El folklore como lengua materna


Luciana Bianchotti cumplió hace pocos días un sueño largamente acunado: pisar el escenario Atahualpa Yupanqui. Participó en el certamen Pre-Cosquín y aunque no pasó de ronda, sabe que quiere volver. Nosotros conversamos con ella sobre su amor por el canto y un poco de su historia.

TEXTOS. Romina Santopietro. Fotos: Manuel Fabatía.

Luciana Bianchotti canta desde muy chica. En su San Vicente natal comenzó en un coro y en ese momento nació un amor que la acompaña en su vida. Hay gente que tiene el don de emocionar con su canto, porque lo siente profundamente. Y eso se transmite al público.

Los dos géneros musicales que Luciana prefiere son en primer lugar, el folklore. Ese sentir arraigado en lo profundo del corazón, que se enreda en su historia y sus recuerdos, hacen que la música popular se haya convertido en su principal gusto. Y luego llegó la bossa, para no irse nunca más y entrelazarse con su alma.

Hace unos años comenzó a recorrer escenarios y en 2022 se animó a participar por primera vez en los Pre-Cosquín. De esta experiencia, de su historia y de su amor por la música nos cuenta en esta nota.

-Comencemos por el principio. Cantás desde muy chica ¿Cómo empieza este camino en la música? ¿Hay algún familiar que le gustara cantar, fue tu propia iniciativa?

-El camino comienza desde que me ponen el nombre. Porque mi nombre viene de una cantante mendocina, que tiene otro nombre, pero su seudónimo era Luciana y mi viejo y mi tío en el camión -porque mi papá era camionero- escuchaban a Luciana. Ella cantaba temas melódicos y folklore. Resulta que no era el nombre que me iban a poner, pero mi padre cuando nací fue y me anotó como Luciana, porque cantaba lindo. -risas-. Fue poner la marca en el orillo. Y ahí empezó mi carrera musical. Y mi mamá se enteró después, porque estaba parturienta, pobre mujer. Así que se enteró más tarde que tenía una hija Luciana. -más risas-. No hay otros músicos en la familia, que yo sepa. Hay metalúrgicos, camioneros, transportistas, pero nadie que se dedicó a la música. Y además, con la mentalidad de que si hacías música, tenías que hacer algo más, porque de algo tenías que vivir.

Alguna magia se activó en ese nombre, porque Luciana terminó cantando.

Presentación del Festival de El Pescador, de Sauce Viejo

-Entonces ¿cómo llega la música a tu vida?

-De chica, me cuentan que me pedían que cante Raffaela Carrá, las canciones que se escuchaban. Sinceramente, no me acuerdo de eso. Me gustaba jugar con eso de ser el centro. Después, cuando crecés, te da mucha vergüenza, pero tu familia sigue pidiendo que hagas eso. A los seis años empecé piano y coro a los once años. Estudié hasta los 15 años, pero evidentemente, pianista no iba a ser, por muchas razones que no vienen al caso. Pero sin dudas esto me educó el oído. Si bien me encanta el instrumento, el piano, no tenía la pasión con que lo tenés que hacer. Es muy importante educar el oído, la teoría musical, esto es una base, porque no es solamente el arte de combinar los sonidos, hay métrica y ritmo y mucho más. Te das cuenta que cuanto más estudiás, más grande es el campo de estudio y perfeccionamiento. Entrás a jugar en ligas que terminás diciendo wooow, porque escuchás a gente de la que uno está muy lejos. Nunca termina esto. Siempre se puede aprender más. Seguir buscando, asimilando todo lo que puedas.

-¿Cuando empezaste en el coro sentiste que ese era tu lugar?

-Lo disfrutaba muchísimo. Mirá lo que te voy a decir, no me pesaba no ir a un cumple de 15 porque tenía ensayo o una presentación donde tenía que ir a cantar con el coro. Y si tenía algún solo, sentía que no podía faltar. Tenía que estar ahí. Entiendo ahora que sí, que era mi lugar. Yo era feliz cantando. Todavía lo soy.

-¿Quiénes fueron tus influencias? ¿A quién admirabas?

-Cuando empecé a tocar el piano, Mozart, los grandes nombres de la música. Más tarde, bajé un poquito a la realidad -risas-. Pero mi realidad, a quien yo admiraba, y lo nombro y me emociono, Juan Carlos Frutos era el director del coro, él nos iba a buscar a cada uno casa por casa. En el ensayo nos sentábamos en las tarimas y Juan Carlos hacía la presentación del tema que íbamos a cantar. Todo folklore latinoamericano. Desde contarnos cómo había sido compuesta esa canción, el autor de la música, el contexto, todo. Yo me enamoraba de la canción. Ahora la quiero cantar, quiero expresar todo eso que me contaron en mi versión. Eso era invaluable. Porque empezaba con quién escribió la letra, el que le puso la música, el sentimiento que quiso transmitir y ahí estábamos nosotros en el medio. Y uno le da otra impronta, pero sabiendo de dónde viene la canción. Te la apropiás. Él es un músico autodidacta.

«En esos momentos no existía la posibilidad de grabar con el celu las diferentes cuerdas para probar los arreglos musicales para el coro. Así que él nos llamaba, Íbamos a la casa, donde estaba su señora, la hija y un perrito blanco, nos enseñaba las cuerdas y de esa manera probábamos los arreglos. Y eso era también invaluable, porque era completamente autodidacta. ¡Imaginate hacer un arreglo coral!», cuenta, inmersa en la alegría del recuerdo.

Del coro de niños pasó al de adultos, y siguió en contacto incluso cuando se mudó a Santa Fe. Aquí siguió con sus estudios corales. También se encargó de seguir con la técnica vocal del coro, porque la maestra de canto, Elba Cáceres, se había retirado. «Yo de corajuda dije que me animaba a hacer eso. Había empezado a estudiar el profesorado de música. Pedí algunas herramientas a un para poder continuar con eso en el coro. No había más opción, así que insistí. Mi profe Marisa Anselmo, no sólo me brindó toda su enseñanza sino que también me abrió las puertas de su casa. Todo fue encontrando el camino».

PARTICIPACIÓN EN EL PRE COSQUÍN

-¿Cómo fue este proceso de animarte al Pre Cosquín?

-Un día escuché en la radio Eme, en el programa de Brian Aprile, a Leo Conti, mi guitarrista. Cuando escucho la guitarra de Leo Conti, me encantó. No sé por qué razón pasaron su número de teléfono. Lo anoté automáticamente. Le escribí y le mandé una grabación preguntándole si me podía acompañar, pensando que no iba a aceptar. A los 15 días estábamos ensayando. Yo le había propuesto algunos temas. En ese momento Leo me propone ir a los Pre Cosquín. Fuimos al primero, en 2021, de Paso del Salado y quedamos segundos. No nos animamos en ese momento a ir a otro, pero para mí ya era todo un logro. En 2022, otra vez quedamos segundos en Paso del Salado. Leo me dijo ‘nos podemos presentar a otros’. Ahí nos fuimos a Rafaela y ahí obtuvimos el pase para Cosquín. En ese tramo desde el primer certamen al segundo tuve una profe nueva de canto, propuestas para grabar un tema inédito… Se empezaron a abrir puertas y a ampliarse este camino.

-Cosquín es la Meca del folklore. ¿Qué sentiste al momento de pisar ese escenario?

-Para mí si, es la Meca. En el momento de entrar a los camarines estás tratando de que no te tiemblen las piernas, escucharte tu voz, porque no te puede temblar la voz. El escenario gira. Arman todo de un lado y del otro. Cuando gira para nuestra presentación, yo me decía ‘tranquila. Lo único que me puede pasar es que se me haga una laguna con la letra’. Y… ¡le cambié tres palabritas! -risas-. Venía re bien. Pero ya aprendí y para la próxima no va a pasar. -más risas-. Fue producto de los nervios. Ahora, pienso y digo ¿yo estuve ahí? Uno se pone metas, pero siempre me pasa que termina siendo más grande de lo que me imagino. Y ahora también me planteo tener un proyecto propio, generar una carrera desde otro lugar. Con mi banda Cable a Tierra, donde hacemos bossa y jazz seguimos trabajando. El abanico se abre y se nutre del amor con que uno aborda las culturas musicales que interpreta, como en el caso de la bossa y la música brasileña. Pero he nacido en el folklore. Ahí me siento en casa. Esa es mi lengua materna.

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