El oficio de ser Papá Noel


Cuidar la barba todo el año y enfrentar a 80.000 chicos en un mes, desafíos para ser Papá Noel.

 

Pasar horas y horas sin descanso, enfrentar a 80.000 niños en un solo mes, cuidar barba y panza durante todo el año y, sobre todo, cultivar una paciencia infinita, son algunos de los requisitos que deben cumplir los que apuestan al oficio de alquilarse como un Papá Noel de carne y hueso.

 

“Los Papá Noel son los Rolling Stones de diciembre”, aseguró Carlos Giaché, cordobés dueño de una productora en la que desde hace 33 años trabajan más de 40 actores disfrazados del célebre personaje navideño en una treintena de centros comerciales y viviendas particulares de todo el país.

Es que no es para menos: los Papá Noel de centros comerciales en Buenos Aires reciben a más de 80.000 personas del 1 al 24 de diciembre.

 

Además, de shoppings, los Papá Noel también se pueden contratar para entregar los regalos en casa. En los sitios de venta on line, los precios para contratarlo van de los 850 a los 3.000 pesos, y el costo depende de si el servicio es para el mismo 24, el tiempo que pase en casa, o cuán natural luzca Santa.

 

Una barba atada con piolín y un almohadón en lugar de panza abaratan los costos.

Pero para los que se toman el oficio en serio, es condición necesaria contar con una barba natural -cuidada y rasurada sólo una vez al año-, experiencia con los chicos y una ternura y sensibilidad especial.

 

Giaché prefirió no contar cuánto cuesta este servicio premium. “El aspecto físico siempre se puede mejorar, pero no se puede enseñar a ser buena persona. Lo más importante es la parte humana, la cordialidad y la ternura”, aseguró el cordobés que, de todas formas, admitió que lo ideal es que sean gorditos, de barba tupida y pelo blanco.

 

La encargada de pulir todos los detalles es Graciela, la esposa de Carlos, quien aconseja a los actores sobre qué perfume usar, cuál debe ser la postura de las manos, cómo decolorar su barba para que quede “blanca como la nieve” o qué deben decirle y qué no a los chicos.

Uno de sus preferidos es Abraham Ravicovich, de 86 años, que comenzó casi por casualidad a interpretar al “jefe de los duendes de Navidad” hace 15 años y ahora, después de una vida de trabajar como odontólogo, no quiere desprenderse de su nueva actividad.

 

“Realmente no lo siento como un trabajo”, afirmó Ravicovich.

 

Si bien reconoció que recibe un pago considerable, para él “la satisfacción que da en la relación con la gente y con los chicos no tiene precio”.

 

Pero el trabajo de ser Papá Noel no sólo consiste en sentarse en un trono, sino que muchos optan por hacer sus encargos y viajar hasta las casas de los niños el 25 de diciembre a primera hora. “Es un momento extraordinario”, aseguró Giaché, para quien los niños que lo viven “no lo olvidan nunca más”.

Ese día, los padres pactan un horario en el que entregan los regalos y una lista con datos de los nenes como sus nombres, qué les gusta, si pasaron de grado o si perdieron el diente.

 

Así, cuando mágicamente aparece Papá Noel por la puerta, él ya conoce a todos.

 

“Son situaciones que son muy emotivas o que, a veces, sirven para reafirmar la creencia de que que lo sobrenatural existe”, afirmó Ravicovich.

 

De los cientos de miles de niños que se acercaron a pedirle un deseo, Ravicovich recuerda a dos: un chico que le pidió un trasplante de médula para poder vivir y una niña que le preguntó si veía a Dios. “Le dije a esa chica -de unos 6 años- que a veces me lo cruzaba y le pregunté por qué quería saberlo. Me contestó que su madre había muerto y que quería decirle que siempre rezaba por ella y la tenía en su recuerdo. Fue un momento muy duro”, recordó.

 

Eduardo Pavelich es otro de los hombres que se calza el disfraz del “gordito de rojo” y que del 1º y al 24 de diciembre, deja año tras año su trabajo para dedicarse a los cientos de niños que llegan a diario a su trono situado en el hall de entrada de algún shopping.

 

“Cuando un chico llega corriendo, le extendés los brazos y te abraza es imposible no emocionarse. Son historias de conexión que te dan este trabajo que es único”, aseguró el hombre de 66 años.

 

En sus años frente al trono le ha tocado vivir situaciones de todo tipo: el llanto de los que se asustan, las sonrisas y la emoción de los que llegan repletos de alegría, y la desilusión de quienes saben que, en realidad, él es “un impostor” y se lo hacen saber.

 

Sin embargo, asegura que no cambiaría por nada este “regalo” que le dio la vida. “Cuando estoy sentado en el trono, realmente me siento Papá Noel. No sólo hago esto porque me encantan los chicos, sino porque da la oportunidad de vivir algo que no se explica con palabras. Es impagable y el mejor trabajo que tuve en mi vida”, comentó.

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