Por Lucila Cordoneda.
Creo que no son demasiados los recuerdos que uno decide almacenar. Menos aun, cuando de recuerdos de adolescencia se trata. Sin embargo, acá estoy, acarreando uno que por diversas razones, vuelve a aparecer.
No siempre resulta sencillo entender lo que para una alocada y desgarbada ruluda quinceañera, posiblemente más triste e insegura que rebelde, puede haber significado sentir que por fin «hacia algo bien».
Exactamente eso sentí el día en el que, en el viejo salón de actos de la escuela tan entrañable como sombrío, escuche mi nombre, cuando se anunciaban las ganadoras del concurso literario.
No recuerdo el seudónimo que usé, qué más da. En cambio, nunca me olvidé de los gritos de alegría de mis amigas, esas que aun hoy se alegran conmigo y de mi. Yo solo pensaba en salir corriendo a contárselo a mamá y a la Lela.
Este domingo recordamos especialmente a los padres.
Al volverlo a tipear tuve que resistir la tentación de corregir, reescribir y tachar.
«Demasiados puntos suspensivos», «esa rima en la prosa… mmm», hubieran sido las posibles y amorosas sugerencias de mi querido profe Gustavo Farabollini. A quien, obviamente, nunca me hubiera atrevido a mostrarle este texto, pero quien, en un mensaje que aun guardo, me dijo «nunca dejes de escribir».
Y acá vamos entonces. Más grande y con varias vergüenzas menos, lo comparto.
Sepan entender. Los abrazo y gran día a los padres todos.
Olor a sal. Perfume de mar.
El mar, inmenso testigo no viviente de sucesos ya vividos. Generoso confidente de secretos infantiles. Ladrón de hombres y de siglos. Amigo de bohemios y valientes, pero enemigos de débiles sin destino.
Puente tantas veces y muro muchas otras.
Omnipotente monumento de belleza que halaga a Dios en cada una de sus olas.
Inmensa fuerza embravecida.
Hoy me paro ante tus pies. Dejo que mis secretos se vuelvan tuyos, te alcanzo mi mano, hasta embriagarla de tu olor. Dejo que el viento me llene de tu perfume y trato nuevamente de que seas mi testigo… y amigo… y confidente.
Único sabedor de mis angustias, tierno consejero de mis días.
Porque es tu susurrar el que contesta mis pedidos, es tu perfume el que escucha sin agote mis lamentos, son tus gaviotas las que me hacen compañía y sos vos… el tierno compañero de mi vida.
Mas hoy, todo parece una ironía, se ha burlado de mi toda la vida. Se ha ido con vos toda mi infancia y viene con vos mi adolescencia.
Hoy tus olas ya no son una caricia, hoy tu música ya no es mi compañía, tus olas solo me inspiran cobardía, tus gaviotas burlan mis suspiros, sus gritos apagan mis sentidos… ya no entonaré acordes con tu voz.
Hoy mi vida se acaba con tu presencia y no revive como antes.
Hoy mis ojos son cristales de salado dolor.
Hoy mis manos ya no quieren embriagarse con tu olor.
Hoy sos negro, o quizás púrpura, no sos más el inmenso azul celeste que me deleitaba en su estío…
-No está más, ¿sabes?… se fue…
Ya no puedo escucharte… solo puedo nombrarte
Ya no puedo tocarte… solo puedo soñarte
…papá…