Por Astrid Riehn
dpa
La escritora Hebe Uhart, famosa por sus cuentos y crónicas de viaje, murió hoy a los 81 años en la ciudad de Buenos Aires, confirmó a dpa Natalia Viñes, responsable de prensa de la editorial Adriana Hidalgo, donde la autora publicó varios de sus libros.
“Falleció Hebe Uhart, nuestra escritora, amiga y maestra. Estamos muy tristes, la vamos a extrañar mucho”, tuiteó también la editorial independiente Blatt & Ríos, que editó un libro llamado “Las clases de Hebe Uhart”, en el que la periodista Liliana Villanueva recopiló las lecciones de escritura que daba Uhart en su taller literario.
Y es que además de escribir cuentos como “Guiando la hiedra”, “Querida mamá”, “El budín esponjoso” y “Uno se va quedando”, Uhart, dedicó los últimos 30 años de su vida a impartir talleres literarios en su casa del barrio de Almagro, en Buenos Aires. Su taller era, junto al de Abelardo Castillo, quien murió el año pasado, uno de los más famosos de la capital argentina.
Nacida en la ciudad argentina de Moreno, en la provincia de Buenos Aires, Uhart estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Su universo literario estaba conformado por los personajes que fue conociendo durante su infancia en Moreno, en ese entonces un pueblo, sus años como maestra y directora de escuela de provincia y luego ya como docente universitaria de Filosofía en Buenos Aires.
“Durante la infancia es cuando se dan las impresiones más fuertes. Es todo nuevo, uno aprende siempre, por lo tanto es una época de descubrimientos, en la que los hechos tienen una repercusión profunda”, dijo Uhart a dpa en una entrevista realizada en 2010 con motivo de la publicación de sus “Relatos reunidos”. “Hay muchos escritores que vuelven a la infancia. Decía (el uruguayo) Mario Levrero que él no escribía para escribir bien, sino para recordar. Y en general se escribe para recordar, para fijar un hecho”, añadió.
El año pasado fue distinguida con el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas, que otorga el Estado de Chile a la trayectoria literaria, uno de los mayores reconocimientos de la lengua castellana.
Uhart ponía especial énfasis en los modos de decir de sus personajes. Los niños de las escuelas de provincia de sus cuentos dicen “lumbrí” en lugar de “lombriz” y las maestras, cuando les contestan ya algo cansadas, no dicen “bueno” sino “buen”.
“Para escribir hay que saber escuchar, para incorporar palabras o expresiones que uno no tiene”, afirmaba la autora, que contaba con un oído atento para reflejar en sus textos el habla coloquial de sus personajes y detectar, incluso, palabras nuevas o inventadas, algo que la apasionaba. “Pordelantear, por ejemplo, la tomé de una señora que vino a mi casa y que me dijo ‘Yo avanzo sin pordelantear a nadie’”.
Si bien llevada décadas escribiendo, la carrera literaria de Uhart, que comenzó a principios de los años 60, ganó notoriedad hace poco menos de diez años con la publicación de sus “Relatos Reunidos” por la editorial Alfaguara, una selección de sus cuentos y “nouvelles” que la llevó a ganar numerosos nuevos lectores. En la misma colección habían sido publicados los cuentos de autores como los argentinos Julio Cortázar y Rodolfo Fogwill, quien decía de ella que era “la mayor cuentista argentina contemporánea”.
Hasta ese entonces, Uhart había publicado en editoriales más pequeñas, independientes, muchas de las cuales ya no existían, lo que volvía sus libros bastante difíciles de conseguir.
Más allá de esto, Uhart siguió vinculada toda su vida a las editoriales independientes, como Adriana Hidalgo, donde publicó algunos de sus últimos libros, como las crónicas de viajes “Viajera crónica” (2011), “Visto y oído” (2012), “De la Patagonia a México” (2015), “De aquí para allá” (2016) y “Animales” (2017).
“Desde Adriana Hidalgo editora, les informamos con profunda tristeza que la escritora Hebe Uhart falleció en Buenos Aires, en el día de hoy. Enviamos un cálido abrazo a su familia y a sus amigos en este día tan triste”, indicó la editorial. También la escritora argentina Claudia Piñeiro, autora de libros como “Las viudas de los jueves” y “Betibú”, expresó su pesar. “Muy triste. Bella persona, gran escritora: murió Hebe Uhart”, escribió en Twitter.
A Uhart le encantaba viajar por los pueblos del país en busca de refranes que anotaba prolijamente en una libreta. En ellos encontraba, como dijo a dpa, una “síntesis y una forma particular de ver el mundo”. Muchas de sus crónicas no eran de lugares remotos, sino de pequeños lugares a unos pocos kilómetros de de Buenos Aires.
La escritora y profesora de literatura Graciela Speranza ha afirmado que muchos de los cuentos de Uhart se basaban en “materia autobiográfica”, en la “pequeña historia: visitas a la casa de la abuela, parientes y vecinos, clases en la escuela, incidentes domésticos, lugares comunes de una familia media de clase media”.
“Mi nuevo amor”, de Hebe Uhart
Tengo un amor nuevo y con él aprendí muchas cosas. Por ejemplo, los límites. Tantos años de ir a lo del psicoanalista para escucharlo repetir siempre: “Pero usted se tira a la pileta sin agua”. A mí esa frase me producía consternación, porque una pileta sin agua es de lo más triste que hay. O si no, me decía: “Hágase valer, usted tiene una imagen muy deteriorada de sí misma, usted es inteligente, es creativa”. Eso a mí me daba como un destello de valor por un momento y después me sonaba a consuelo, como cuando alguien presenta a otra persona a un tipo o una tipa impresentables y para arreglarlo dicen: “es historiador” o “viajó a Tánger”, y como yo creo que lo que siento es verdadero amor, no necesito ni ser linda ni ser creativa ni viajar a Tánger: él me quiere por lo que soy. Y no le importa si soy un poco vieja, porque es como que no registrara esas cosas: para mi asombro me quiere sin condiciones. Con él aprendí la expresión de la mirada, que vale por mil palabras: no me asusta si en sus ojos veo una pizca de odio; sé que no es hacia mí como yo suponía antes, o tal vez el análisis anterior haya hecho efecto a posteriori; de pronto uno puede tener una pizca de odio en los ojos por cosas que recuerda, motivos privados. Yo sé con él cuándo debo acercarme porque no es violento para el rechazo y así —y a eso siempre lo consideré una prueba de convivencia que alabaría el analista— podemos estar cada uno en su habitación, pensando en nuestras respectivas cosas sin necesidad de perturbar preguntando “¿qué estás haciendo?” para joderse las paciencias mutuamente. Con él me ha surgido una femineidad insospechada, porque ante su sencillez —es de hábitos regulares y desea cosas simples— he depuesto toda rivalidad o competencia. Compartimos esa cualidad neutra que posee el tiempo después de cierta edad, en que no hay días terribles ni fiestas luminosas, porque los días se enlazan en el comer, dormir, trabajar y ver un poco de televisión.Eso sí, él televisión no mira. A la noche, para separar un día de otro, nos frotamos la frente. Los únicos problemas vendrían a ser la dieta y una sola costumbre que no me gusta, porque es muy delicado en general: sólo come carne picada y se rasca las pulgas delante de la gente.