Retrato de poeta


«Todo se une con la noche», de Vanina Colagiovanni, retrata a la notable poeta Juana Bignozzi en una multifacética panorámica de su trabajo y su vida, desde su infancia en un humilde hogar anarquista hasta sus últimos años de soledad.

TEXTOS. Enrique Butti.

Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937-2015) es la retratada en «Todo se une con la noche», de Vanina Colagiovanni, biografía que acaba de editar Gog & Magog. En una multifacética panorámica asistimos al trabajo y los días de la notable poeta, desde su infancia en un humilde hogar anarquista (esa «aristocracia obrera» en la que no había heladera pero se leía y asistía al Teatro Colón) hasta los últimos años de soledad, después de la muerte del marido que la acompañó toda la vida (manteniendo en vilo a los amigos repitiendo «quién va a ser mi albacea, quién se va a hacer cargo de todo esto»). Y en el medio, la juventud militante, las letras, la bohemia, el largo período de permanencia en Barcelona, ciudad a la que describe con encono; el tenaz trabajo como traductora (de unos 400 libros); su carácter arrebatado y hasta feroz («Era terriblemente celosa, donde no podía reinar no funcionaba», cuenta Andi Nachón); sus amigos y enemigos (de Alejandra Pizarnik recordaba su sentido del humor: «Nos hemos reído tanto con Alejandra. Tal vez su problema fuera un desencaje con la realidad cotidiana, cómo comer, cómo lavarse una blusa. Ella captaba la realidad, pero en otro sentido»)…

El ambiente y los personajes que pueblan el libro son de raigambre netamente porteña, más allá de los episodios de la estadía en España. Sin embargo hay también momentos en los que tangencialmente Santa Fe está presente, como la mención a Edgardo Russo, que publicó a Bignozzi en su pasaje por la editorial Adriana Hidalgo, quien se quejaba de los numerosos faxes que el marido de la poeta hacía llegar a la editorial y a quien al parecer Bignozzi «llamaba a cualquier hora».

Después, Tamara Kamenszain cuenta que en junio de 2006, en un congreso de literatura argentina en nuestra ciudad, leyó poemas vinculados con «cierta semántica judía», y Andrés Rivera la atacó aduciendo que cómo era posible que «esta poeta con todo lo que está pasando en Israel escriba sobre Jerusalén». Kamenszain dice que quedó muda, aterrorizada, que ahí Bignozzi cazó el micrófono y destruyó a Rivera diciéndole que no entendía nada de poesía, que estaba haciendo una lectura exterior, y que cuando terminó de hablar el público se puso de pie para aplaudir.

Finalmente, en 2009, en el cierre del Festival de Poesía de Rosario, leen Bignozzi y Estela Figueroa, que está nerviosa porque no le gustan las lecturas en público y «busca desesperada algo en la cartera, y entonces Juana le dice al micrófono –¿qué buscás?– . Estela le responde: ‘una pistola, para matarme’. Y Juana le dice: –¿querés un caramelito?–, saca un caramelo y se lo da. La lectura fue espectacular, las dos brillaron, las aplaudimos de pie».

¿Cómo contar una vida? La pregunta, que desveló a Marcel Schwob y a todos los grandes biógrafos también acomete a Vanina Colagiovanni: «La tarea me parece inabarcable, infinita. Tengo páginas y páginas de entrevistas que hice a quienes la conocieron, fui reuniendo sus libros, las notas de prensa, tengo fotos inéditas, su voz en dos entrevistas que me dio en 2001 y 2003, los mails, las postales desde España…». El resultado es un retrato vívido y luminoso (y amoroso también, aunque no oculte aristas espinosas), como el retrato que Andrea del Sarto hizo de su mujer Lucrezia, y que Bignozzi tanto admiraba. La habilidad de Colagiovanni en ensamblar testimonios y anécdotas (y atinentes y numerosas citas de versos de todos los libros de Bignozzi) logra además pintar, en el fondo oscuro de Del Sarto, una variopinta radiografía de la época y de los poetas argentinos más renombrados de aquellos años. Un apéndice con diez poemas completan el volumen.

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