Las etapas personales del cambio


Los grandes movimientos, inesperados, profundos, crueles a veces, nos permiten replantearnos cosas que, en contextos de estabilidad, no hubiésemos notado.

Textos. Ps. Gustavo Giorgi. Ilustración. Soledad Grossi.

«Cuando soplan vientos de cambio,

algunos construyen muros; otros molinos»

Proverbio chino.

Siento que si antes Dios jugó dados con el universo, en este 2020 sacudió el vasito más fuerte que nunca, con todos nosotros adentro.

Y sí. Los sacudones no son malos tampoco, vea. No es que el hecho de andar rebotando como locos de aquí para allá sea muy placentero, pero de tanto en tanto viene bien quitarse el polvo de encima.

Los grandes movimientos, inesperados, profundos, crueles a veces, nos permiten replantearnos cosas que, en contextos de estabilidad, no hubiésemos notado.

Resulta paradójico que ahora, cuando debemos quedarnos quietos, encerrados en nuestras casas, estemos con nuestras cabezas más movilizadas que nunca… más andantes…

Los cambios interpelan porque invitan a preguntarnos por lo que queremos y por lo que estamos dispuestos a dar, no a cambio de algo, sino generosamente.

Nos sirven una mesa lujuriosa, plena de manjares deliciosos para que nuestras ideas la recorran. También, hay que decirlo con seguridad, nos pasará factura al día siguiente, ya sea por habernos empachado de pensamientos o porque nos cayeron decididamente pesados. Pensar demasiado indigesta, cuando no tragamos sino que masticamos incansablemente. Rumiamos, en términos vacunos. Tragar equivaldría a procesar, tramitar y eso ayuda. Mucho.

Cuando un pensamiento nos cae pesado, como puede ser en estos tiempos: «¿Podré seguir trabajando de lo que hice toda mi vida, o de lo que sé hacer?», sería conveniente pensar en términos de apertura y no de cierre, es decir, como nuevas posibilidades.

Hablo de etapas en el proceso de gestión de cambios y de estrategias de afrontamiento. Para eso, quiero presentarles hoy el modelo de John Fischer.

El reconocido psicólogo organizacional de origen estadounidense muestra, en su Curva de Transición Personal, las diferentes emociones y pensamientos que podemos experimentar cuando estamos en presencia de situaciones como las que venimos relatando.

Lo interesante es que el modelo plantea la posibilidad, no la obligatoriedad de pasar por todas. Y también que podemos avanzar, detenernos o retroceder en el camino. Los hitos son:

– Ansiedad. En esta primera etapa es normal que las personas experimenten reacciones vinculadas a la inquietud, inestabilidad y posible confusión.

La pregunta fundamental es la de si podré enfrentar el cambio, lo que nos lleva a pensar acerca de nuestros recursos, debiendo entender por ellos no sólo a los económicos sino también a los afectivos, sociales, anímicos y de salud en general. Podemos decir que aquí se produce una especie de comparación entre lo que creemos que nos demandará la nueva situación y los recursos con los que efectivamente contamos.

– Felicidad.

En un segundo momento se da una situación que, desde mi punto de vista, reviste algunos componentes maníacos, en términos psicológicos.

Una manía que consiste en negar los aspectos del cambio que pudiesen ser negativos o directamente intolerables para nosotros.

En sentido contrario, cabe decir que esta reacción de alegría explosiva podría deberse también a una situación previa de mucho malestar. Si el cambio viene a modificar sustancialmente una coyuntura que percibíamos como muy mala, seguramente experimentaremos una sensación como la descripta.

– Preocupación.

Aquí hay mayor conciencia del estado de cosas.

Implica una mayor racionalización del contexto y por ende nuestra principal duda será: «¿En qué me afectará el cambio?» o «¿Cómo podría alterar mi vida cotidiana?».

– Amenaza.

En este hito del camino, nuestras percepciones estarán orientadas a sobreestimar las dificultades.

Es importante tener en cuenta a título de sugerencia (esto no lo dice Fischer sino quien suscribe) no dramatizar ni convertir en tragedia aquello que no lo es. Debemos llegar a un análisis lo más objetivo y realista del asunto, lo que implica tomar en cuenta todas las variables y no sólo las negativas.

– Culpabilidad.

Luego de atravesar lo anterior, la persona podría sentir que fue ella misma quien generó la circunstancia adversa.

Este es un punto crítico, dado que puede tener como consecuencia (hablando en términos laborales) la renuncia al puesto o la desilusión total respecto de lo que se viene haciendo. Si esto no es tramitado lo suficiente, si no es asumido con eficiencia, si no es hablado o compartido con otros, el sujeto podría caer en estados depresivos.

– Hostilidad.

Seguramente como líder habrás visto innumerables situaciones en las que tus colaboradores no solo se niegan con firmeza a modificar su modo de actuar, sino también se resisten activamente, asumiendo posiciones querellantes, de reclamo, quejas constantes o directa agresión hacia los demás, haciendo caer al suelo el clima laboral.

Ahora… estarás pensando: «Pero, en definitiva ¿existen modos saludables de afrontar los cambios?» y la respuesta es afirmativa. El primer paso se denomina Aceptación Gradual, representándose por la visión de uno mismo en el futuro, asumiendo que de a poco nos podremos ir adaptarnos con éxito.

Finalmente, el punto de Avanzar Adelante (moving forward) es aquel en que la persona siente que el camino recorrido no fue en vano, dándose cuenta en un insight, que está mejor que antes. Que es falso que todo pasado fue mejor, siendo capaz de ver que en aquel momento solo se trataba de flotar, en lugar de nadar…

Y a propósito de esta última analogía, quiero despedirme relatando una anécdota de hace pocos días.

Trabajando estos contenidos con los docentes del Complejo Educativo Alberto Monti de la ciudad de Santa Fe, una de las profes de teatro se animó a presentar su propio esquema del proceso de transición personal.

La consigna había sido que grafiquen cómo afrontaron los cambios en el modo de dictar las clases, motivados por la cuarentena.

Así, se dibujó en marzo al borde de una barranca, para ilustrar la sensación de ansiedad, propia de quien está por lanzarse al agua. En su caso, comenzar el año lectivo.

Luego, con la suspensión de las clases presenciales, caía en un lago profundo en el que no quedaba otra que moverse para mantenerse a flote. A partir de allí, comenzaba a nadar y nadar experimentando distintas vivencias: en los inicios una mezcla de preocupación con felicidad por sentirse inmediatamente obligada a aprender a dominar plataformas remotas. Al mismo tiempo, alegría por estar asistiendo a lo que ella misma entendía un cambio necesario para la escuela.

Modificaba su estilo de nado para no cansarse. Seguía el viento de los otros por momentos, y en otros un colega la ayudaba cuando sus fuerzas la habían abandonado.

Lo que Fischer llama Aceptación Gradual, en su dibujo era expresado con islas. Pedazos de tierra firme, pero provisorias en el trayecto acuático.

Esto la llevó a reflexionar acerca de lo importante de aprender a reconocer los momentos en los que «estamos nadando», distintos a los de estar en tierra firme.

Y redondeaba con dos pensamientos muy lindos: «No esperemos estar en tierra firme todo el tiempo» (hermosa manera de decir que el mundo ya no es el que era) y «Para nadar, es mejor hacerlo todos juntos, y no solo».

Pienso que de eso se trata: de moverse siempre, hacia adelante, ayudando y dejándose acompañar por los demás…

Previo El bikini nude es el más aclamado de la temporada
Siguiente Karen Folklore: crecer en la música