Vientos que amontonan alegría


Fabiana Agüero y Luciana Ferreyra son facilitadoras y creadoras del taller de narración El viento nos amontona. La energía que concentran es chispeante -como sus risas- y es contagiosa. ¡Qué peligro! Propagan ganas de narrar, conocer más y divertirse.
Textos: Romina Santopietro. Fotos: gentileza El viento nos amontona y Titi Nicola.

Las preguntas son respondidas a dúo y a veces, al unísono. La dinámica y la química que manejan estas dos narradoras es alucinante, terminan las frases de la otra y acotan sin superponerse. Todo el tiempo colaboran en explicar y dar más datos sobre el taller que gestaron juntas y que les apasiona llevar a cabo.

 

Fabiana es bibliotecóloga, psicóloga social, facilitadora lúdica y narradora oral. Trabaja en UNL y hace montones de otras cosas que la cargaron de miles de herramientas que aplica en toda la miríada de cosas que hace. Desde hace 6 años forma parte de El Patio, el proyecto del Ministerio de Educación. Se define como militante de la educación no formal.

 

Luciana es diseñadora gráfica, profesora de Lengua y Literatura y co-coordina el taller con Fabiana. La UNL es el lugar donde el viento las amontonó por primera vez.

 

“La narración oral es la formación más importante, y la que más desarrollamos en El viento nos amontona. Que conectemos contando historias, y que todos puedan contarlas, es el ingrediente fundamental del taller. Y lo que hace también diferente la propuesta. Nosotros no leemos las historias, las contamos”, comienza “Fabu” y termina Luciana. “La narración oral de las historias de vida y de cualquier historia que uno desee contar, es una formación maravillosa”, amplía Fabu. “Y es la materia prima que nos habilita a todos, porque todos podemos contar historias. No necesitamos estar alfabetizados para contar, para ser narradores”, tercia Luciana. “Y no hay límites de edad, ni de ningún tipo”.

“Rompemos paradigmas, abordamos desde otro lugar la narración, la lengua. Las escuelas tienen muchos problemas para lograr que los chicos lean, y escriban”, cuenta Luciana.

 

“Entonces, nosotras desde El Patio pudimos validar estas prácticas que para nosotras son las que ayudan a conectar a niños, adolescentes y adultos con la narrativa, con la lectura, con la lectoescritura… La lectoescritura es en la educación formal un ‘cuco’. Y se dice que hay mucho déficit de atención. Desde El Patio vemos tarde a tarde que hay otras maneras de conectar, de forma ‘exitosa’, si se puede aplicar esa palabra”, describe Fabu.

 

“Muchos docentes nos pregunta cómo hacemos, por qué esto que pasa en el taller no pasa en el aula… y es una pregunta que siempre devolvemos. Porque son prácticas que validamos desde nuestro trabajo en el taller y esperamos que se contagie al ámbito más formal del aula”, dice Fabu. “Por eso es que iniciamos este emprendimiento y lo difundimos, empezamos a ver que hay otros ‘vientos’ por otros lados y lo vemos como algo muy positivo”, secunda Luciana.

 

“Esto que vemos que sucede, queremos que pase en otros sitios. Y es romper con otro paradigma, también. No nos apropiamos del conocimiento, con una actitud de ‘es sólo mío, yo lo descubrí’”, se entusiasma Fabu. “Entonces, una de las tantas inquietudes que tuvimos con Luciana fue que esto se replique en otro lugar, ya no sólo en El Patio”.

Atreverse a jugar

 

Entre las dos explican que la educación las interpela, las desafía. Trabajar desde el juego, desde las emociones, abre todo un capítulo que la educación formal no aborda. Conectar con las vivencias diarias, cotidianas, ser la propia voz la que cuenta.

 

Ser “contados” por uno mismo, y no que venga otro a contar nuestra historia, es uno de los pilares de este taller. Dejar de ser espectador de la educación, y tomar rol participativo y fundamental para aprehender los conocimientos, jugando.

“Nos parecía súper importante armar una plataforma de talleres para replicarlo, para contagiarlo. Hacerlo con los niños y adolescentes, pero también con adultos que preguntan cómo trasladarlo a un aula, a una clase. Y la mejor manera de formar al adulto, es que venga y participe del taller, que se sume y sea parte. Ese educador, ese formador que está en otros territorios, que venga y descubra y ellos mismos lo adapten para trasladarlo a su ámbito de tareas”, explica Fabu. “La cuestión es vivenciarlo. Todos los talleres para formadores, tienen que protagonizarlo, ‘pasarlo por el cuerpo’. Nosotras podemos contarlo, pero es necesario vivirlo”, acota Luciana.

 

“Los aprendizajes los abordamos desde el cuerpo, desde la emoción, desde el juego y la materialidad”, enumeran las dos. “Por ejemplo, si yo invito en el aula a leer, hay chicos que saben y otros que no. Desde el inicio el que no sabe se aparta de la actividad. Ahora, si yo invito a jugar, todos podemos jugar. Todos sabremos jugar. El adulto recupera su matriz lúdica, que con el tiempo la va perdiendo. El niño la tiene naturalmente”, se explaya Fabu. “No hay que subestimar el juego”, tercia Luciana.

“El juego es un lugar muy potente donde se produce conocimiento. Donde nos podemos conocer a nosotros mismos, conocemos al otro y nos vinculamos…”.

 

“Jugar nos emociona, jugar nos pasa por el cuerpo, jugar activa la memoria, es utilizar materiales, experimentar, crear…”, define Fabu. Y Luciana completa: “nos libera del miedo a la hoja en blanco”.

 

“No validamos como ‘bueno’ o ‘malo’. No se puede ‘jugar mal’”, sigue Fabu. “Cada uno juega como sabe, como le sale”, cierra Luciana. “Tampoco te podés emocionar ‘mal’”, agrega entre risas Fabiana.

 

“No censuramos. A veces emergen ‘malas palabras’ o una emoción muy fuerte que nos deja vulnerables. Entonces no se censura para poder traspasar eso que está ocurriendo y narrarlo, contarlo”, reflexiona Luciana.

“Cada uno le pone nombre a la emoción, a lo que le está pasando. Por eso valoramos tanto la oralidad”, resume Fabiana. “En un aula hay 25 ó 30 chicos, y las maestras no consiguen que conecten con la actividad planteada. Y nosotras hemos tenido 100 chicos, todos participando activamente de la propuesta del taller”, cuenta Fabiana.

 

“También está la cuestión de que en la educación formal se aplica el contenido creado por otro, la teoría de otro, de alguien lejano, y el proceso reviste una determinada respuesta. Entonces el docente no puede ponerse en la situación de ‘no saber’ , de no tener respuestas. Y eso es justamente nuestro combustible: que nos cuenten cosas que no sabemos. Poder trabajar a la par de quien descubre”, profundiza Fabiana.

 

“Colapsa completamente el aula de la manera en que nosotras abordamos las actividades. Colapsa la currícula, colapsa todo”, tercia Luciana. “No es dar lo mismo de otra manera. Es otra cosa, es otra matriz”.

“Nuestro taller dura dos horas, la primera la dedicamos a facilitar las consignas, pero en la segunda, quien toma el taller ya no nos ‘necesita’, y eso es algo que al formador le resulta difícil. Yo no necesito estar demostrándole y mostrando lo que hacemos. Somos facilitadores. Nuestra tarea concluye cuando el niño, el adolescente o adulto ya está ‘haciendo’ solo”, define Fabiana. Y sigue: “no mantenemos la asimetría de ‘yo educo porque tengo el conocimiento’. Ya no tengo protagonismo porque el niño descubre jugando. Cada uno aprende por sí mismo”.

 

“Esa horizontalidad es importantísima, es lo que produce que el aprendizaje suceda”, completa Luciana.

 

“Para quien lo mira de afuera, el taller es un caos. Pero nosotras sabemos qué fibra interna está vibrando en cada cosa que está pasando”, afirma sonriendo Fabiana. “El caos al adulto le molesta, pero al niño no”.

Un taller para todas las edades

 

El taller no está pensado para un grupo determinado de edades. Puede ir toda la familia, no hace falta ser un niño para asistir. Mientras más gente de distintas edades concurra, más variadas y ricas van a ser las experiencias.

 

El viento nos amontona está pensado para desarrollar elementos lúdicos-narrativos, tomamos un elemento al que vaciamos de contenido y lo entregamos para iniciar la actividad. El dispositivo no tiene contenido. Cada uno lo llena con su propia complejidad”, explica Luciana.

 

“No pensamos en el contenido que vamos a dar, porque el contenido lo ponen lo participantes”, acota Fabiana. “La dinámica del taller es conectar con los libros, es una literatura que no subestima al lector, que le permite ser protagonista y conectar y jugar con la propia historia. Después los invitamos a crear con nosotros desde los dispositivos que proponemos, que pueden ser de papel, de tela, de agua… Hemos hecho libros acuáticos muy copados. Hacemos alebrijes (el alebrije es una artesanía mexicana de reciente reconocimiento e inventada por Pedro Linares López en 1936. Representan animales imaginarios y están hechas con diferentes tipos de papel o de madera tallada y decorada con muchos colores), hacemos títeres de sombra… Fabiana narra una historia y de ahí se proponen las actividades”, enumera Luciana.

Sí, leyeron bien más arriba. Libros acuáticos. ¿Y qué son los libros acuáticos? Si es posible, ambas sonríen aún más y se lanzan a la descripción de uno de los dispositivos más divertidos del taller, hablando las dos al mismo tiempo: “Los libros acuáticos fue algo que surgió un verano para conectar la literatura con el calor, entonces armamos un dispositivo que está hecho con nylon cristal, y lo que hacemos son una especie de sobres sellados, para que puedan contener el agua y que tiene tres compartimentos.

 

En uno de los compartimentos vamos a dibujar el escenario donde queremos que suceda nuestra historia. Cielo, la selva, el Facebook… lo que quieran. Después vamos a dibujar los personajes que van a navegar en esa historia y los plastificamos -con plastificado en frío, y después armamos nuestro libro acuático. El escenario por un lado, los personajes por otro en un compartimento con glicerina. Al escenario le escribimos una pequeña historia y después se sella. Entonces el libro nos queda con una historia, y del otro lado el escenario y los personajes para jugar”, se entusiasman contando. “Sos tu propio editor con este dispositivo de juegos”, cierran.

 

Entonces ¿qué pasa en un taller de El viento nos amontona? “Jugamos, nos emocionamos, descubrimos historias que nos encantaron y tenemos un dispositivo que no tiene contenido, que lo hicimos nosotros y al que sí o sí le vamos a querer impregnar una historia. Por lo tanto vas a ver a los niños y adultos escribiendo una historia para llenar ese contenido”, explica Fabiana.

“La mayoría de los dispositivos se pueden replicar en casa. Porque una vez que ya jugaron, se emocionaron, realizaron el dispositivo y lo llenaron, ahora pueden enseñarselo a otro”, completa Luciana.

 

“Con la premisa de que esto que te pasó en el taller se lo puedas contar a otro, los materiales con que realizamos los dispositivos son bien cartoneros, salvo el libro acuático que necesitás la selladora de calor”, repasa Fabiana. “Uno actúa como facilitador, ofrece disparadores y quien participa puede desarrollar lo que se le ocurra”, explican a dos voces.

 

“El adulto tiene que perder el miedo al niño de hoy, que está lleno de estímulos. Y debe perder el miedo al aprendizaje en el caos. El aprendizaje que sucede mientras el niño está quieto, sentadito, sin participar, no es natural”.

 

“La literatura permite también poder hablar de los que nos pasa. De los miedos, de los sueños. El personaje permite cargarlo de historias que tal vez les pasan a ellos, los niños o adultos, que necesitan poder hablar, o nombrar lo que le pasa. Y a veces es algo terrible. Y eso está bien, porque el cuento no tiene que ser siempre un cuento rosa, para que no sufran ni los niños ni nosotros los adultos. El adulto a veces no sabe cómo reaccionar a eso”, cierra Fabiana.

 

Y lo más importante de este viento que quiere amontonar gente, es que realmente el adulto no necesita invitación para participar. Tampoco tiene que llevar a un niño como excusa para poder entrar, aseguran las dos entre risas. “Señor adulto, traiga su niño de excusa o su niño interior, pero venga. Le prestamos uno acá, si no tiene”, invitan Fabiana y Luciana a coro.

El viento nos amontona se llama así porque la idea de viento, de libertad, de arrastre y de amontonarse con muchas personas y en distintos lugares es el núcleo de este taller. Y también porque sus creadoras sueñan con un viento que tome fuerza e irrumpa en la educación formal, para darle aires nuevos y renovadores.

 

 

 

 

 

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