El 31 de enero fue el último día en el que Riccardo Tisci ofició como director creativo de Givenchy. Un recorrido de doce años en los que el diseñador supo recrear el romanticismo y hacer de la moda una verdadera fiesta.
Textos. Georgina Lacube.
Cuando de chico tenía un mal día, su madre le aconsejaba que se ponga a acomodar su cuarto para relajarse. ¡Y vaya que lo conseguía!
De ese modo se convirtió en un verdadero fanático del orden y la limpieza, no sólo en su casa, sino también en todos los aspectos de su vida, a tal punto que solía declarar: “el orden me permite ver lo que hay dentro del desorden”. La frase proviene de Riccardo Tisci, el diseñador italiano que, paradoja mediante, alborotó la moda durante 12 años con su erótico trabajo en Givenchy, firma en la que se desempeñó como director creativo hasta enero. “Siento un especial afecto por esta icónica firma, su asombroso taller y el hermoso equipo con el que trabajé, ese que hizo posible mis 93 colecciones y que me acompañó en mis locas aventuras. Su amor y apoyo incondicional permanecerán por siempre en mi corazón. También quiero agradecer al grupo LVMH y al señor Bernard Arnault por haberme brindado una plataforma para expresar mi creatividad durante todos estos años. Ahora deseo centrarme en mis intereses personales y mis pasiones”, redactó Tisci en un comunicado que publicó en su cuenta de Instagram (en la que tiene 1,8 millones de seguidores), haciendo oficial su salida, que se produjo el pasado 31 de enero, día en el que finalizaba su contrato.
Por supuesto, su inesperada partida fue otra de las tantas que conmocionó al ambiente fashion, generando todo tipo de chismes acerca de los motivos. Uno, el que suena cada vez más fuerte, tiene que ver con la posibilidad de que se vaya a unir a Versace, sello por el que él sentía pasión desde el momento en el que se empezó a interesar en la industria de la moda y el diseño. Prueba de ello son sus reiteradas expresiones de admiración por el desaparecido Gianni Versace y la estrecha amistad con Donatella (hermana menor de aquel, actual vicepresidenta del grupo Versace y jefa de diseño de la legendaria casa italiana), a quien llegó a invitar nada menos que a la campaña de la maison para su colección de otoño de 2015.
Más allá de los rumores, lo que vale destacar son sus inicios en el rubro (hoy ya tiene 42 años) y sus méritos con la casa fundada en 1952 por el muy francés Hubert de Givenchy.
Formado al filo de las agujas de la prestigiosa academia Central Saint Martins de Londres donde graduó en 1999, no tardó en convertirse en uno más de los ilustres alumnos de la institución. Tras sus estudios, regresó a Italia y trabajó en firmas como Antonio Berardi, Coccapani, Puma y Ruffo Research. Sus ganas de progresar lo llevaron en 2004 a inaugurar su propia marca, con la cual presentó en Milán una colección hecha totalmente a pulmón y que contó con el apoyo de Mariacarla Boscono (top model e íntima amiga suya). “Ella me dio una mano enorme tanto con la difusión del evento como involucrando a todas sus amigas. Mientras mi madre y mis hermanas cosían en la cocina, modelos como Karen Elson o la propia Mariacarla invitaban a las directoras de Vogue cuando las encontraban en el backstage de otros desfiles. Cuando llegó el día, las modelos se maquillaron ellas mismas, mi hermana se encargó de los peinados y un amigo hizo de dj. Y, como por arte de magia, todo salió bien. Aquel fue un desfile único, triunfal”, detalló a Vogue España.
Con esa exitosa colección atrajo la atención del más importante grupo de marcas de lujo, Louis Vuitton-Moët Hennessy (LVMH).
Así, en el 2005 y con apenas 30 años, dejó de lado su sello, relevó a Julien Macdonald e inauguró una etapa en la que supo llevar a las calles el estilo gótico a través de perlas y bordados en negro y una delicada mezcla de plumas y lencería. Convirtió la oscuridad en luz y consiguió convencer al mundo de que su rebeldía era pura creatividad. Y todo ello en Givenchy y con la bendición del mismísimo Hubert. Una osadía que tardó en ser considerada por las clientas de casa y la prensa. Así lo evidenció su primera colección de Alta Costura, que remitió a un paseo con estética marinera, viajes a través de la oscuridad y el gótico más romántico que los medios tildaron de excesivamente compleja. Pero este tropezón no fue una caída para Tisci, quien en el 2009 se consagró en la maison cuando Madonna empezó a lucir sus diseños en el escenario y la crítica terminó de confirmar que su fórmula, basada en los principios de la aristocracia, la ironía, la sensualidad y lo chic, como él lo definía, funcionaba. “Siento que por fin he encontrado mi lugar en París”, declaraba a propósito a Vogue.
Así, la Ciudad Luz y el mundo también, por qué no, se rindió a sus famosas siluetas esqueleto, sus marineros convertidos en sirena, las cadenas (una demostración de cómo la simbología religiosa tiene cierto pasado grunge) y a su manía de esconder a las modelos detrás de máscaras, velos y piercings que cubrían toda su cara como parte de una ornamentación ostentosa que marcaba su obsesión por una virgen caída en desgracia.
Para él, la moda siempre fue una fiesta. De hecho, sus monumentales presentaciones reunían a miles de celebrities como Meryl Streep, Beyoncé, Rooney Mara (embajadora de la casa en el 2012); y musas como Liv Tyler, Marina Abramovic, Iris Strubegger y Liya Kebede.
Algo que también ocurría en sus cumpleaños en Ibiza y en el front row de la capital francesa. De repente, cada vez eran más las que caían rendidas a su hechizo. Hasta fue quien le diseñó el traje de boda a Kim Kardashian y el ganador indiscutido de la alfombra roja de la Gala MET de Nueva York en 2013.
Algo que también sucedió en la última Semana de la Moda de París, donde los 13 vestidos de su autoría resultaron “casi más emocionantes que el resto de los desfiles de haute couture juntos”, según la crítica especializada. Auténticas piezas preciosistas que a la fecha se exponen en las oficinas parisienses de la maison francesa como obras de arte, todas inspiradas en la imagen que tenía del lejano oeste cuando era niño. De este modo concibió un espectacular vestido compuesto por decenas de atrapasueños, cada uno distinto y todos ensamblados como en un rompecabezas para crear volúmenes y capas. Las modelos-chicas del saloon también estaban representadas en una pieza con tres tipos de plumas trabajadas sobre tul. Los flecos, imprescindibles en cualquier historia de indios y vaqueros, compusieron un conjunto de chaqueta y pantalones en piel y cuero, mientras que dos vestidos a medio camino entre la era victoriana y el western: uno blanco realizado en organza y macramé; y otro, de cuadros, con pequeños espejos cosidos y la espalda abierta y ribeteada en volantes de organza plisada, acapararon todos los aplausos.
Una genialidad compensada por una gran dosis de humildad. Es que Riccardo Tisci siempre mantuvo presente sus humildes orígenes: “Mi fichaje supuso uno de los mayores regalos de mi vida. Al firmarlo retiré de la venta la casa de mi padre, en la que todos mis hermanos habíamos nacido y crecido, para que mi madre pudiera vivir y morir en su propio hogar. Pude ayudar a mis hermanas y hasta me hice cargo de los estudios de mis sobrinos… Hoy soy como un padre para todos ellos. Es un sentimiento que va más allá de la felicidad”. ¡Chapeau!