Mi suegro problemático (historia a dos tiempos)


Lo que sigue debe leerse en consonancia con el relato de la siguiente entrega, ya que en el día de hoy solo escucharemos una de las campanas del asunto, dejando a la otra para más adelante. Hecha esta aclaración, comencemos…
Textos. Psic. Gustavo Giorgi.

Que en toda familia se cuecen habas es algo archisabido, reconocido y admitido por todos. Y si a esos vínculos le sumamos los políticos la cosa se pone aún más complicada. El caso de marras narra la historia de Esteban V, ingeniero industrial casado en primeras nupcias (como solía decirse antaño) con la bonita heredera de la Pyme X, Merlina (no me lo digas, la mataron con el nombre, ya lo sé…).


La empresa se dedica a la fabricación de un producto sumamente específico por lo que carece de muchos competidores y las ventas son más por contactos que siguiendo grandes estrategias de marketing.


Sus orígenes se remontan a la primera década de este siglo, por lo que la organización aún transita sus años mozos. Y tal como sucede en el caso de las personas, la adolescencia es un momento de cambios y preguntas. De cuestionamiento por el orden establecido y disputas con lo hecho hasta el momento. Debo decir además, que tales preguntas no cayeron del cielo ni por el devenir biológico sino que tuvieron dos grandes responsables: Merlina y Esteban.


La primera había mamado-padecido y disfrutado también la empresa durante casi toda su vida. Sus recuerdos infantiles estaban poblados por momentos en la fábrica. Algunos muy felices, correteando con sus amiguitas en el playón de carga y otros muy aburridos mientras esperaba que Luciano, su papá, salga de reuniones interminables. Con el tiempo, eligió la carrera de Licenciatura en Alimentos y luego de graduada asumió como Project Manager de la firma.


Respecto a Esteban, su incorporación se dio de forma fluida, natural y con cierta cuota de casualidad. El jefe de compras decidió mudarse a Rosario para acompañar a su hija, estudiante de Antropología y con problemas de adaptación a la nueva ciudad. Quedando el puesto vacante, quien tenía las competencias exigidas y además la confianza de Luciano era su yerno.


Sin embargo, lo que parecía al comienzo ser un cuento de hadas, con el tiempo se fue complicando hasta parecerse a una de esas pelis suecas re oscuras y de final incierto.


“¿Querés que te defina en una palabra a mi suegro? Jodido. Así de cortito”.


El adjetivo puede parecernos poco elegante, es verdad, pero indudablemente Esteban habla desde el corazón. “Se maneja como patrón de estancia. Quiere tener a todos haciendo el papel de payasos. Por un lado, te dice que tomes decisiones, que quiere dejar la empresa en nuestras manos, pero por otro nos deja en off side cada dos por tres. La última fue cuando eché a un tipo por su mal desempeño y después lo reincorporó porque era su amigo de la infancia y no podía hacerle eso… Y de esas tengo miles… Encima, tiene un carácter que mamita… hasta los ovejeros alemanes de la fábrica le tienen miedo”.


El tema es que Luciano debe rondar los cincuenta y tantos, y por ende, tiene para muchos años más en la fábrica. “Es evidente que algo hay que hacer” anota Merlina, ansiosa.


Le pregunto si probaron algunas cosas y comienzan a enumerarlas, como en un estado de trance… “Mirá, te cuento en orden todo lo que hicimos hasta ahora y nada dio resultado”.


“Primero -comienza Esteban- tratamos de justificarlo pensando que hacía cosas malas porque le ocurría algo en su vida personal. La lógica era, por ejemplo, ‘te entendemos suegrito, si tu nueva esposa te maltrata cotidianamente entonces es normal que te la agarres con nosotros’ o ‘debe andar con muchas presiones en el club, por hacer aceptado estar de vocal’”.


“Más adelante -sigue Merlina- lo que intentamos hacer fue aceptarlo y listo. Como resignarnos, pero tampoco fue positivo”.


En el orden de lo anterior, hay quienes suponen que la mejor forma de ganar una batalla es someterse a los intereses del otro. Nada más lejos para nuestra salud mental. Como sujetos, necesitamos expresar nuestros deseos y motivaciones. Por ende, si reprimimos nuestros sentimientos lo único que lograremos es malestar, angustia o pérdida de interés en el empleo. Conozco varias personas que renunciaron a buenos trabajos por no ser capaces de gestionar este tipo de relaciones malsanas.


“A veces notábamos que nos íbamos de un lado al otro. Por momentos, era todo una tragedia, hasta llegó a afectarnos en nuestra intimidad como pareja. Y otras veces, tratábamos de hacer la vista gorda, mintiéndonos con que lo que hacía mi papá eran estupideces”.


“¿Y nunca probaron con enfrentarlo?”, pregunté. “¡Eso fue peor… Casi terminamos a las trompadas cuando un día que estaba súper enojado le reclamé un aumento de sueldo! Empezó a decirme que yo no podía ganar más porque hacía poco que estaba y aún no había demostrado nada. No, si te digo que es de terror, es de terror el hombre”.


“Les voy a dar tres ideas para que las prueben y luego me cuentan qué pasa”, les dije al tiempo que arruinaba un pizarrón, escribiéndolo con un fibrón indeleble…

“Escúchenlo, tratando de entender su punto de vista”.


A veces es nuestro prejuicio o el propio mapa mental el que nos impide situar claramente de qué se trata. Nos engañamos, tomando el camino más fácil suponiendo que “no hay un problema real sino personas-problema”.


“Si se quedan en que todo pasa porque es su pariente y se resume a que ‘es un jodido’ lo más probable es que no puedan comunicarse de verdad con él, perdiendo así su opinión y punto de vista”. Como ejemplo, recuerdo el caso de un conflicto de intereses entre un administrativo y un comercial de una reconocida compañía multinacional, en el que uno le reprochaba al otro no cumplir los plazos de sus requerimientos, afectándolo directamente. El problema había escalado hasta un avezado gerente que en una reunión con ambos terminó con el asunto a partir de ubicarse como mediador: la solución fue cambiar el método para la rendición de gastos a través de una mejora en el sistema informático de la empresa. Pero esto recién pudo darse cuando las partes implicadas dejaron de ver al otro como un enemigo sino como una persona a la que también le pasaban cosas.

“Intenten despersonalizar y separar-despegar el problema de Luciano”.

“Sé que es lo más difícil para ustedes, muchachos… Pero déjenme decirles que si están comprometidos afectivamente no podrán analizar la situación de manera objetiva. Se adjudicarán roles positivos: “Nosotros tenemos la razón en esto, somos los buenos”. Y le atribuirán los malos a él. Así como también quedarán literalmente pegados a la dificultad desde la vulnerabilidad o su opuesto, como perseguidores de Luciano. Hay que pensar detenidamente si la conducta poco cooperativa obedece a una actitud personal hacia ustedes dos o bien es algo repetitivo, susceptible de ser observado como manera habitual de actuar. Les recuerdo que me dijeron que Luciano era así con todo el mundo así que…”.

“Última: Analizar si no son ustedes el problema”.


“Les recomiendo realizar una profunda introspección para ver si con sus actitudes disparan manifestaciones desagradables de él. La pregunta sería: “¿No estarán haciendo algo que molesta al otro, ya sea con sus palabras, conductas o aún, silencios?”. Es necesario tener valor para tomar este camino pero bien vale la pena…” terminé.

Previo ¿Chi lo sa? (o lo que sería igual a: quién sabe)
Siguiente EDICIÓN IMPRESA 18-05-2019