Por Nadir Dib ([email protected])
Garry Kasparov nació el 13 de abril de 1963, en Bakú, Unión Soviética, hoy Azerbaiyán, hijo de un ingeniero judío, y de Clara Kasparova, su madre, quien fuera la que lo impulsara a jugar ajedrez desde sus tempranos 6 años.
Su padre falleció cuando Garry tenía apenas 8 años, por lo tanto su madre se hizo completamente cargo de la crianza de su hijo, enviándolo a la escuela soviética de ajedrez del ex campeón mundial Mijail Botvinnik, el cual identifico rápidamente que el joven tenía un talento pocas veces visto.
Desde chico pudo interpretar que para ser parte de la élite del ajedrez era imprescindible estar en buena forma física, así que su preparación fue siempre acompañada de una exigente variedad deportiva que pasaba por el tenis, fútbol, salto en alto, equitación y otros deportes.
Fue un niño prodigio como lo fueron la mayoría de los campeones mundiales de ajedrez, a sus 15 años pudo acceder a participar del fuerte Campeonato Ruso, superando a Fischer, se consagró Maestro y Gran Maestro respectivamente a muy temprana edad. Su ascenso para participar del torneo de Candidatos fue estrepitoso, ganando cuanto torneo se presentab. Finalmente se consagraría Campeón Mundial en 1985, siendo el más joven de las historia hasta ese momento, derrotando a su eterno rival: su compatriota ruso Anatoly Karpov, en lo que también es recordada como una de las primeras de varias batallas épicas que ocurrieran sobre el tablero entre estos dos gigantes del ajedrez contemporáneo.
De sus visitas a la Argentina, la más recordada sin lugar a dudas fue la primera, en 1992. Kasparov con 29 años estaba en un momento maravilloso de su carrera, repleto de energía y creatividad, disputando una serie de simultáneas y torneos en la ciudad de Córdoba, donde no cedería ni un punto, solo un par de empates, pero lo más destacado surge luego, cuando se traslada a la ciudad de Mar del Plata para disputar un torneo donde estarían presentes los mejores ajedrecistas de nuestro medio por ese entonces.
Simplemente lo de Garry era devastador, ganando sin ningún tipo de problemas sus primeras 10 partidas, ya habiéndose coronado campeón antes de disputar la última ronda a un jugador prácticamente anónimo, solo conocido en el reducido circulo de ajedrez de la ciudad turística, el ya fallecido «Profesor» Juan Carlos de Las Heras, un personaje muy querido por la afición.
El ruso jugaba con las piezas blancas y movió su peón rey hasta la cuarta casilla, y el profesor contestó con la vieja pero no menos efectiva defensa siciliana, lo que no es un dato menor: era el arma principal en el repertorio de Kasparov. La partida transcurría por los carriles normales, aunque a medida que pasaba el tiempo la preocupación del ruso crecía, movía la cabeza, ponía el semblante serio. Hasta que esa preocupación se convertiría en realidad, un peón del profesor amenazaba convertirse en reina, lo cual era inevitable. Kasparov terminó inclinando su rey y estrechando su mano en señal de abandono, rindiéndose y retirándose de la sala sin asistir a la entrega de premios y agasajo correspondiente al campeón del mundo, lo cual lo reflejaba a Garry como verdaderamente era, un jugador extremadamente competitivo pero con un ego y una soberbia pocas veces visto.
El profesor de Las Heras ha quedado en la historia por esa memorable partida, y solo las lágrimas y los aplausos lo acompañaron en ese momento como coronando a este pintoresco personaje del ajedrez local.
Garry Kasparov es considerado sin lugar a dudas uno de los cinco grandes del ajedrez mundial, aun hoy en sus apariciones esporádicas causa estupor. Ha sido escritor, político, periodista, habla seis idiomas a la perfección. Enemigo acérrimo del régimen de Vladimir Putin, siempre lo ha invadido un gran sentido de lucha por sus convicciones. De fuerte temperamento, soberbio, engreído, y muchas cosas más, pero ¿quién puede negar a Garry como uno de los mejores de la historia? Absolutamente nadie. Por eso hoy recordamos con mucho cariño al prodigio de Bakú, el Ogro ¡Garry Kasparov!