Están verdes las uvas…


por Lucila Cordoneda

Tuve la suerte de mantener con mi abuela infinidad de conversaciones, plagadas de relatos maravillosos. La mayoría eran de un gran aprendizaje, involuntario. Ella era una docente nata, una verdadera maestra de la vida, como suelen serlo las abuelas…


Uno de los remates que más recuerdo, y que suelo utilizar con frecuencia, es el siempre realista “están verdes las uvas”.


En realidad lo que ella hacía era parafrasear el final de la fábula de la Zorra y las Uvas. ¿La conocen? Seguramente muchos de ustedes si, pero, como me gusta decir, “nadie se resiste a un cuento”. Y para los que no tienen el gusto de haberlo escuchado… ¡Mucho mejor!


¡¡¡Ahí va!!! Claramente no será como el relato de la madre de mi madre, pero le ponemos onda. Vale imaginarse, como Osías, a la “abuela en camisón”.


En una mañana de otoño, la zorra descansaba debajo de una parra cuando vio unos hermosos racimos de uvas ya maduras delante de sus ojos. Deseosa de comer algo refrescante y distinto de lo que estaba acostumbrada, la zorra se levantó y se puso manos a la obra para comer las uvas.


Lo que la zorra no sabía es que los racimos de uvas estaban mucho más altos de lo que ella imaginaba. Entonces, buscó un medio para alcanzarlos. Saltó, saltó, pero no conseguía ni tocarlos.


Tomó carrera y saltó otra vez, pero el salto quedó corto.


Cansada por el esfuerzo y sintiéndose incapaz de alcanzar las uvas, la zorra se convenció de que era inútil repetir el intento. Agotada y resignada, decidió renunciar a las uvas.


Aún con ganas y sintiéndose algo frustrada refunfuñando entre dientes, se dijo para sí: ¿quién quiere unas uvas que aún están verdes?


Cuantas veces vamos por el papel de la zorra, nos entrampamos en situaciones en las que, luego de haber fallado en los intentos reiterados de abordarla o que habiéndonos dado más trabajo del que pensamos nos daría, las abandonamos sin remedio, renunciamos.


Y ahí estamos, bajo la parra, sin uvas, sin “plan b” y, lo que puede resultar más penoso aún, sin capacidad de reconocer que fallamos, que no bastó con el intento, que la estrategia fracasó.


Mirando desde abajo, con la vista puesta en el manjar que nunca fue, solemos encontrar rápidamente los pasos exactos que nos saquen de ese embrollo, el argumento perfecto para justificar el abandono y nos auto convencemos de que es lo mejor que nos pudo haber pasado… algo así como un “lo que sucede, conviene”, con más tufillo a resignación que a verdadero proceso de aprendizaje y descubrimiento.


“Al cabo que ni quería”, decía el Chavo ¿no? Bueno, eso.
¡Ah! Pero atentti pebeta. Porque el remate también vale para otros actos de la obra, aquellos en los que al contar nuestros proyectos, logros o ideas, percibimos en los comentarios ajenos cierta subestimación, cierto dejo de ¿celos? ¿envidia? ¿frustración?


Mmmmmm ¿Chi lo sa? Lo cierto es que ahí están, lupa en mano, gesto desdeñoso y una parva de argumentos y contraargumentos de por qué no deberíamos si quiera intentar lo que nos estamos proponiendo ¿Será acaso que en realidad lo que desearían es estar en nuestro lugar o simplemente tener esa oportunidad que se nos está dando y, al no ser así, la minimizan o ningunean? Puede que sea menos complicado, que lo que en realidad les suceda es que simplemente, no se animen, y lo que verdaderamente les está haciendo ruido, no es tu proyecto, sino tu valentía.
Entonces… Cómo la zorra… ¿No alcanzan? ¿No llegan? ¿No se animan…? Pues, no vale.


Vamos por las parras queridas Mal Aprendidas, por los racimos y por cuánta zorra se nos cruce. Sobretodo, tengamos en cuenta que a veces, en lugar de tanto salto desenfrenado es preferible esperar un poco y encontrar una buena escalera, un buen apoyo, un buen plan para alcanzar las uvas. ¿Y lo mejor? La sombra fresca que nos espera abajo… para saborearlas o para reconfortarnos mientras pensamos una nueva forma de llegar.

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