Hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI


José María Gatto es abogado, mediador y funcionario de la Secretaría de Estado de Trabajo -con un impresionante currículum profesional- y director de teatro. Como responsable del Centro Cultural Loa, ha producido y dirigido diversas obras.
Textos. Romina Santopietro. Fotos. Flavio Raina.

La charla se plantea desde las pasiones. Y una de las pasiones de José María Gatto es el mundo del teatro.

 

“Este amor por el teatro surge en mi niñez. Tuve la suerte de tener padres que se preocuparon por la educación y por la cultura. Desde muy chico fui a ver obras dramáticas. Recuerdo una versión de Mi querido mentiroso, con China Zorrilla, donde estuve sentado en la primera fila. Tenía 8 años. Mis padres también me llevaban a Buenos Aires a ver teatro. A mi padre le gustaba mucho la ópera italiana y eso indudablemente formó mis gustos”, cuenta José María.

 

“El primer acercamiento, la materialización de proyectos llegó en el secundario. Tuve unos profesores que realizaban teatro independiente aquí en Santa Fe, como Reinaldo Brussone y Ruth Repetto. Ellos empezaron a formarme y fueron quienes me permitieron descubrir la vocación. En esa época se privilegiaba mucho el trabajo en grupo y el sentido humano en el desarrollo vocacional. Yo tenía muy clara mi preferencia por las ciencias sociales. Estudié abogacía, que es una carrera que permite una amplitud de conocimientos e incluye poder dedicarse al teatro”, continúa.

 

“Más tarde, en los años 80, formamos un grupo que se llamó Proarte con José María Paolantonio y nos dedicábamos a organizar festivales de cine argentino. Con este grupo hicimos 8 años de festivales, convocando a gran parte de los artistas del renacer del cine argentino con la democracia, hacíamos difusión del cine, había un jurado… Es una etapa muy linda de mi vida, que recuerdo con mucho cariño. Fue linda por ese increíble grupo humano y por el contacto, por ejemplo con Hugo Urquijo y Graciela Duffau; pude a través de ellos colaborar en Mar del Plata en la puesta de una obra de García Márquez que se llamó Diatriba de amor contra un hombre sentado”. Ese fue su primer paso de colaboración profesional en el teatro.

 

“En el año 1992, otra experiencia que me marcó mucho fue hacer Un tranvía llamado deseo con Carlos Falco y el protagónico de Dora Baret. Fue una muy linda experiencia porque ella era la única actriz invitada y todo el elenco, la dirección, la producción y la música estuvieron a cargo de equipos santafesinos. Fue una temporada de tres meses, sumamente enriquecedora”, rememora.

 

Realizar los clásicos con nombres insignia del cine y teatro argentino es un gusto que asegura haber disfrutado muchísimo, un orgullo.

 

Las puestas de Gatto son realmente muy cuidadas. Entre bambalinas, el espectador presiente el enorme trabajo que realizan los equipos para lograr la puesta en escena.

 

“Quito horas de sueño, de amigos, de familia, que me reclaman y con razón. Es una gran vocación, esta que tengo, una gran pasión. Pienso mucho en el público, porque a mí como espectador me gusta ver productos bien acabados”, explica.

 

Llegó luego la administración de un espacio propio, la sala Loa, en el año 2010, junto con Pedro Deré -otro de los integrantes del grupo Proarte-. “Desde la gestión siempre hemos querido apuntar a la excelencia. A partir de allí comencé a producir algunas obras. En 2014 me animé a la dirección, con un texto complejo de un autor muy difícil, que es Harold Pinter, La colección”.

 

“Me gusta mucho cuidar la puesta en escena”, profundiza. “Quiero mucho a los actores, por lo que dan en el escenario, por lo que entregan. Pero además yo necesito mostrarle al espectador un producto acabado en la generalidad: la puesta, el vestuario, la actuación, la escenografía, la música, el ámbito… Me gusta que el público desde el momento en que llega a la sala sienta que está participando de un fenómeno, de una experiencia artística. En este momento estamos presentando la puesta de Rey Lear en la que hay un intervalo, algo que no es muy habitual en el teatro santafesino. Y tiene que ver con el fondo, no solo con la forma, porque es necesario el respiro, esa pausa que da el autor en el intervalo, es necesario el corte estético que marqué en la obra, entre el primer y el segundo acto. Ese encuentro del público es algo muy renacentista, muy agradable. Y tiene un poco que ver con esa fiesta del antiguo teatro inglés”, completa.

El corazón del teatro

 

Se declara admirador del teatro inglés y esto se traduce en su visión, su deseo de replicar de alguna manera ese sentido de vivir el teatro, de sumergirse en el hecho teatral.

 

“Pensemos como era el teatro en esa época”, propone. “Toda la sociedad disfrutaba del momento del teatro. Esta fiesta del teatro debe ser revalorizada en las puestas actuales. Y es lo que trato de hacer, que el público sienta esta resignificación del hecho teatral, en nuestro tiempo”, explica con sencillez.

 

Confiesa ser feliz cuando la gente llena la sala. “Nadie que se dedica al teatro en Santa Fe lo hace por el dinero. Esas horas de entrega no se pueden pagar. Se sustenta por la pasión y el amor. Los actores dedican horas y esfuerzo… ¡Si la gente supiera! Porque uno como espectador ve un trabajo terminado. Después se puede discutir la forma, si está bien o mal, si se hizo de la forma en que debía hacerse… Pero el fenómeno teatral está, y no es improvisado. Hay mucho trabajo, dedicación y amor detrás de esto”, reflexiona. “Y es el mismo compromiso que hay detrás del profesional que recibe una remuneración importante. Lo que uno ve aquí en el escenario, no tiene que ver con la paga. Tiene que ver con el compromiso artístico”, afirma.

 

El rol de director

 

Desde la primera obra que dirigió, José María tiene una pequeña cábala, un ritual impostergable antes de comenzar cada función: celebra un círculo con todo el equipo, actores, tramoyistas y colaboradores. “Este círculo de abrazos lo hacemos tanto la noche del estreno como en cada función. Y doy una especie de arenga de coach”, describe entre risas.

 

Se declara de “lágrima dura”, pero recuerda ese círculo ritual, antes de salir a escena, en su primer rol de director y aún se emociona.

 

Arriesga una teoría: “Elijo proyectos donde la palabra y la intelectualidad están muy presentes. Pero a pesar de ser Shakespeare pura emoción, elegí una obra donde hay mucho mensaje político, que conmueve. El público hace comentarios a media voz, relacionando la obra con el panorama político. El mismo texto es tremendamente actual. Habla del farsante político que finge ver lo que no es, o condena la vara de la justicia que se inclina ante el oro”.

 

“Yo quería hacer Shakespeare. Aun sabiendo que sumamente difícil y existe un temor reverencial hacia su obra. A los autores que uno quiere mucho, tiende a sacralizarlos, a verlos casi como sagrados. Creo también que hay una forma de abordar a Tennessee Williams o Arthur Miller, hay una forma de hacer un clásico griego, una forma de hacer tragedia de teatro inglés… Soy muy respetuoso de esas formas. Soy conciente que se puede jugar, se puede romper con estas ‘reglas’ y transformar el texto. Sin prejuicio de ello, me gusta también actualizar esta ‘forma’ de hacer teatro. De la magnífica obra de Shakespeare, que me seduce mucho, amo las comedias. Pero son muy difíciles de hacer. Porque el humor es algo que en la sociedades va cambiando, y yo no sabía si la sutileza del humor inglés iba a funcionar aquí como allá. Las tragedias toman universalidad de la condición humana. Me parece que es más fácil generar empatía con el espectador. Al releer Rey Lear, me di cuenta de la vigencia política que tiene. Y la política es un tema que me interesa”, resume.

Rey Lear

 

“Rey Lear no es un rey bueno. Es un monarca que ha cometido todos los excesos y lo paga. Lo que hace interesante la obra es su darse cuenta. El proceso. Que no se vea a Lear como un viejo bonachón que distribuyó su reino entre sus tres hijas y le pagaron mal. Es un hombre que especuló con sus bienes para ver quien lo quería más. Las hijas ‘malvadas’ no son producto de la nada. Son hijas de este padre”, detalla José.

 

La obra estuvo en preparación desde marzo de 2016 y se estrenó en octubre de ese mismo año. Esa fue su primera versión. “Este año comenzamos en marzo y se estrenó en mayo. En el medio ingresaron dos actores en reemplazo, lo que generó toda una dinámica y un diálogo nuevo en el grupo”.

 

José destaca que todo lo realizado no podría haberse llevado a cabo sin un grandioso grupo humano. En total, son más de 20 personas que apuestan al proyecto y lo llevan adelante. “Sin un grupo humano sólido, de buena madera, que se compromete, es muy difícil concretar tantas funciones”, cuenta.

 

El teatro provoca e interpela. Y demanda. Demanda pasión, emoción, respuesta. “Para eso hacemos teatro. Para sentirnos vivos”, concluye.

 

AUTODEFINIDO

 

“Me gusta pensarme como un hombre del Renacimiento. En esa época no tenían dividido el conocimiento. Se podía ser un científico y un artista. A veces en mis alegatos vuelco un poco de mi parte artística y trato de convencer al juez con herramientas que son más propias del teatro. No me gusta la dicotomía de ser funcionario y hombre de teatro, eso te lleva a una crisis. Este reconocer la unidad que uno es me lo dio la formación en mediación, la escuela de Harvard. Porque en las herramientas que existen para resolver conflictos uno tiene también las herramientas para dirigir teatro, porque el teatro es conflicto. Que se lleva a buen puerto, claro, hasta el desenlace”.

 

 

 

 

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