Por Euge Román
Amaba mirar el programa “Vestido de Novia” por la variedad, no solo de tipos de vestidos sino de novias y familias acompañando el proceso de elección. Padres que pagaban fortunas por el vestido que se le antojara a su hija favorita que estaba por casarse, madres que opinaban sobre como debía ser el vestido, hermanas sin tapujos para decir lo espantosa que lucía, amigas que largaban en llanto al ver salir a la novia del probador, tías que animaban a animarse a más, novias con presupuesto firme sobre lo que iban a destinar al vestido de su boda…

En Argentina y en nuestra región más aún, las novias son autoelectoras (acabo de inventar esa palabra) de sus vestidos de boda, eligen y generalmente pagan cada detalle del mismo, sea este traído del exterior, comprado en ciudades como Buenos Aires, Córdoba y Rosario; realizado por un/a diseñador/a, por una amiga o por la modista de toda vida. En general hay opiniones, aportes, pero es la novia quien decide cual será su vestido de boda.
Y por suerte el abanico vuelve a abrirse: comprado, bordado, lánguido, en 2 partes, al cuerpo, con la tela del vestido que fue de la abuela o heredado de la madre y rediseñado, en capas, cola de sirena, con flecos, pintado a mano, con larga cola, con velo, sin espalda, con mangas largas…
Así de diferentes también son los sentimientos y actitudes previas y post boda. En la previa está la novia que lo mira todos los días, la que arranca a pensarlo 30 días antes, la que come lechuga para poder permanecer dentro de él sana y salva, la que no se lo muestra a nadie, la que se lo muestra a todos menos al novio, la que lo elige suelto para poder bailar cómoda, etc. Y post-boda tenemos la que el lunes lo manda a tintorería y luego googlea o pregunta cómo guardarlo mejor, lo envuelve en papel de seda o celofán azul, luego en tela blanca, en cajas… y otra que el domingo mismo lo metió en el lavarropas a dar vueltas; la que pasados 3 meses lo tiene intacto de suciedad solo para recordar lo mucho que bailó.

Pero creo que hay un momento -por diferentes que sean ellas- existe un instante, que dura menos de 30 segundos, en el que todas tienen en mismo sentimiento, y ese instante es cuando se lo ven puesto por primera vez, solo ellas sabrán de que les hablo.
Luego, en el post boda, hay un 80% de mujeres que no saben que hacer con él y otro 20% que es completamente feliz de conservarlo como pieza de museo para la posteridad “mirá el vestido que usó mamá…”. Pero ahí en ese 80% es donde se abre una nueva puerta, puerta que en otros países e incluso en lugares como Rosario y Buenos Aires ya está más aceitada: la venta del vestido de novia, la posibilidad de despedirse del mismo y dejarlo libre para que pueda hacer feliz a alguien más. El famoso SOLTAR lo que ya pasó por hermoso que haya sido, es que ya no lo van a volver a usar, es que ya tal vez no entren en él, o simplemente ocupen un lugar donde solo se quedará para guardar polvo. A partir de esto comenzamos con una amiga un desafío llamado Novia Americana que recién abrió las puertas y está dando sus primeros pasos, solo faltan novias que se animen a darle nueva vida y otro valor a ese vestido que ya fue testigo de un gran día y un gran amor.
¿Y vos? ¿Qué harías con tu vestido de novia?