La pianista y compositora nos regala doce canciones en su disco Siempre Florece que refleja un estilo que se nutre de la música popular y la académica. Con dieciocho músicas y músicos invitados, la propuesta abarca temas instrumentales y canciones con ritmos de zamba, chacarera, aires de vidalas y música rioplatense.
TEXTOS. Mili López. [email protected]
«Siempre Florece» es el primer disco de la música santafesina Mariana Iaia Pretto donde confluyen dos lenguajes que corresponden a sus formaciones en la música clásica y la música popular. Es un registro de doce tracks, esta artista se despliega como compositora, pianista y arregladora de temas instrumentales y canciones.
A partir de una lesión en la mano derecha, que le impidió seguir tocando de manera convencional con ambas manos, Mariana comenzó a desarrollar un repertorio propio como pianista de mano izquierda. En ese momento bisagra para su recorrido artístico, decidió abrir nuevos horizontes y con la guía de la cantautora santafesina Ana Suñé, se animó a componer canciones.
Hay dos puntos fuertes que caracterizan este trabajo: las letras y las melodías. Las letras muestran los sentires de esta compositora en un lenguaje poético que aparece ligado a paisajes y momentos de introspección como en «Soy Ceiba» o «Utilia» y en historias cantadas como la de «Irima y Remo». Las melodías son su línea de fuerza para alcanzar la expresividad del «decir», y, en algunos casos, pretenden de los y las cantantes el manejo de dinámicas y de amplitud de registro.
Todo gira en torno a la canción, el acompañamiento musical es sutil y no tiene disrupciones, el discurso va mezclando como si fueran pinceladas de una misma acuarela. El piano es el conductor de sus composiciones y acompaña a las letras como testigo sin salirse del camino construido que es el estilo que quiere mostrar. Sin momentos contrastantes, todo fluye en la misma sintonía.
«Reflejos I, II y III» son las tres composiciones instrumentales donde la balanza se inclina hacia la música clásica, por la coloratura de los instrumentos de cuerdas en una propuesta camarística. En la primera, el tema es en dúo junto a la cellista Patricia Hein que aporta con notas largas sostenidas que despliega con el arco en una melodía cadenciosa al encuentro de los arpegios del piano. En el segundo, el protagonista es el violín de Victoria Díaz Geromet, en una charla que cambia de intensidad de manera contemplativa. El último de esta trilogía, es un solo de piano que se va desandando con la melodía alimentada por las armonías desplegadas.
El lenguaje clásico está dominado por un estilo armónico de muchos colores, donde esos arpegios en la mano izquierda construyen melodías que se van entrelazando. No son arpegios de un acorde solo, hay un tejido melódico que evoca el período del romanticismo dentro del clasicismo y nos remite al compositor francés César Franck que trabajaba mucho ese despliegue de voces, también heredado de Chopin.
Se suman, en esta confluencia de lo popular con lo académico, las canciones de carácter contemplativo «Sin un ala», con la voz de Leonel Franzoi acompañado por cello y piano y «Paraísos» con voz de Cintia Bertolino y piano de Pretto donde se destacan los interludios de cello, viola y violín interpretados por Patricia Hein, Lucía Gerelli y Victoria Díaz Geromet.
Para cada tema varían las formaciones instrumentales y, por ende, las tímbricas y las texturas. Las otras canciones, se acercan a la música de raíz folclórica, herencia de su paso musical junto a la maestra Hilda Herrera.
«Oración en la noche» es una de las preferidas, el arreglo hace lucir las voces de Ana Suñé y Silvia Salomone para esta canción con aires de vidala que se materializa por momentos en el acompañamiento rítmico de la percusión y el piano. Cuando aparece el sintetizador genera el colchón sonoro que propicia una atmósfera de ensueño.
«Amaranto» es rioplatense, la voz de Ana Suñé nos introduce sutilmente en la música ciudadana. «De la montaña al mar» nos remite más a la trova rosarina, quizás un link a Fandermole, con la voz limpia de Rodrigo de Brix, la flauta traversa de Florencia Núñez y la guitarra de Maru Figueroa. Para «Irmina y Remo» elige ser chacarera para imprimir fuerza a la historia de lucha de sus personajes.
En «Hilitos de soledad», la letra es de Mario José Funes, un alumno de Mariana que le escribe esta despedida de su madre. El bombo de Nahuel Ramayo y la guitarra de Francisco Zalazar Berráz le dan ritmo de zamba y el piano se luce con acordes desplegados.
La voz de Emilia Wingeyer se viste en «Soy Ceiba» con una poética llena de metáforas entre la naturaleza y las percepciones íntimas. Se destaca el acordeón interpretado por Mariana, la percusión en manos de Pablo Minen acompaña generando distintos climas tímbricos que aportan a la base que se completa con el contrabajo de José Ayala y el rasguido de la guitarra de Pablo Ayala.
Como un manifiesto, «Utilia» cierra este disco que reúne un manojo de canciones. Con unas es y el piano en manos de Mario Spinossi acompañando con arpegios que entretejen la trama de preguntas y respuestas con la flauta traversa de Flor Núñez. La letra, en voz de Cintia Bertolino es una de declaración de amor y despedida que Mariana escribió para su abuela, de quien heredó la música y el piano de cola que hoy la espera cada día para escribir una nueva historia.
Este disco, además de estar subido a las plataformas digitales, también fue creado como objeto físico. Para eso, Valeria Marioni hizo un dibujo en acuarelas distintivo para cada tema y Natacha Baraldi realizó el diseño gráfico. También se suma al equipo como pilar fundamental en lo que refiere a producción y grabación, el músico Franco Bongioani.
Como las acuarelas del arte de tapa, la propuesta de Mariana nos remite a un aire impresionista, donde a manera del puntillismo, a partir de pequeños puntos de colores se crea una imagen completa. Así, cada melodía, cada elección armónica, cada combinación tímbrica, cada formación instrumental, da como resultado este disco. La pianista Mariana Pretto supo florecer de la mejor manera: en canciones.