El pulso de la vida


Baterista desde los 4 años, Eduardo Goyri nos cuenta cómo fue forjando su camino en la música: a redoble limpio, por supuesto.

Textos. Romina Santopietro. Fotos. Gentileza.

Eduardo Goyri nació el 25 de mayo de 1970 en la ciudad de Santa Fe. A pesar de la fama de su madre, siempre tuvo la propia, y desde muy chico dejó de ser solamente “el hijo de Marta” para hacerse con su propia estrella.

Sus perfiles lo declaran baterista profesional. Y él se define como baterista de toda la vida. Pero toda la vida de verdad.

Con la música arrancó a los 4 años. “En aquella época el café Dolca venía en tarro de lata, era lo que se consumía en mi casa. Entonces ponía una lata con tapa boca abajo, a otra lata le sacaba la tapa y la ponía sobre un almohadón. Adelante tenía un caballito vaivén y mi mamá me había traído de La Rioja una caja chayera. Ese era el tambor y las latas eran los toner”, cuenta divertido al recordar cómo fue que armó su primera batería.

Más tarde llegaría, como regalo de Navidad de sus padres, una batería de juguete. Y desde ahí, nunca más paró.

“Mi papá siempre fue un aficionado al canto. La única ‘profesional’ de la familia en la música era mi abuela, que era profesora de música. Con esa batería de juguete, que tenía un bombito bastante aceptable -todo los demás era de juguete, justamente- la acompañaba a mi abuela al piano. Ella abría la puerta de su casa -vivía frente a la plaza Constituyentes- y pasaban los vecinos y se quedaban escuchándonos tocar. Todo por las babas de la abuela”, relata con una sonrisa.

Esta abuela fue la que sugirió que lo inscriban en la Orquesta de Niños, en el año 77, Eduardo tenía 7 años.

Declara nunca haber tenido vergüenza… “Para tocar en público”, aclara y las carcajadas pueblan el ambiente.

Inicio del camino a los golpes… ¡de batería!

“Así fue. Una tarde, cargamos la batería en el auto y allá fuimos. Me recibió Roberto Benítez, que era el director y creador de la orquesta y a su vez, era percusionista de la Sinfónica. Mi mamá le contó que yo la acompañaba a mi abuela y que me gustaba la música desde muy chico. Entonces él se puso al piano, armamos una batería con ese bombito, el tambor de la Sinfónica y un plato y yo lo empecé a acompañar”.

Benítez comenzó a formar el talento natural de Eduardo, ya que hasta ahí, todo lo que tocaba era “de oído”, su pulso interno.

Al ser una orquesta sinfónica, tenía un repertorio que no contemplaba la batería. “Entonces decidieron incorporar al repertorio algo de música popular para que yo pudiera tocar. Ahí empecé con tangos y folclore”.

Con el correr del tiempo comenzó a tocar percusión de orquesta sinfónica: timbal, tambor, triángulo, hasta pandereta. “En la orquesta vos aprendés a tocar y toda la teoría. Yo era bastante vagoneta -risas-: leía la partitura algunas veces, y como el tema era siempre igual, ya después no leía más nada porque ya sabía dónde había que cortar, dónde había que entrar… eso lo hice toda la vida… y lo sigo haciendo”, confiesa entre más risas.

Con la Orquesta de Niños viajó muchísimo, por toda la provincia y parte del país. Esto era así prácticamente todos los fines de semana.

“Para mí era lindísimo: dos colectivos llenos de pibes, ir, tocar, comer todos juntos… Normalmente era como los viajes escolares, donde iban los padres que podían viajar con el contingente. Fueron muchísimos años de un aprendizaje enorme y un disfrute más grande todavía. Mis padres se turnaban para acompañarme. Cuando tocamos en Cosquín, fueron los dos. Yo de chico no dimensionaba en realidad las cosas que vivía”, cuenta y la mirada se le pierde en los recuerdos.

Más tarde, se formó la Orquesta Sinfónica Juvenil. “En un momento, yo tocaba en ambas formaciones, en el año 1987, por ahí.

En el ‘88, yo tocaba sólo en la juvenil, que tenía un repertorio más amplio, con temas de películas, por ejemplo. Pero en ese año, hace un corte total, y la batería no tenía más espacio. Por lo tanto, ya con 18 años, me animé a probar otra cosa, ya que me venían buscando de otros ámbitos. Hasta ese momento yo no había tocado en una banda, aunque a los 16, más o menos había empezado a tocar en la confitería Lucas, con Carlitos García, con Quintaesencia, con el Muñeco Suñer… En Santa Fe, Esperanza… tocábamos los domingos en La Fábrica, la Vieja Sodería. También con René Aráoz. Con René cobré por primera vez como músico”, rememora.

Ya fuera de la Sinfónica, Goyri se une al grupo Identidad, para tocar folclore de proyección. “Tengo los mejores recuerdos de esos momentos. A partir de ahí entré en un circuito donde te invitan a tocar, te preguntan qué estás haciendo, te dice que les falta uno… y me fui sumando a diferentes proyectos”.

El batero generalmente pertenece a varias agrupaciones en simultáneo. “Aunque hoy en día creo que es una situación de todos los músicos, sobre todo en una ciudad como esta donde el circuito es tan chiquito. Si no tocás en varios grupos, sólo tocás una vez por año”, asegura.


Se hace historia al batear

En el año ‘88 se une a La Naranja. “Yo salía con una chica que era coreuta de La Naranja, y muchas veces iba unos 20 minutos antes a buscarla a los ensayos, y me quedaba a escuchar los temas. Era otro momento y otro contexto, había peñas y música en vivo por todos lados. Un día, me dicen que se va el batero, y yo me dije ‘vamos a probar’”. Hubo unas idas y vueltas, pero forma en este grupo desde hace 20 años, hasta hoy.

En el año ‘90, a través de amigos en común se vincula con Fede Teiler y surge La Olegario Blues Band, todo esto en paralelo con La Naranja.

Más historia: “Socios y no Socios, Quinteto vocal, más Cuarteto de Instrumentos, que somos grandes amigos y los quiero mucho. Con Juanjo García Puente sigo tocando en La Naranja… que es el grupo escuela de Santa Fe. Han pasado más de 80 músicos por La Naranja. También con Juanjo tocamos en Plus + Uan. Sigo recordando… año 2000 arranco con Luciérnaga Furiosa, donde hacíamos jazz y rock. Hoy Fede Teiler me sigue convocando para tocar acá, hace tres años fuimos de gira a México y Estados Unidos y este año volvimos a ir a Estados Unidos. Otro grupo fue Supernatural… Y ahora me incorporé a Núcleo trío”, enumera.

“Nunca me aburro. Por suerte. Tengo claro que sin la música no podría vivir. Para mí es fundamental. Por eso, cuando me preguntan ‘de qué vivís’, digo que tengo otro laburo pero vivo por la música. La agencia de publicidad me alimenta el bolsillo, pero la música me alimenta el alma”, declara pensativo.

Asegura que no puede escuchar música mientras trabaja, porque se pierde en la melodía y se distrae. “Parezco hombre, no puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo”, dice y se ríe. “En el auto escucho radio. Por distintas razones: por trabajo, para ir chequeando que salgan las pautas de los clientes. Para estar informado. También escucho para estar al tanto de lo que pasa en deporte, porque me gusta mucho. Y claro, también por la música. Como no soy músico de un estilo en particular, escucho de todo, porque toco muchos géneros”.


Destino final: la música

Eduardo afirma que la música lo define. Y por eso se plantea que, junto con los afectos, sea ese el eje de su vida.

“En estos próximos años que vienen -ya tengo 48- me estoy replanteando los años que me quedan. Quiero conseguir que la música abarque un poco más de lo que ya lleva en mi vida. Para que el camino final sea más dulce. Con lo que realmente me gusta. Es el proyecto, claro. Pero mi idea es enfocarme en lograr eso”.


Trabajar en familia

La pregunta inevitable es ¿cómo es trabajar con tu mamá?

“Trabajar con mi mamá no es fácil, pero a la vez sí lo es. Se puede decir que yo nací en los medios. Ella me cuenta que cuando nací, trabajaba en LT 9, que todavía no tenía la FM pero ya contaba con el estudio. Entonces mi mamá me llevaba a la radio y me dejaba en el bebesit sobre la mesa de ese estudio. Cuando veía que yo me empezaba a poner inquieto, me iba a ver. Para mí estar en un estudio de radio, o de televisión, o venir al diario -mi mamá tenía la cuenta número 45 del diario- es como estar en una extensión de mi casa. Ella nunca para. Está siempre pensando en el programa. Yo estoy sumamente orgulloso de mi mamá. Fue la primera mujer en tener un programa de radio en la ciudad. Es una pionera. Su programa lleva 38 años en el aire de manera consecutiva con ciclos de abril a diciembre. Este año cumple 51 años de carrera. Algo que no es fácil. Hoy se emite por 14 canales de cable. Es la creadora, productora y conductora. De la producción publicitaria casi no se ocupa, eso lo hago yo, pero el alma del programa es ella. Y todo eso me llena de orgullo”.

Autodefinido

“Yo no había pensado en casarme ni en tener un hijo. Creo que encontré a la persona justa, con lo que claudiqué en mi idea de soltero empedernido. Con Marisa estamos juntos desde hace 20 años, y de casados llevamos 13. Hace 11 años llegó Patricio, que es el eje de la familia, porque me ha desplazado totalmente. Hasta con mi vieja. Trato de ser el mejor padre. Voy aprendiendo en el camino. Tengo un hijo muy bueno, muy inteligente. Trato de ser un padre amoroso. Me hace feliz la familia. La música. Los amigos. Y Unión. Me considero un tipo transparente. Soy amiguero. Recuperé amigos del colegio y tuve que clavar otra peña. Soy emprendedor. Soy tenaz con lo que me gusta. No quisiera que en mi velorio -sí, me puse a pensar en eso- haya llantos, haya tristeza. A la gente hay que recordarla como fue, y yo siempre estoy haciendo bromas. Quiero se se acuerden de eso y se rían. Y que me extrañen”.

 

Previo OLIVIER ROUSTEING, EL JOVEN DIRECTOR CREATIVO DE BALMAIN
Siguiente El accesorio perfecto de cualquier look