Libro: «Los que están solos»


Ilusión y desilusión están en la base de los mejores cuentos del último libro de Liliana Allami, publicado por Moglia.

Textos. Enrique Butti.

La desilusión, ¿es un accidente que depende de la mala suerte? ¿O es el castigo de quien se empecina en soñar imposibles y arremeter contra la realidad? ¿O es la única zanahoria ante el carro que nos permite tirar adelante?

Giacomo Leopardi, el poeta inmenso, que fue también un gran filósofo y dijo en su «Zibaldone» lo que dice Nietszche pero impulsado no por el odio y la violencia sino por el amor y la melancolía, se ocupó profundamente de las virtudes de la ilusión. En la infelicidad, que es inherente a la condición humana, Leopardi apunta a la ilusión como la única posibilidad de dirigir los deseos y la necesidad de alguna epifanía. Toda grandeza, todo heroísmo, toda creación depende de la imaginación y de las ilusiones. «Parece algo absurdo, y sin embargo es exactamente así: que siendo una nada la realidad, no hay otra sustancia real en el mundo que la ilusión», sentenciaba. Desde luego, quien tanta importancia prestaba a las ilusiones no podía dejar de prestar otra tanta a la desesperación y al dolor que nacen de ellas.

Ilusión y desilusión están en la base de los mejores cuentos de «Los que están solos», el último libro de Liliana Allami, publicado por Moglia. Y no es casual que varios de ellos correspondan a la infancia, cuando la ilusión es más diáfana y la desilusión más estrepitosa. Cuentos en los que Allami asienta en primer lugar la fuerza y la belleza y la fantasía de los deseos para así mejor emocionar al lector cuando sobreviene la decepción. Choques contundentes que, en el caso de una chica enamorada de un muchacho al que se empecina en buscar y encontrar cada día en el subte, se remite a ser un golpe espantoso propinado por una sola palabra. Pero literariamente, para que ese golpe sea fatídico es necesario haber modelado antes con destreza al personaje, a sus circunstancias y a sus esperanzas. Sobre todo cuando no estamos inmersos en las «Grandes ilusiones» de Dickens ni en las «Ilusiones perdidas» de Balzac sino en los tropismos más secretos e íntimos que supieron tejer Katherine Mansfield o Clarice Lispector. Así, encontramos en Allami una esposa orgullosa del perfecto orden que mantiene en su casa y que como un rayo destruye en un instante el timbre y la luz de un teléfono celular, una escritora entusiasmada por el éxito de su novela que al principio había recibido una crítica demoledora, una mujer ya madura pero con voz cantarina que concierta una cita por teléfono con un desconocido, una adolescente que ama los libros en una casa que los desprecia… Pequeñas ilusiones capaces sin embargo de convocar un traumático y estremecedor desengaño.

En el resto de los cuentos habitados por los solitarios personajes que dan título al libro se presentan quienes ya han conocido la desilusión y se procuran una triste venganza, como la niña que debe someterse a un papel secundario en el programa de un acto escolar, y a quien la casualidad asiste para la conquista de una exhibición victoriosa.

Con toques de ironía que acentúan su tono descarnado, alejadas de un remanido y estéril malentendido minimalismo, conmovedoras, estas historias mínimas merecen un lugar destacado en la ficción argentina de nuestros días.

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