Desde el antiguo Egipto a la colonia de Avellaneda, este juego reúne alrededor de la mesa risas, tragos, diversión, amistad e integración generacional.
Textos. Leonardo Fain. Fotos. Leonardo Fain y Fabricio Martinelli.
Sobre una vieja mesa de madera, inestable y áspera, cae el golpe seco de una mano magullada, sucia de tierra y de tiza. Tres dedos desplegados le dieron la victoria al jugador, que acompaña el movimiento con un alarido: «¡sieteee!». Es la típica mesa de «Mora», ese juego milenario que trajeron los gringos. Si de rastrear sus orígenes se trata, dicen que en el antiguo Egipto se encuentran los primeros testimonios.
Antes y ahora
Increíblemente, hay testimonios de este juego en el antiguo Egipto. Y desde ahí para acá, Grecia, Roma y las sociedades modernas del Mediterráneo dan cuenta de su práctica. Al parecer, los legionarios romanos conocían y jugaban a la Mora, posiblemente ellos la hayan diseminado en cuanto terruño conquistaron. En comunidades españolas e italianas se practica con mucha fuerza y pasión. Debido a todos estos antecedentes, no es de extrañar que haya llegado a estas tierras, cuyos pobladores vinieron de tantas latitudes diferentes.
Pero uno de los más impactantes testimonios proviene de Cicerón, el gran político, filósofo, jurista, escritor y orador romano. En un escrito suyo, dice «dignus est qui cum in tenebris mices», o sea «es persona digna aquella con quien puedes jugar a la morra en la oscuridad». Hay que aclarar que en algún momento o en algún lugar, el juego cambió su nombre. Lo que llamamos Mora en Argentina, es conocido como «Morra» en Europa. De lo que no hay dudas, es que Cicerón le atribuía una gran importancia al juego
Por su parte, un clásico de la literatura que luego fue trasladado al cine también hace referencia a la Mora: «aquellas gentes, con su olor a habas tostadas y que, además, estaban siempre roncas y sudorosas de jugar a la morra en las esquinas de las calles». Se trata de «Quó Vadis», la novela publicada entre 1895 y 1896, y como filme en 1951.
En la zona de Avellaneda, las personas con las que hablamos tienen claro que sus ancestros llegados del Friuli, Trento o del Véneto les legaron este maravilloso juego que siempre trasciende a la partida misma. Porque alrededor de la mesa siempre hay risas, tragos, diversión, amistad, integración generacional.
En el norte santafesino se organizan torneos de Mora en los que participan clubes zonales. Y en España, Celia Morón es presidente de la Asociación Amigos de la Morra y destaca, para El Periódico de Aragón, que lo que más le gusta es «la unión, la amistad que haces con otros pueblos». Parece ser que acercar a la gente es una de las principales bondades del juego, y que entre la península ibérica y la colonia de Avellaneda, no hay grandes diferencias.

El juego
El juego parece ser simple, pero no carente de pasión y euforia en la partida. Tan vibrante es, que en tiempos del fascismo, en Italia fue prohibido para evitar riñas, indica la página Cuaderno de Cultura Científica. Velocidad mental y memoria parecen ser las condiciones que el jugador debe reunir para tener éxito.
Alejandro, por su parte, nos cuenta que se trata de un juego de coincidencias y que es importante la velocidad. «Tener la lectura de cómo juega el adversario es muy importante. Hay jugadores que conocen rápido la mente del otro, y son los que se llevan el triunfo». Y además agrega «Es el ‘piedra papel o tijera’ que se juega habitualmente, pero con un poco más de picardía. Y Amado, el bolichero, en pocas palabras sentencia que si no se cuenta con una buena memoria, no hay muchas posibilidades en la Mora.
Como dijimos, en la zona de Avellaneda la Mora es puramente heredada de los italianos, más allá de su origen anterior. Y la mejor prueba de ello, es que todavía algunos cantos se hacen en distintas lenguas. Español la mayoría, pero también italiano y friulano. Es así que entre un ¡Seis! ¡Siete! o un ¡Nueve!, se puede escuchar también «nuv», «sîs», «sette» o «vót». Respectivamente son «nueve» «seis» «siete» «ocho». Realmente es pintoresco escuchar semejante mixtura idiomática sobre la mesa.
Al jugar en parejas, el ganador de cada partida sigue jugando y los rivales se van rotando. Cuando el que viene invicto pierde una partida, le deja el lugar a su compañero.
A los gritos de los jugadores y las risas del entorno siempre se superponen otras expresiones, que son propias tanto del ambiente de bolicho y de los juegos, como del decir argentino. Son insultos que tienen al oponente como destinatario, pero que en el fondo entrañan un halago a la buena jugada que le dio el triunfo. Dicho de otro modo, es el reconocimiento sincero a la habilidad y rapidez mental, pero expresado en palabras irreproducibles que evocan el natalicio y la progenitora del contrincante. Para completar la orquesta morera, golpes secos de nudillos o de palmas –depende de la jugada- contra la mesa.
Una noche de Mora
Es de noche y salimos para el bolicho de Spessot, sede del Club Velez Norte en el pasado. Tengo en la mochila micrófonos y cables, trípode y celular. Pero lo que más abulta, aunque sin ocupar lugar, es la expectativa. Es la primera vez que voy a pisar el lugar, pero conozco el ambiente de esos bolichos rurales: el mobiliario añejo, el olor a cenicero, las botellas de vidrio verde o marrón, las mesas con anillos de agua que los vasos fueron dejando, los focos circundados por un enjambre de bichos que dan vueltas interminablemente a su alrededor, los estantes altos y llenos de envases distintos.
Cuando bajamos, era exactamente así, y también había un fuego cerca de la puerta. Lo único que no imaginaba y encontré, era la mesa de loba que jugaban unas mujeres.
Desde la ruta ya se divisaba la luz y los asistentes alrededor de una mesa. La cancha de fútbol todavía está en el fondo del sitio, pero es el mostrador el que da signos de mayor concurrencia. Los feligreses tienen esa expresión cómoda de estar en su casa, y se dan vuelta a mirar cuando un saludo viene de una voz nueva. Cuando el dueño sale a saludar, mi acompañante se cerciora de que está todo listo: en un contacto previo se pactó para que haya unas partidas de mora y podamos recoger imágenes y testimonios. Pero en toda la noche no llegué a escuchar que alguien diga «vamos a jugar a la Mora», la forma de decirlo es «vamos a pegar unos golpes». Y no tardan en agolparse alrededor de una mesa petisa para dar esos golpes o para ser testigos, una vez más, de una de las contiendas más añosas que el ser humano haya visto.
A lo largo de la noche pudimos charlar con varias personas, hombres y mujeres. Fabricio, quien se encargó de organizar la noche, me fue presentando a algunos de los asistentes. El murmullo se mezclaba continuamente con el ruido de los camiones que pasaban por la ruta. Cuando se trenzaron cuatro varones en el primer partido de Mora, me dispuse a filmar y sacar fotos desde todos los ángulos posibles, la velada había comenzado.

La Comisión de Clubes Rurales y el presente de la Mora
Como su nombre lo indica, se trata de una comisión que une instituciones deportivas del medio rural avellanedense. Se la creó con la intención de coordinar las fiestas locales que organiza cada club, para prestarse colaboración entre ellos, organizar un cronograma de eventos sin que haya superposición de fechas y hasta compartir servicios e infraestructura. Es así como los cocineros de un club suelen hacer el asado en la fiesta de otro, por ejemplo. Esta es otra costumbre relacionada a la solidaridad y la fraternidad entre los pueblos y parajes en la colonia.
Y en este marco comienza el rescate de la Mora. Cuando la comisión vio que el juego se mantenía vivo en el bolicho de Spessot, decidió usar sus dones integradores para hacer parte a las instituciones con las que tenía contacto. Gracias a eso se juntan alrededor de 40 parejas en fechas mensuales de un torneo en el que participan hasta 11 clubes. Gustavo, presidente de la comisión manifiesta que el hecho de que la tradición morera poco a poco se estaba perdiendo, los motivó a darle un nuevo impulso.
Queda claro que el aporte de la Comisión fue fundamental para revivir el mundo de las comunidades y clubes de campo y de ciudad, como importantes espacios de socialización. En este punto la Mora junto a otros juegos y deportes, se vuelve un instrumento de revaloración cultural y comunitaria.

¿Realmente la Mora integra a las generaciones?
Esta es la historia de la familia Vallejos. Tres generaciones -por ahora- unidas en torno del juego. Representantes de un club local y herederos de una tradición que viene de larga data en la familia. En este caso es el abuelo quien le enseñó a sus hijos y luego a sus nietos. ¿Exististe mayo evidencia de que la Mora integra a la sociedad, no solo geográficamente como ocurre con los clubes, sino también a nivel intergeneracional?
La palabra es de Amílcar, una de las tantas víctimas del encanto de los gritos y de los golpes durante la sobremesa. «Nos encontramos con chicos de 18 o 20 años y otros de 60, jugando y enseñándose entre ellos, sonriendo un rato. Creo que eso es lo más importante», dijo.
Los más chiquitos no querían dejar de ser parte de la noche. En este reportaje hemos hablado del pasado y de la historia, del presente, de los jugadores y de las instituciones con su función social de integración. Ha llegado la hora de mostrar un poquito del futuro. Con poco conocimiento todavía de la dinámica del juego, pero con la sangre y el espíritu morero, estos niños también ofrecieron su espectáculo. No hay duda de que los cantos y gestos, ya estuvieron siendo incorporados.
No cabe duda de que alrededor de la Mora se conforma todo un mundillo. Con sus códigos y costumbres, con sus vocablos y sus lugares de reuniones. Las mesas, los mostradores, los patios. Esa camaradería que manifiesta la familia Vallejos, esa integración institucional que logró la Comisión de Clubes Rurales. La picardía y memoria que señaló Amado y el traspaso generacional que ya están recibiendo los más nuevitos. Para uno que es ajeno, se vé como algo exótico. Y para los que lo frecuentan por dentro, se vive como una fiesta. No faltaron carcajadas en la velada, rostros de felicidad, bromas, celebración del encuentro por el encuentro mismo. Es ahí cuando la Mora con toda su magia y toda su historia, se vuelve secundaria. Se convierte en una simple excusa, en el motivo de convocatoria. Y así es como debe ser.
* El autor es estudiante de la Tecnicatura Superior en Periodismo del Instituto Superior Particular Incorporado N° 9191 de Servicio Social «Juan XXIII» de la ciudad de Reconquista.