La sorpresa le ocurre solo a quienes están abiertos a los cambios.
Textos. Psicólogo Gustavo Giorgi. Ilustración. Soledad Grossi.
«Caminando en línea recta no llega uno muy lejos»
El Principito
Pienso que el talentoso compone, pinta, escribe y dice simple. Y creo que Saint Exupéry es una de sus máximas expresiones.
También es cierto que amo el minimalismo (Steve Jobs mediante) en detrimento de esas pomposas imposturas barrocas. Quizás aquí estribe el qué de este texto: la sorpresa debe ser simple y sentirse tan directa como un cross al mentón, pero lindo eso sí. Un cross aterciopelado y contundente como esos vinos de grandes añadas.
El efecto Eureka, la experiencia del Ajá… Insight en términos más actuales.
Todos esos nombres para definir esa experiencia única de lo imprevisto. Esa vivencia totalmente fuera de libreto que nos deja boquiabiertos.
El caso de Arquímedes con su palanca todopoderosa («Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo») o en su famosa y atemporal bañera vienen a contarnos que podemos descubrir algo de repente, en la cotidianeidad. Enterarnos en la verdulería, por ejemplo, que si le sacamos las semillas a los zapallitos, evitaremos su agua tan molesta y corrosiva del piso de nuestras (ahora sí otrora) fallidas tartas.
La sorpresa le ocurre solo a quienes están abiertos a los cambios. Aquí arriba El Principito otra vez diciendo que los caminos derechitos y rígidos no nos llevan a buen puerto. Porque el liderazgo también se trata de eso. De extraviarse de vez en cuando, pero con la brujulita en el bolsillo que, por más maltrecha que sea, aún sirve… La brújula de nuestra experiencia mezclada con la intuición (¿podemos quitar al liderazgo su parte más linda, esa espontánea del «sexto sentido» en pos de una pseudoprofesionalización? Me pregunto si con esto no perdemos magia, como si le quitásemos al jazzero su talento para improvisar…).
Como líderes, podemos sorprendernos cuando ese colaborador que casi no sabía dividir por dos cifras hoy preparó una súper presentación con tablas dinámicas y chirimbolos varios, que parecían dibujar en el aire números y cifras de todo tipo. También, al detectar una oportunidad de negocios his-tó-ri-ca porque el tipo de cambio se movió o las condiciones globales variaron. Fíjense sino los dueños de la plataforma Zoom…
Otro modo de decir lo mismo es pensar en las epifanías. Esas revelaciones producto de una manifestación de otro mundo. Si no tenés fe, no las vas a tener. Se te va a aparecer un santo y pensarás que se trata de una alucinación…
¿Y qué de la serendipia? Esos encuentros/descubrimientos fortuitos y asombrosos…
Te pasa, seguro, que buscando un viejo llavero en los cajones te (re)encontrás con esa lapicera que supo regalarte tu viejo cuando te recibiste y hacía mil años no veías.
La serendipia es parecido pero más profundo. Véase sino el caso del tal Colón que buscando una ruta comercial alternativa terminó topándose con tamaño continente. O lo sucedido a los investigadores del archiconocido vasodilatador, cuando veían azorados que a sus pacientes coronarios se les separaba el pantalón del cuerpo y no por efecto del viento sino por el agrandamiento súbito y ciento por ciento inconciente de su parte más pudenda.

También podemos sorprendernos de nosotros mismos, cuando en lugar de agarrar a piñas al que nos dice una barbaridad, le manifestamos nuestro desacuerdo sin agresividad pero de manera firme. O llegar a casa, ayudar a nuestra hijita a andar en bici y de golpe el corazón palpita y golpea con fuerza: ¡Hace equilibrio solita! Y ni hablar de ese instante de luz plena, cuando vimos que daba sus primeros pasos sin agarrarse de nada…
Estar atento a la sorpresa es abrirse al camino de la incertidumbre y la ambigüedad. Es aceptar que no todo puede preverse a fondo, y estar tranquilo. Lejos de la resignación, es posicionarse activamente en las arenas movedizas de la realidad. Implica tomar la responsabilidad del liderazgo de manera conciente y enfocada, pero con la plasticidad del agua. Viene a mí la imagen de la rama del bambú…
La sorpresa es acción. Es encaminarse con seguridad y firmeza hacia un objetivo que nos desafía constantemente. Que nos muestra lo lindo del punto de llegada pero al mismo tiempo nos hace paladear el camino. Ese estado en el que el tiempo vuela y las ideas fluyen.
Y la sorpresa también es pausa. Es darse la oportunidad de abandonar los pesares por un rato y dejar que la cabeza vague… ¡Grandes ideas vienen a nuestra mente en los momentos más placenteros como cuando estamos bajo la ducha o disfrutando una cancioncita en el auto!
¿Sabías que estar dispuesto a cambiar es estar dispuesto a aprender? Eso también es estar disponible en la dimensión de la sorpresa. Y digo también que eso es patrimonio de los que se consideran falibles.
Este texto es un llamamiento a militar la sorpresa. A reeditar esos momentos en los que ver un gorrioncito alzarse en vuelo nos hacía abrir la boca… A cuando nos emocionaba encontrar un caramelo bajo la almohada o atender la puerta y encontrarnos con un amigo que nos buscaba para llevarnos a patear con su papá, sin previo aviso. La sorpresa de que te inviten a dormir después de jugar toda la tarde en casa de un compa de cole… la alegría de saber que te llevaban de vacaciones a Mar del Plata…
El que se sorprende está sano y a salvo de las preocupaciones innecesarias de todos los días. No seas un líder sin sorpresas.