Ricardo Darín enamoró a la cámara ya desde niño. El actor argentino no sumaba ni diez años cuando debutó en la televisión y, desde entonces, su mirada líquida y un talento fuera de dudas lo han llevado a protagonizar algunos de los títulos esenciales de la cinematografía de su país.
Por Elena Box
dpa
Hoy, el Festival de San Sebastián rinde homenaje a uno de sus intérpretes más queridos entregándole el Premio Donostia a toda su trayectoria. Por primera vez, el certamen donde presentó “El secreto de sus ojos”, que luego se llevaría el Oscar, y que lo coronó con la Concha de Plata por su papel en la española “Truman” -ex aequo con Javier Cámara- distingue con este galardón a un actor sudamericano. Y con ello, al segundo latino tras el puertorriqueño Benicio del Toro.
Según confesó Darín en una abarrotada rueda de prensa, “ésta es el tipo de situación que obliga a mirar un poco hacia atrás”, cosa que normalmente no hace. “No soy muy amigo de hacer revisiones históricas”, explicó, “pero uno se encuentra con muchísima gente e ineludiblemente va recordando sensaciones, abrazos, amores y es muy lindo”. Con todo, añadió, no necesita premios para sentirse querido “en esta tierra tan familiar”.
Tras varios trabajos en televisión, Darín inició su carrera en la gran pantalla a finales de los 70 de la mano de cineastas como Julio Porter o Adolfo Aristarain. La ópera prima de Fabian Bielinsky “Nueve Reinas” (2000) supuso su salto a la fama internacional y Juan José Campanella hizo que especialmente el público femenino cayera a sus pies con “El mismo amor, la misma lluvia”, “Luna de Avellaneda” o “El hijo de la novia”.
Sin embargo, lejos de estancarse en el papel de galán despistado y soñador, el actor que en enero cumplió 60 años ha sido padre de una adolescente intersexual en “XXY”, ladrón en “El baile de la victoria”, abogado sin licencia en “Carancho” o sacerdote en “Elefante blanco”.
Su nombre en Twitter, @BombitaDarin, se lo debe a su papel de ingeniero experto en explosivos en la aplaudida “Relatos Salvajes”.
Y es que según Darín, recién aterrizado de un Madrid donde presenta sobre las tablas “Escenas de la vida conyugal”, la zona de confort “puede ser mala consejera y engañosa”.
En su opinión, la parte más creativa o artesanal de su trabajo como intérprete es la “sensación vertiginosa” de aproximarse a un personaje, sin saber muy bien hacia dónde le llevará.
Eso sí, “los actores no nos soportamos, nos gustan otros”, ironizó en una rueda de prensa donde quedaba clara su sintonía con quienes preguntaban. “Cuando uno ve un trabajo terminado se fija mucho más en qué podría haber hecho, es un poco autodestructivo”, explicó. “Uno rechaza la posibilidad de juzgarse a sí mismo. El ejercicio de jugar a ser otro es la parte más divertida de nuestro oficio, pero verte plasmado puede ser traumático”.
Como parte del homenaje, el Zinemaldia proyecta hoy “La cordillera” (Santiago Mitre), estrenada en el pasado Festival de Cannes y en la que Darín encarna a un ficticio presidente de Argentina.
Sin embargo, dar el salto a ese ruedo, como hizo su colega Arnold Schwarzenegger -estrella de la jornada anterior-, le resulta impensable. “No tengo la suficiente frialdad como para estar en un territorio tan minado”, afirmó.
Preguntado por su nuevo look, con el pelo y la barba mucho más largos de lo habitual, Darín bromeó que la vitamina que toma se le “fue de control”. Lo que sucede, siguió en tono de broma, es que Asghar Farhadi no tiene claro qué imagen quiere para su personaje en “Todos lo saben”, que rueda junto a Javier Bardem y Penélope Cruz. “Por eso me tiene como un ‘homeless’ y no me deja quitarme esta peluca”, añadió.