Tiempo de hilvanes y de besos


Por Lucila Cordoneda

Los tiempos de crisis suelen ser los de mayor puesta expresiva, los de los grandes descubrimientos, los de avances y crecimiento.

¿Qué los mueve? ¿Qué los anima? La necesidad posiblemente.

Solo eso. Completamente eso.

Hace miles de años, dicen, intentando dar respuesta a una necesidad básica de abrigo, hubo quienes cortando y zurciendo prendas de vestir viejas, armaban piezas mayores, «a estrenar».

En algunos casos, estas prendas, generalmente colchas llevaban en su trabajo de precisión exquisita, mensajes ocultos.

Estos grandes cubrecamas sirvieron en la época de la guerra civil en Estados Unidos, por ejemplo, para indicar por medio de sus parches decorativos, a modo de signos, las vías y sitios de resguardo especialmente para los esclavos negros que escapaban. Se compartían distintos códigos secretos que se «parchaban» a la colcha y ésta , colgada de una ventana, permitía el intercambio de información.

Hace unos días recibimos la noticia de que, el legendario compositor de algunas de las más maravillosas bandas de sonido de la historia del cine, había partido.

No seré original seguramente, si digo que inmediatamente reproduje con detalle esa cinta repleta de besos, ese homenaje al amor. En aquel pueblo remoto, herido por la guerra no había mucho más para hacer que ir a gritarle un rato a la gran pantalla del Cinema Paradiso.

Al refugio de la multitud que se agolpaba en la puerta del cine, de sus llantos, excitaciones y asombros, de sus escenas prohibidas acompañadas de abucheos, de sus tragedias y amores fue armándose la amistad entre aquel hombre y el niño.

Y el final… segura de no estar delatando ningún secreto porque ¿quién no vio Cinema Paradiso? Y el que no lo hizo, seguro escuchó hablar de sus escenas y de su mágico fin. Ese final, ese recorte y pegue, esa colección minuciosamente atesorada, ese patchwok infinito.

Una metáfora del tránsito, de la vida, de ese hilvanado sencillo y artesanal que hacemos de ella. Puntada tras puntada vamos uniendo los retazos, los que por la razón que sea son seleccionados para armar la gran obra. Las telas que sobran, las que encontramos, aquellas que buscamos «porque en algún lado las guardamos», las que alguien nos regala, las que pertenecieron a alguna prenda favorita…

Y, aunque el viejo protagonista se esmere en hacerle entender a Totó que «la vida no es como en las películas, es mucho más difícil», yo creo que, cómo en las películas, elegimos qué contar y cómo hacerlo.

Y eso, queridas Mal Aprendidas mías, eso puede hacerla más fácil y, por qué no un poco más mágica.

Elijamos nuestra propia banda de sonido, tarareemos nuestros propios compases que todavía nos quedan unos cuantos retazos a hilvanar.

atentti caras mías, ningún diseño parece ser el acabadamente definitivo.

A crear se ha dicho, o mejor, a tejer, a entramar, a pensar y enlazar nuevas urdimbres y a no temer andar a contrahilo, a no desesperar con el deshilache que cada obra, cada nuevo paño es propio, original y eso, solo eso, lo hace verdaderamente bello.

«Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te da la nostalgia y regresas, no me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste, y hagas lo que hagas, ámalo; como amabas la cabina del Cinema Paradiso cuando eras niño».

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