Ariel Pividori equilibra sus funciones en las áreas de Comunicación y Cultura de la Defensoría del Pueblo y sus múltiples actividades con el mundo que bulle continuamente en su cabeza. Ese mundo imaginario desbordó y se cristalizó en su primera novela: “La Aldea de los Aladinos”.
Textos: Romina Santopietro. Fotos: Pablo Aguirre.
Ariel Pividori nació un 2 de agosto de 1980 en Avellaneda y actualmente reside en la ciudad de Santa Fe. Es licenciado en Comunicación Social y trabaja en áreas de comunicación estatales desde hace varios años. También ha escrito artículos para algunos periódicos locales y fue profesor de tenis, entre otras cosas.
Al recibirse volvió a su Avellaneda natal para dar inicio a su carrera, que desarrolló siempre en el ámbito de la función pública.
Vinculado con las áreas de comunicación y prensa, el perfil de trabajo no dejaba mucho espacio a la creación e imaginación. Pero un mundo interior inquieto, miles de pensamientos que se hilaban en historias y un amor profundo por las letras eran la combustión del motor creativo de Ariel.
“En cada lugar en que he estado, ha sido un desafío para dar lo mejor, de manera permanente. Mi trabajo es muy estimulante”, y aclara que las competencias de la oficina de la Defensoría del Pueblo tiene rango provincial.
El gen de escritor
Ariel escribe desde muy chico. “Hay un momento fundante donde se activó mi gen de escritor: cuando tenía 8 años y había terminado de leer Robinson Crusoe, de Daniel Dafoe, mi primer libro de aventuras. Y pensé que yo también podía escribir, contar una historia así. A partir de ese momento comencé a escribir cuentos. Claro que nunca se publicaron”, recuerda y se ríe.
Se convirtió en un ávido lector de novelas de aventuras y fantasía. “Mi mamá me llevaba a visitar a mi tía que trabajaba en la biblioteca popular de Avellaneda. Yo me perdía ahí, fascinado entre los libros. Estoy seguro que fue en esos momentos donde nacieron mis ganas de escribir. Vagaba libremente en la biblioteca. Había tres grandes mesas donde estaban los libros que más me gustaban: los de la colección Robin Hood. ‘Los tigres de la Malasia’, ‘Sandokán’, ‘Hombrecitos’, en fin, toda la colección… Elegía los libros más grandes porque me gustaba la experiencia de inmersión que me provocaba perderme en esas historias. Los libros ‘grandes’ me producen eso: poder meterme en la historia y recorrerla de muchas maneras, te lleva por muchos lugares. Eso me encantaba y es lo que sigo disfrutando al leer como adulto”, rememora y una gran sonrisa se activa con el recuerdo.
La Aldea de los Aladinos
“La Aldea de los Aladinos. El asalto de los gorgos” es su primera novela, y la que da inicio a una saga que contendrá varias entregas.
“¿Qué pasaría si miles de personas tuvieran sus propias lámparas maravillosas y alfombras voladoras, con posibilidades de desear absolutamente cualquier cosa?”, es la pregunta que da origen a esta historia que narra las aventuras de un chico de 12 años, oriundo de la villa 31, en un mundo donde pedir deseos y que se cumplan es la norma y no la excepción.
En formato ebook, “La Aldea de los Aladinos. El asalto de los gorgos” es la novela debut de Pividori, y cuenta la aventuras de Milton Marti, un chico muy humilde de la villa 31 de Buenos Aires que encuentra una lámpara maravillosa, con todo y genio adentro, en medio de un basural.
Con ese extraño descubrimiento y el pedido del primer deseo al genio que la habita, se activa una serie de acontecimientos peligrosos que llevarán al joven protagonista y a su amigo a la famosa Aldea de los Aladinos: una sociedad única donde todos tienen sus propias lámparas maravillosas, alfombras voladoras y flautas encantadas.
“La historia de Aladino, el de ‘Las mil y una noches’ y que todos conocemos, es el relato de una sola persona, de una sola lámpara maravillosa y con un solo genio que cumple deseos. En el caso de ‘La Aldea de los Aladinos’ la pregunta que la motivó fue: ¿qué pasaría si cientos o miles de personas tuvieran sus propias lámparas y alfombras, con posibilidades de desear absolutamente cualquier cosa? Sin dudas que sería un problema. De ahí nace todo”, expresa.
“Nunca sé cómo puntualmente surgen las historias que estoy escribiendo”, confiesa. “Aparecen. Simplemente aparecen. Debe haber algo que las activa, que las dispara, pero no lo identifico. En los Aladinos, fue como en dos partes: se me ocurrieron los nombres de los personajes, y 15 días después, puse el agua para el mate y me fui a duchar. Y evidentemente fue una ducha larga, porque cuando volví a la cocina el agua había hervido y había mucho vapor. Y así se me ocurrió lo de la lámpara y el vapor de genio saliendo de la lámpara”, cuenta. “Así se generó ese universo, que espero continuar con otros libros más. Cuando aparecen los personajes, se me presentó como una historia en entregas. Aparecieron también la idea de los mandamientos, que son la serie de reglas que dan sentido a este mundo en donde además de las lámparas tienen flautas mágicas, y donde todo el mundo puede hacer lo que quiera, pero siguiendo ciertas reglas”, explica con entusiasmo.
¿Por qué el escenario de esta novela es la villa 31? “Fue una elección por cómo es la disposición de la villa 31 en cuanto a sus casas, a sus edificios… por esa fisonomía en particular me pareció un buen escenario para ubicar la novela”.
Ariel visitó en dos ocasiones la villa 31, por razones laborales, en funciones anteriores. Y ese espacio emblemático entre las villas bonaerenses se le quedó en la retina. Si bien la villa real obró como fuente de inspiración para situar la historia, Pividori aclara que hay algunas licencias literarias en cuanto a la cartografía del terreno.
Influencias fantásticas
Su novela comienza en un duro entorno real, despojado, con carencias y dolor. La realidad no sólo se palpa, golpea al lector. La magia y la fantasía comienzan a colarse imperceptiblemente, como una leve brisa por una ventana entornada. La fantasía cobra fuerza en la pluma de Ariel, hasta dominar la historia.
Como influencias del género, Pividori reseña dos grupos que marcan su estilo: “En el primer campo coloco a Daniel Dafoe, como Emilio Salgari influyeron muchísimo para que me enamore del género. Y después, hasta hoy, porque yo consumo literatura fantástica, puedo mencionar a Patrick Rothfuss, con ‘El nombre del viento’ y ‘El temor de un hombre sabio’, a Brandon Sanderson con ‘Nacidos en la bruma’, con una historia que se plantea desde un universo diferente de Tolkien. Con Tolkien se emprende un viaje, se viven aventuras y los personajes luchan con el mal. Sanderson plantea otro tipo de literatura. Pero JRR Tolkien, con la creación de ese universo maravilloso es también un referente indiscutido del género. En el campo de la literatura fantástica, al menos, lo que yo rescato, es que todos tienen algo original, que te atrapa, que roba tu atención”, enumera.
“Así como yo no elegí escribir para un público juvenil, creo que estos autores simplemente tomaron una historia y la contaron. Cuando yo leí estos libros fue porque me gustaron y había algo que me atrapaba. Sigo leyendo estos libros es porque me siguen atrapando. Y escribo sobre ellos porque hay algo que conecta conmigo, con mi historia personal y mis gustos”.
Equilibrar obligaciones y tiempo creativo
Orquestar todas sus actividades no es fácil, el tiempo nunca sobra y para rendir en todos los ámbitos, Ariel estableció una rutina.
“Trato de mantener una rutina. Así como ir al gimnasio es la rutina para el cuerpo, que trato de seguirla, en el mismo nivel ubico darme tiempo para escribir todos los días. Ese tiempo trato de que no sea menor a una hora, y raramente llevo a más de dos horas. Trato de ser rutinario con mi actividad física y con mi actividad de producción literaria. Ese es el método que encontré para llevar una vida organizada, compatible con lo laboral, lo social y la familia. Creo que la palabra clave es organización”.
Impronta
Ariel tiene una forma muy visual de escribir. Al respecto, explica: “la manera de escribir ‘visualmente’ ayuda a contar la historia. Pasa más por ser visto que por el mundo interior del protagonista, por los hechos que se cuentan”.
Se asume maniático total con la corrección de sus textos. Cuida mucho la forma y estructura de sus escritos. “Hay que ser cuidadoso con lo que uno escribe y pasarlo por filtros internos antes de publicar las cosas. De lo contrario se atenta contra la construcción correcta de ciertos textos. Mientras más correcciones tenga un texto, mucho mejor será el resultado final. Yo reviso 200 veces mis textos. Reconozco que soy un obsesivo”, asegura entre risas. “Cuando uno puede tomar una crítica constructiva sobre lo que escribe, crecés muchísimo. Y recién suelto el texto cuando siento que ya no le puedo tocar más una coma, que si lo modifico más, lo arruino”.
Autodefinido
“El momento de escribir, o de leer es un momento de placer. Y otro momento placentero es cuando lográs desarrollar una idea que traías en la cabeza. Siento un destello de placer al poder dar cauce a una trama, a un personaje, cuando resolviste esa idea que anotaste en el teléfono o en un anotador… Me gusta cuidar la musicalidad de las palabras que invento -ya que escribo fantasía, invento muchas palabras- quiero que suenen bien. El tenis y la literatura son los dos pilares que me definen como persona. Muchas de las ideas surgen cuando practico actividad física, cuando corro, en el gimnasio o jugando al tenis. Me surgen todo el tiempo muchas ideas. Disfruto de jugar con esas ideas, de cambiarlas, de dejar volar la imaginación. Ese es el placer que me motiva a escribir, ya que es mi canal para expresar mi creatividad. Interiormente nunca estoy aburrido. Soy un torbellino de ideas que se van conectando. Y es lo que me mantiene con vida”, concluye.
Cómo conseguir la novela
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