“El libro de Aurora” (publicado por Alfaguara) compila poemas, relatos y reflexiones de Aurora Bernárdez, nacida en Buenos Aires en 1920 y fallecida en París en 2014, y quien alguna vez confesó: “Creo que siempre tuve una vocación de oscuridad y secreto”.
Por Enrique Butti.
Al principio fue reconocida merced a la fama que en su momento gozaba un hermano mayor (del primer matrimonio del padre), el poeta católico Francisco Luis Bernárdez, cuya obra cuenta con versos memorables. Después, por su casamiento (en 1953) con Julio Cortázar, a quien siguió unida más allá de lo conyugal (se separaron en 1968), tanto como para que él la nombrara su albacea y heredera universal al morir en 1984. Lo cierto es que Aurora Bernárdez fue una escritora secreta que vale la pena conocer.
Los lectores de lengua española la sabíamos una traductora ejemplar, a través de sus versiones de Durrell, Flaubert, Salinger, Bowles, Valéry, Camus, Calvino… Su traducción de los cuentos de Faulkner (“Estos trece”) sigue siendo la mejor que existe en castellano, algo similar a lo que sucedió con esa novela menor del estadounidense, “Las palmeras salvajes”, que tanto influenció a la literatura latinoamericana porque su traductor al castellano fue nada menos que Jorge Luis Borges.
Ahora “El libro de Aurora” (publicado por Alfaguara) compila poemas, relatos y reflexiones de esta mujer nacida en Buenos Aires en 1920 y fallecida en París en 2014, y que alguna vez confesó: “Creo que siempre tuve una vocación de oscuridad y secreto”. Quizás la detuvo, en forma similar a quien fuera su amiga, Silvina Ocampo, competir en la vida diaria con gigantes literarios. En una larga entrevista que incluye este libro, Bernárdez habla de la inevitable comparación de valores con su hermano poeta y con su amado Julio Cortázar, y dice que ellos le imponían una gran exigencia y también una inhibición: “No sé por qué me comparaba, no me puedo comparar, uno no puede compararse con nadie, es ridículo. Pero es evidente que eso es una cuestión teórica, de hecho uno se compara, de alguna manera por lo menos hasta cierto momento de la vida, después ya no. Después ya uno es como es y adiós, es una de las ventajas de envejecer. Se acabó, no hay que demostrar nada, no hay que demostrar que uno tiene derecho a existir y a escribir…”.
Aurora Bernárdez vivió la mayor parte de su vida fuera de la Argentina, pero en sus textos, como en los mejores de Cortázar, hay siempre un habla, un tono (un sabor, un aroma) argentinos. No es casual que sus poemas y cuentos tengan mucho de tango y nostalgia, y otra vez como en los mejores de Cortázar y Silvina Ocampo, tengan recurrentemente que ver con la infancia, con ese paraíso perdido y sus estremecedoras oscuridades, es decir con la nostalgia de una tierra firme, de ya no poder revivir la inocencia ni remediar las crueldades de quien ya no se es. “Los días me traen implacablemente el pasado. Aquel tiempo en que el tiempo duraba”, escribe. En algún momento cita a Ortega y Gasset: “Toda vida es secreto y jeroglífico”. Y también anota: “¿Alguna vez dejaré de ser extranjera para mí misma?”.
Con respecto a Cortázar, de quien por supuesto habla mucho en este libro, quizás lo más revelador tenga que ver cuando, al referirse a la separación matrimonial y a la creciente fama del autor de “Rayuela”, confiesa que a partir de entonces “Julio fue un hombre para afuera mientras yo seguí siendo para adentro”. Hasta el final sería una mujer para quien “es tan difícil hacerme hablar en público como hacerme callar en privado”.
Y también es revelador lo que anota con respecto a la admiración que despertaron algunas de las actitudes o elecciones de Cortázar (que también despertaron, en no pocos lectores y críticos, el recelo de que su “compromiso político” terminara atentando contra sus valores literarios): “Las ‘virtudes’ personales de Julio bien conocidas por quienes lo estimaban, e ignoradas por los demás, no son lo importante: lo que cuenta es la obra. En lo otro hay más posibilidades de duda. E incluso, ¿quién puede meterse a decir, con certeza, cómo era un hombre? En el caso de Julio, sus actos fueron a veces contradictorios: muchos de ellos te sorprenderían. No es el caso de convertirlo en paradigma. Le hubiera repelido. De lo que hay que hablar es de la obra. Para lo demás: silencio”.
Y, para otra vez tomar como referencia a una autora conocida, en un momento en que transcribe una larga charla telefónica con Silvina Ocampo, concluye: “La conversación toda me divierte, aunque tengo la impresión de que me escucha como un vampiro. Cierto que de alguna manera yo también lo soy. La preuve es esto que escribo”. Sí, tal como podemos juzgar en “El libro de Aurora”, hay letras con sangre y vida más allá de la muerte.