La autora navega las aguas de uno de los mares más famosos y temidos del mundo rumbo a Bulgaria. Un recorrido lleno de historia y tradición.
Textos. Nidia Catena de Carli.
El Mar Negro es un mar interior situado entre el sureste de Europa y Asia Menor. Éste actúa, justamente, como división geográfica entre ambos continentes y baña las costas de los países como: Ucrania, Rusia, Georgia, Rumania, Bulgaria y Turquía.
A la hora de navegarlo me produce una sensación de temor que no había experimentado hasta ese momento del viaje, pienso, que es debido a sus características tan singulares como ser: su aspecto casi azabache, sus grandes dimensiones y una profundidad máxima de más de 2.000 metros.
En estos momentos cruciales siento que lo mejor es distraerse y la biblioteca del barco es una muy buena oportunidad. Entro, decidida a cumplir con mi propósito y… buscando material de lectura me topo con un autor gran conocedor de los mares del mundo. Allí estaba mi autor favorito, Neil Ascherson, que escribió sobre el tema que tanto me preocupaba: “El Mar Negro es en gran medida un mar muerto. En él desaguan cinco grandes ríos que arrastran consigo una considerable masa de materias orgánicas, excesiva para las bacterias marinas que debieran descomponerlas. Necesitadas de oxígeno acaban por producirlo de un modo que genera una de las sustancias más mortíferas del mundo: el gas conocido como ácido sulfídrico. El Mar Negro es el depósito planetario de este gas; no hay vida en él bajo los 150 o 200 metros de profundidad y el 90 por ciento de su volumen es estéril. Pero, en la superficie y en sus costas, la vida e historia han tenido un escenario preponderante, a pesar de sus nefastas profundidades”.
Con las primeras luces del alba la oscura noche va dejando paso a los tibios rayos de un sol primaveral que alejan por fin de mi mente mis fundados temores. Ahora son una experiencia más, en mi valija de sueños compartidos con mis lectores.
A ambos lados del barco se divisan -no muy lejanas- las ansiadas costas de Bulgaria.
EL ARRIBO A BULGARIA
En ningún momento de mi vida pensé que algún día conocería Bulgaria -nunca estuvo en mis planes- pero se dio y ahora, luego de navegar el temido Mar Negro, me encontraba por fin frente a sus costas.
Luego de las complicadas tareas de amarre de la nave en el Puerto de Burgas, los pasajeros iban colocándose en la fila donde debíamos cumplimentar los trámites de desembarque.
A medida que esto ocurría subíamos al autobús que nos trasladaría a la ciudad de Varna para empezar la excursión con un paseo panorámico.
Luego de un corto trayecto arribamos a un parque con una vegetación exuberante denominado: Parque del Jardín del Mar y desde allí decidí caminar hasta la exposición al aire libre del Museo Naval, donde se pueden apreciar diversos pertrechos de guerras pasadas.
Retomamos el paseo en autobús pasando frente a la Universidad de Economía, la primera de la ciudad. Luego de un corto recorrido llegamos hasta el famoso Monasterio Aladzha excavado en la roca.
Antes de entrar en él me llama la atención una gigantesca piedra caliza donde están tallados los preceptos que rigieron en esta comunidad. De la lectura deduzco que estuvo dedicado a la Sagrada Trinidad, fue fundado por monjes cristianos hesicaistas (de vida contemplativa) erigido en el Segundo Imperio Búlgaro (s. XIII), y estuvo habitado por ellos hasta el advenimiento del Imperio Otomano (s. XV). A partir de ese momento los musulmanes lo bautizaron “Aladzha”, que significa “variopinto y abigarrado”.
Uno de los factores que hacen único este monasterio es que se encuentra excavado en un acantilado de cuarenta metros de altura, en dos plantas de difícil acceso.
El guía que me acompaña me pregunta: “¿Se anima a trepar por la escalera externa lateral?”. Le contesto afirmativamente, la verdad con bastante miedo.
Así comienza la aventura por los peldaños hasta llegar a la entrada que nos permite acceder a las pequeñas y primitivas celdas que se comunican entre sí por estrechos pasillos; cada una tenía una función específica, en algunas dormían los monjes, otras oficiaban de refectorio y cocina. La iglesia y la capilla funeraria están en el primer nivel; el oratorio, en el segundo.
El complejo incluye la cripta donde hay algunas tumbas cubiertas de monedas dejadas por los visitantes y, a unos 600 ó 700 metros del monasterio, están las catacumbas que estuvieron habitadas durante los siglos V y VI.
Es una visita que me transportó a un remoto pasado que bien vale la pena incursionar.
LA CATEDRAL DE VARNA
Retornamos a la ciudad de Varna donde realizamos un paseo panorámico por el centro. Luego fuimos a conocer el hito religioso más importante de ésta metrópolis: la Catedral de la Dormición de la Madre de Dios.
Cuando íbamos aproximándonos me impresionaron su gran tamaño, su arquitectura neobizantina y sus centelleantes cúpulas de metal, puntualmente hechas de cobre y estaño, lo que la destaca de las otras iglesias ortodoxas del lugar.
Al entrar me atrapan la atención los murales con motivos religiosos y las maravillosas esculturas de madera.
Su fundador fue el Príncipe Alexander l de Bulgaria (1857-1883), colocando la piedra fundacional del templo en el año 1880. La erigió en honor de la Emperatriz María Alexandrova de Rusia benefactora de Bulgaria y tía del príncipe.
Continuo con la visita a los denominados “Magníficos Baños Romanos”, que se remontan al s. II .a.C. Construidos sobre una superficie de 7000 metros cuadrados, configuran el monumento más grande y antiguo de Bulgaria.
Un recorrido alrededor y adentro del edificio me hace retornar imaginativamente a un pasado remoto de la fascinante vida de los romanos.
Exploro los restos que se conservan de las piscinas calientes y frías, baños a vapor, salones y gimnasios. Aquí tengo la oportunidad de conocer el primer sistema de calefacción por suelo del mundo, inventado a principio de la Nueva Era.
De vuelta al barco trato de poner en orden en mis emociones y me siento feliz de haberme animado a penetrar en lugares tan lejanos, con historias y tradiciones tan diversas pero que bien vale la pena lanzarse y descubrirlos.