En recuerdo de León Felipe, un poeta con mayúsculas


Buenos Aires lo contó entre sus exiliados políticos, sus versos fueron cantados por Joan Manuel Serrat y trabó amistad con nuestro Cuchi Leguizamón.

Textos. Graciela Daneri.

 

León Felipe es el seudónimo que el vate adoptó, ya que su verdadero nombre era Felipe Camino de la Rosa y Galicia. Los avatares de su vida son realmente asombrosos: fue cómico teatral de una compañía que hoy llamaríamos “de morondanga”; también estudió y ejerció como farmacéutico y, en su juventud, dado que su vida cotidiana discurría entre usureros a los que luego no podía pagar, conoció la prisión. Pero fue allí justamente donde supo capitalizar muchas enseñanzas positivas, aunque para nosotros, argentinos, resulte una utopía… fue también un vagabundo hasta que se estableció en Madrid -había nacido en Zamora en 1884-, donde vivió la bohemia de aquellos años.

Pero esas fueron cosas de una juventud sin rumbo, muy desordenada e inquieta que buscaba el derrotero que más adelante y pasados los años lo definiría y lo llevaría a convertirse en alguien admirado y famoso por su talento y su obra. No obstante, siguió buscando su destino, viajando constantemente.

Cierta vez -relatan sus biógrafos- visitó a su admirado Juan Ramón Jiménez y puso a su consideración sus poemas, pero éste, ya consagrado, le restituyó sus escritos sin pronunciar palabra: el joven bardo se sintió un fracasado… No obstante este doloroso trance, vinieron épocas mejores.

Ya establecido en Madrid, fue admitido en el Ateneo, lo cual le procuró el reconocimiento de la élite intelectual y artística de esa capital, pero su poesía continuaría siendo muy personal y doliente.

Allí se vinculó con Rafael Alberti y produjo “La insignia”. En ella se muestra contra los partidismos que atentaban contra los hombres que daban su vida en las trincheras.

También viajó a África, más precisamente a la Guinea Ecuatorial española, con el decreto que lo nombraba, como farmacéutico, administrador de hospitales, funciones que cumplió satisfactoriamente y con honradez.

Una epifanía

León Felipe es uno de los grandes de la lengua española, al que leí por consejo de un amigo de mi adolescencia que ya había ingresado a la universidad y que me hizo gustar de su poética al igual que la de otros españoles de su generación.

Mi primer contacto con el admirado León Felipe fue “Antología Rota”. Me impactó. Y además encontré en él ese tono de epifanía, el mismo tono que el de Walt Whitman, en el que ambos cantaron a la libertad con una fuerza indescriptible.

Algunas de sus publicaciones iniciales son difíciles de encontrar y entre ellas se hallan “Versos y oraciones del caminante”, “Español del éxodo y del llanto”, “El hacha”, además de “El payaso de las bofetadas y el pescador de caña”, pasando por “El gran responsable” y “Ganarás la Luz”, así como otros que no pude conseguir incluso hurgando a fondo en librerías de Buenos Aires. El tema es que los había leído prestados, pero los deseaba repasar y analizar qué sucedía en mí tantos años después de la primera lectura. ¡Gracias a Dios que aunque sea poseo “Antología rota”!

Potente voz del siglo XX

León Felipe alcanzó una notable y muy merecida reputación entre lectores hispanoparlantes, pero podemos afirmar que se inscribe con mayúsculas en la literatura universal, pues es una voz que se alza particularísima en el marco de la literatura del siglo XX. Este poeta excede con su numen las limitadas fronteras del subjetivismo y tiene el poder y la fuerza de entramar una relación espiritual con sus lectores. En definitiva, es un poeta con mayúsculas. Si bien podría adscribir a la Generación del ‘27 con su “Versos y oraciones del caminante”, su tratamiento responde a lo que él expresaba en realidad, no es una adscripción a ningún pensamiento o movimiento.

Dado que era republicano, cuando se desató la guerra civil se exilió en México en 1938, donde Alfonso Reyes lo relacionó con la élite intelectual, dando clases de Literatura Española en distintas universidades latinoamericanas, entre ellas la de Panamá. En México escribió su “Español del éxodo y del llanto”. Además fue nombrado agregado cultural de la Embajada de la República Española en el exilio. Más adelante viajó a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Columbia y posteriormente dictó clases en diversas casas de altos estudios y en la de Cornell dictó clases de Literatura Española, donde se enamoraría de otra profesora, con la cual se casó.

Es en este período de su vida cuando publicó el segundo libro de “Versos y oraciones del caminante” y tradujo a Walt Whitman y a Waldo Frank, que influirían fuertemente en su obra. La traducción de León Felipe de “Canto a mí mismo” (de Whitman) es, a mi criterio, mucho mejor de la que realizó de ella nuestro Jorge Luis Borges.

De León Felipe, un poeta mayor, no suficientemente recordado -el año pasado se cumplió el 50° aniversario de su muerte-y tanto en Chapultepec como en su nativo pueblo de Tábare (provincia de Zamora), hay sendos monumentos que lo honran.

Las bestias quieren acallar la voz de los poetas

 

En su vida forzosamente itinerante, estuvo en nuestro país y dictó conferencias no sólo en Buenos Aires, sino que fue invitado por varias provincias, entre ellas Córdoba, Tucumán, Salta, Santa Fe (en Rosario). En 1948, dio unas charlas en la Universidad Nacional de Tucumán y en ellas expresó el sufrimiento por lo que había pasado en España durante la guerra civil: “El silencio es cobardía ­dijo- y yo tengo un grito poético. No soy filósofo, sólo poeta”.

De allí en más se produjo una gran convulsión entre el público asistente: estallaron petardos y gritos de grupos nacionalistas.

Cuando se recompuso la situación, León Felipe aclaró que no había dicho nada contra el gobierno argentino de esos momentos, que la situación había estado provocada por un grupúsculo “de exaltados y pobres de espíritu que quieren acallar la voz de los poetas”. Frente a estas palabras recibió una gran ovación de los asistentes que no compartían la agresión de los populistas. Pero esto no terminó aquí, pues otras situaciones similares se dieron en varias instituciones tucumanas…

Cuando fue a Salta, quien estuvo a cargo de su presentación fue el incomparable Dr. Gustavo Leguizamón -nuestro querido “Cuchi”, naturalmente- a quien León Felipe deseaba conocer (y no sin razones).

Pero he aquí un mínimo racconto de lo que este inmenso bardo provocó en nuestro país, porque muchos escritores españoles en el exilio se aunaron en Buenos Aires para hacer oír sus voces vivientes “de una entraña desgarrada y dispersa por una tiranía asesina”.

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