía. Por eso la imagen de ollas despidiendo vapor sobre el fuego hecho en un pozo en la tierra remite de inmediato a un almuerzo. Y no es que falten alimentos: cebollas, remolachas, zanahorias y otros vegetales forman parte de la escenografía; y la mesa cubierta por un mantel a cuadros colabora para abonar la postal de una comida al aire libre. La mesa sería el lugar de encuentro para el almuerzo, pero para eso habría que esperar.

 

Sobre el fuego, en grandes ollas, negras por el tizne que produce la leña, bulle agua donde se sumergen telas de diferente composición, más el agregado de cuentas de madera, plumas o de la sustancia o el elemento que se haya elegido en esa ocasión. En el taller experimental de teñido con colorantes naturales que durante tres jornadas de noviembre se realizó en La Redonda (Salvador del Carril y Pedro Víttori, perteneciente al Tríptico de la Imaginación, ministerio de Innovación y Cultura), tuvieron lugar todas las técnicas para imprimir color a una fibra, y hubo espacio para la prueba y el error. O en todo caso para una nueva prueba.

 

“Casi todos los productos naturales son aptos para teñir”, explica Raffi sobre los saberes que intuyó en su Francia natal, desarrolló en Chile donde vive desde hace varios años y vino a compartir a esta y otras ciudades en las que desarrolla sus talleres. La cuestión está en conocer las técnicas y no anticiparse a los resultados. A modo de ejemplo, la remolacha mancha la ropa de rojo, pero tiñe una fibra de un tono amarillo, tal cual se observaba en una de las telas que aquel mediodía se secaba al sol, junto con otras que habían obtenido colores diversos luego de un proceso cien por ciento artesanal. “Aquel otro amarillo es por el jacarandá”, apunta Raffi, que prefiere utilizar cochinilla en sus trabajos.

 

“Utilizamos los elementos que tenemos a mano, el objetivo es aprender la técnica y seguir practicando”, aporta Lucrecia Pelliza, coordinadora general de La Redonda. “Francoise ya estuvo en La Esquina Encendida con una experiencia similar; en el taller analizamos cómo cambia cada uno de estos colores que se habían logrado inicialmente con modificadores como el sulfato de hierro, sulfato de cobre y fructosa. Una vez que se obtuvo un color, por ejemplo en una lana, se coloca en una olla con el modificador y se produce una reacción química que cambia todo. Parece magia. Imaginate los antiguos, sin saber por qué pasaba esto, lo que lograban”.

 

“Francoise -sigue Lucrecia- llegó varios días antes del curso, fuimos al río Salado, el famoso río que nos trajo tantas venturas y desventuras, muy simbólico para nuestra ciudad, y buscamos agua; ella quería probar a teñir una misma tela con agua de la canilla y con agua del río para ver qué resultados se obtenían. Todas las plantas que probamos son autóctonas, es lo que fuimos consiguiendo, los vecinos nos ayudaron en algunas especies, e hicimos pruebas con jacarandá, mora, timbó, mburucuyá, ceibo, sangre de drago y níspero. Un vecino nos trajo mango, hicimos pruebas con ligustro, alcaucil, limón, remolacha, manzanilla, zanahoria, yerba y té”.

NUEVAS TÉCNICAS PARA UNA PRÁCTICA ANTIGUA

 

Del patio de La Redonda y los géneros a punto de revelar su nuevo color, pasamos a otro espacio del taller, tan rico en imágenes como el anterior. Sobre una mesa enorme hay más productos para seguir experimentando, y al costado casi una despensa con yerba mate, té, sal y tantos artículos como pruebas se quieran hacer. También hay un martillo de goma para machacar hojas que se aplicarán en otras técnicas.

 

Hace más de diez años que Raffi está en esta actividad. “Vivía en La Ligua (Chile), la capital del tejido. Ahí empecé, me conseguí un libro de teñido con plantas de Dominique Cardon, un francés que trabaja en el tema. Empecé a hacer pruebas hasta que me invitaron a participar en Malasia de un congreso, fui a otro en Taiwán y ahora estoy preparándome para uno en Madagascar, en mayo de este año”.

 

– ¿De todo producto natural se puede obtener un tinte?

– De casi todo; se pueden utilizar desechos de comida, la cáscara de cebolla y de zanahorias, restos de manzana. Un montón de cosas de las que se puede obtener color. Están ahí, es cuestión de experimentar. Muchas veces van a dar un amarillo y no mucha más variedad.

 

– ¿Cuáles son los productos que dan un color más definido?

– Lo que va a dar algo distinto van a ser la cochinilla para los morados y los violetas, y el índigo que va a dar toda la gama de azules. Antiguamente no había otra técnica que ésta para teñir las telas. Hasta 1870, cuando salió la primera anilina que no era tan buena tampoco, y hasta después de 1900 todo funcionaba con plantas, Y se cultivaban plantas especialmente para teñir. ¿Se imagina todo lo que se necesitaba para hacer los uniformes para un ejército? Por ejemplo, la rubia se cultivaba especialmente para ese fin: es una planta que necesita 5 años de crecimiento y de la que se utiliza la raíz. Los uniformes del ejército de Francia estuvieron teñidos con ese material hasta 1914. Luego lo cambiaron porque se daban cuenta de que era muy vistoso en el campo de batalla. Las tintorerías y las curtiembres fueron algunas de las primeras industrias. Ocupaban mucha mano de obra, mucho material y generaban mucha contaminación también, hay que reconocerlo. Ahora intentamos tener cuidado, pero en ese entonces se ocupaban los productos que hacían efecto como el plomo y el arsénico.

 

– ¿Dónde conoció este oficio, en Francia o en Chile?

– En Chile, aprendí a tejer de niña. Cada cierto tiempo volvía al tejido aunque trabajé en otras cosas. Vivía en el norte pero se puso complicada la venta; estaba al lado de una mina que echó a perder todo y bajé a buscar lana buena a Puerto Montt. En esa época estábamos a 20 de enero y no se veía ningún turista, nos preguntábamos cuándo iban a llegar. Allá tengo toda la materia prima a mano para trabajar. En Puerto Montt tengo un amigo con un local especializado en lana local; allá hay mucha gente que anda hilando y cumple un papel muy importante. Como hay crisis, la gente que vivía de la pesca tuvo que volcarse a otra cosa. Nos traen y nos venden la lana hilada; entonces tiño y tejo, no puedo vivir del puro teñido.

 

EXPERIMENTACIÓN

Entre quienes participaron del taller, que se repitió una semana después y más tarde tuvo otra fecha en Arroyo Leyes, hubo quienes conocían las técnicas y quienes tuvieron allí su primera aproximación. “Cada una tiene un punto de vista distinto, su idea de lo que va a hacer con lo que aprende. Es importante la amplitud de mente”, evaluó Francoise. En ese punto, Lucrecia aportó que “hay mujeres que están dedicadas a una técnica que se llama ecoprint y consiste en imprimir las hojas de las plantas en el textil de manera que la forma queda registrada en la tela tal como es. Otra persona se dedica al fieltro, una forma de construir una superficie textil sin la utilización del tejido. Otra de las participantes hace jabones y le interesa la extracción de tintas naturales para aplicarlas a estos productos de tipo artesanal. Hay mujeres dedicadas a la costura, otras que hacen accesorios, una más que hace tatuajes, hay una multiplicidad de intereses; personas que tejen, otras que son docentes y se interesan por las técnicas de experimentación en talleres manuales o escuelas”.

 

Así como se hicieron ensayos con los productos, se probaron los materiales a colorear. En telas sintéticas se hicieron pruebas con té y la fibra quedó blanca; en cambio la tela de algodón tomó el color de ese producto que ya tiene tanino. “Si se usa un elemento que no tiene tanino habrá que ver cómo incorporarlo sin que se modifique el color”, aportó Lucrecia. “Alguien preguntó qué planta encontró acá que estuviera también en Chile y en otros lugares. El eucalipto y la cebolla están en todas las regiones”.
La invitación a Raffi se enmarca en el programa “Cómo se hace” que se desarrolla en La Redonda, Arte y Vida Cotidiana y consiste en responder a esta pregunta, muy frecuente entre el público, a partir del intercambio de saberes y la diversidad de intereses que propone la gente. Un objetivo que, sin dudas, se logró en este taller.

 

EN LA HISTORIA

Para Lucrecia Pelliza es claro que “la historia de la humanidad está escrita de la historia de los colores. Hay bibliografía que así lo cuenta. Hubo guerras para retener los territorios donde había tales o cuales plantas. Francoise me contaba que la historia de las cruzadas tiene que ver con eso, con la piedra alumbre; en la India se dejaron de lado las cosechas de productos alimenticios para reemplazarlo por las plantaciones de índigo que fue una imposición británica. Hay una historia de las civilizaciones contada a través de esto y es muy interesante de descubrir”.

 

PERFIL

Francoise Gabrielle Raffi es una artista e investigadora que nació en Francia en 1961, y desde 1996 reside en Angelmó, Puerto Montt (Chile). Su llegada al país trasandino estuvo motivada por el interés en la cultura indígena y la artesanía. Allí estudió varias técnicas locales, incluyendo hilado y tejido de lana según los métodos utilizados por los kollas en el área de Copiapó. Le fascinan las tinturas vegetales, inspiradas en particular en el libro de Dominique Cardon “El mundo de los tintes naturales”, e inició así una investigación personal en este campo, realizando una importante recolección de viejas recetas de tintura de los pueblos aymará, quechua y mapuche, incluyendo experimentos con plantas de la Cordillera.

 
Para seguir leyendo, algunos autores de referencia: Dominique Cardon, Michel García, y las argentinas Luciana Marrone y Celestina Stramigioli.

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