Historias de amor sin fin


Con los escenarios más atrapantes, combinando romance y desamor, Diana Arias rescata historias de amor reales que conmueven hasta la médula. La escritora indaga en el pasado cercano de nuestro país para encontrar y dar vida a personajes que existieron y dejaron una huella indeleble.

TEXTOS. Revista Nosotros. FOTOS. Gentileza de la autora.

«La búsqueda del amor nos define como seres humanos. Parejas que se aman en Marruecos, se separan entre Israel y Argentina y décadas más tarde tienen una segunda oportunidad. Amantes que se conocen a través de la correspondencia entre Argentina y España y viven una pasión sin igual. Todas esas historias me desvelan, me llaman con urgencia a escribir y narrar», asegura Diana Arias, autora del libro Amores Inmigrantes.

Aquí, dos historias que buscan retratar el amor.

AMOR REVOLUCIONARIO

«Es año nuevo. Suena el celu en mi reposera, es un número desconocido y un mensaje escrito. Siguen dos, tres mensajes. Llega una foto también. Es usual en mi teléfono este tipo de situaciones y cada una es una oportunidad, una historia esperando ser rescatada del olvido», explica Diana.

«La foto, que atrapó mi atención, era de una carta, que comenzaba con una fecha (1969) y una frase demoledora para mi imaginación romántica: ‘Álvarez Daza, su silencio me confunde. Será la maldita política que otra vez nos separa’. Y a continuación, una catarata de palabras dolientes, recriminadoras y declaratorias de un amor apasionado», cuenta la autora.

«Los mensajes eran de Marlene, una mujer de Villa La Angostura y lo que me dijo: ‘esta historia quiero que la cuentes vos’, determinó mi responsabilidad de hacerlo, el placer de escribirlo y la intriga, la tremenda intriga de saber quién era Álvarez Daza».

La madre de Marlene fue una descendiente de alemanes llamada Catalina Bohn. Catalina vivió en el sur argentino y fue una mujer dedicada a su familia, a su esposo Guillermo y a su única hija.

Pero antes de ellos, vivió un amor revolucionario con un guerrillero boliviano que le dejó en el alma las huellas del idealismo, de la aventura y de la entrega. «Por supuesto, escribí la historia en mis redes y tuve comentarios increíbles», sigue Diana.

DEL SIGLO PASADO: MARTÍN Y JOAQUINA, AMOR EN SEPIA

Martín llegó desde España en 1866, como tantos otros. Tenía quince años y escapaba de la guerra que pincelaba sus batallas con la sangre de los jóvenes y las lágrimas de las madres que veían partir a sus vástagos a una muerte segura.

El pasaje a América fue entonces el pasaje a la libertad. Cuando después de despedir a su hermano en Montevideo, Martín siguió camino hacia la provincia de Buenos Aires, se convenció de que su futuro estaba en Argentina, más especialmente en las tierras doradas de Micaela Cascallares.

Pronto le escribió una carta a su madre diciéndole que no regresaba a España. Que iba a formar su familia y que su descendencia poblaría el país al que muchos llamaban «el granero del mundo».

Con dieciocho años, Martín comenzó a fijarse en el sexo opuesto con interés e ilusión al principio; con melancolía y preocupación, tres años más tarde, cuando ninguna de las señoritas le había despertado ese amor del que tanto escuchó hablar en España.

Ávido lector y amante del arte -pasiones que le heredaría a su bisnieto-, pasaba el tiempo y no conocía aún a su compañera, amante y madre de sus hijos.

El día que llegó al pueblo de Benito Juárez por cuestiones de trabajo, ocurrió el espasmo. Ese sacudón del que había leído. Ese impacto irreversible que los enamorados sienten al ver a la que, arbitrariamente consideran el amor de su vida. La elegida.

Allí estaba Martín de pie. Sin poder quitarle los ojos de encima.

Sin poder emitir palabra ni repetir alguno de los versos de Béquer que se sabía de memoria. Apenas sonreía como bobalicón. Como atontado. Embelesado con la imagen de una joven, un daguerrotipo exhibido en la relojería de la polvorienta calle principal. Ese fue el inicio de arduas negociaciones. Una carta del relojero a su hermano de España, con la insólita propuesta matrimonial para su hija.

A partir de ahí, una formal, tímida, amigable y finalmente sensual correspondencia se generó entre Martín Zubillaga y Joaquina Goldaracena.

Once meses más tarde, la joven de quince años, partía al nuevo mundo prometida en matrimonio con un hombre y su futuro.

La llegada al puerto de Buenos Aires fue multitudinaria. Martín la esperaba en la dársena del interminable Río de La Plata con el relicario en la mano, para reconocerla. Tres horas más tarde, cuando la impaciencia del joven llegaba a su límite, un oficial de a bordo se acercó y le preguntó si él era el señor Martín Zubillaga.

Subieron al barco y allí estaba el capitán de la embarcación y junto a él, Joaquina vestida de blanco vaporoso. Se miraron y Martín la descubrió cien veces más bella que en la imagen de colores sepia.

Joaquina lo saludó con una voz segura y melodiosa que por fin ponía música a tantas palabras de amor escritas durante ese tiempo.

-Al fin llegas, Martín—, le dijo anticipando su personalidad decidida.

El capitán explicó que por ser menor, la joven solamente podía descender con sus padres o esposo. Y a falta de los primeros, Martín se convirtió en una ceremonia naval en el marido de Joaquina.

Bajaron al puerto del brazo, y Joaquina Goldaracena pisó suelo argentino como la esposa de Martín Zubillaga.

Los esperaban la tierra de oro y los tiempos de progreso. Los Zubillaga-Goldaracena custodian hasta nuestros días este relato fundacional de una gran historia de amor.

Próximo libro

Diana Arias cobró notoriedad con su primer libro Amores inmigrantes, publicado en 2021. Este año, promete un nuevo título con historias de amor profundas, multiculturales y plenas de romance.

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