Los hermanos Aznar comparten el amor por la música y desde siempre los escenarios. Dedicados al jazz, son los exponentes más jóvenes de nuestra ciudad en el género, Gerardo en la guitarra y Gustavo en la batería. Compartieron con Nosotros una charla con mates y muchas risas.
Textos. Romina Santopietro. Fotos: Pablo Aguirre.

En la sala de la casa de Gustavo Aznar suena jazz suave de fondo. La batería está armada en un rinconcito. El mate espera listo para comenzar la charla y empezar a circular.
Una perrita miniatura, Nina, se pasea oronda por la sala, investigando desconfiada. El mate cambia de mano y se arranca la charla por el principio.
Gerardo: “Yo arranqué en la música con la idea de tocar el bajo, no la guitarra. Cuando estaba en sexto o séptimo grado estaban de moda los Guns. Ahí fue cuando quise empezar a tocar. Traté de convencerlo a mi viejo y no me dio mucha bola. Así que la convencí a mi abuela. En el año 93, estaba en primer año del secundario, y fui a aprender música a la Academia Musical Norte. Por un año el vago me enseñó folclore. Nunca toqué el bajo en todo ese año -risas-. Yo quería tocar temas de Hermética, de V8 y arranqué tocando ‘Galopera’, algo que nunca había escuchado en mi vida -más risas-. Igual estuvo buenísimo porque ese vago me enseñó a leer música. Yo en ese momento lo detestaba, pero aprendí toda la parte teórica. Mi idea era ir a ‘ser rockero’ y me hicieron tocar folclore y aprender música. Me cambió la bocha. Fui por un año y después dejé. A los 15 arranqué de nuevo a estudiar. Y cuando fui a comprarme el bajo, en su lugar, me compré la guitarra. -Siguen las risas-. En ese momento la idea era que podías tocar solos, más animadamente que en el bajo. Así que me traje la guitarra. Cuando yo iba a la academia, el vago no tenía el equipo de bajo, entonces yo tocaba la guitarra criolla. Como ya conocía los acordes, me terminé comprando la guitarra. En ese momento empecé en el instituto de música, estando en 4to y 5to de secundaria. Mi primer grupo fue el de esa academia, Norte, que se llamaba Polimúsica, y claro, tocábamos folclore. Igual para mí era una porquería porque yo quería tocar rock, no folclore”- sigue Gera.
“A partir del año 2000 empezamos a tocar en proyectos propios. El 14 de abril de ese año tocamos como teloneros de Celeste Carballo. Me pidió prestada la correa. No se la quise prestar. ¿Cómo le voy a prestar la correa? -risas-. Después de eso, durante un año fuimos sufriendo mutaciones en la música y en la formación del grupo hasta que nos convertimos en Mr. Kombus y los Hongos de Kombucha. El año pasado se cumplieron 10 años que ya no tocamos más. Con Mr. Kombus ensayamos un año entero antes de presentarnos. Fuimos aprendiendo con el paso del tiempo. Cuando recién empezás no conocés a nadie, no sabés cómo es la movida. A veces hasta no tenés el equipo. Eso te lo va dando el paso del tiempo, la experiencia de tocar en vivo. Igual no aprendimos mucho” -carcajadas-. Es prueba y error. En eso se diferencia el rock del jazz”.

Arribando al jazz
“Llegó a mis manos un cd grabado de jazz, de guitarristas de jazz. Me pareció increíble, me encantó. En ese momento, si bien había internet, pocos tenían acceso. Era la primera vez que tomaba contacto con el jazz, no entendía mucho. No es que entienda mucho ahora -más risas- pero así llegué, por curiosidad y estudiando. Pero empecé de grande, a los 25 años, a estudiar con Cacho Hussein y con gente del jazz. Sentí que se me abría la cabeza, como que lo que había hecho hasta acá estaba todo mal” -las risas se convierten en carcajadas-. “No es un género fácil de asimilar. En el instituto vos estudiabas una obra por 5 horas, y siempre salía igual. El estudio del jazz pasa más por dominar el instrumento, lo cual es muy difícil. Lleva tiempo”, sigue Gera.
Un punto de inflexión fue el nacimiento de su hijo, Valentino, donde hubo que plantearse el tema de generar dinero desde la música.
“Lo que cambió con el nacimiento de Valen fue la historia de los ensayos interminables, hubo que darle más estructura a todo. Ya no íbamos a probar sonido a las 3 de la tarde y no aparecíamos más hasta las 5 de la mañana”, explica Gera.
Mientras tanto, Nina ya tomó confianza y trae un juguete.
“Otro punto importante fue que yo ya había empezado a tocar con los Mofo. Fue un cambio de visión. Fui encontrando la versatilidad para ir laburando”, rememora Gera.

El pulso batero
Los inicios de Gustavo fueron más tempranos: a los 4 años le regalaron una batería de juguete, que le duró solamente una semana. La pasión por el instrumento perduró y se acrecienta.
“Cuando los chicos se empezaron a juntar en el garage, en el germen de Mr. Kombus, otra vez quedé fascinado por la batería. Me llevó dos años convencer a mis viejos que me manden a estudiar. Yo tenía 7 años. A los 9 arranqué a estudiar con Eduardo Rabufetti, después de dos años de insistencia. Después llevó dos años más hasta que me compraron la batería. Lo que no demoró mucho fue que muchas veces me quisieron echar de casa por los ruidos. Los vecinos también” -risas. “Al día de hoy, los vecinos todavía nos odian, y eso que ya no vivimos más con nuestros viejos”- siguen las risas.
Nina revolea su juguete para llamar la atención. Lo tira y lo busca mientras la charla y los mates siguen.
“En el año 2001 finalmente convencí a mi papá y me compró la batería. Y desde ahí no paré más”.
“A los 9 años tuve mi primera muestra de batería. El primer tema que toqué fue ‘Back in black’ de AC/DC’”- cuenta con una enorme sonrisa.
A diferencia de Gera, él sí empezó rockeando su camino por la música.
El viraje al jazz se dio por gusto, pero también por buscar generar un ingreso más estable con la música. De todas maneras, ambos sostienen que trabajan de “otra cosa” porque sólo con ser músico no alcanza: Gerardo es diseñador gráfico y Gustavo trabaja en un comercio.
“Parte de la evolución de la batería, del estudio es el jazz. Sobre todo en la parte rítmica. Cuando me encontré con el jazz, la primera vez no entendí nada, no me gustaba mucho. A los dos nos pasó lo mismo: veníamos del rock, y esto es completamente diferente. pero después te das cuenta que con esta música tenés una libertad que tocando rock no”.
“La libertad rítmica se considera siempre dentro de una estructura que define al género”, explica Gustavo.
“La música de jazz es muy compleja. Lleva mucho tiempo. El estándar de jazz es altísimo”, tercia Gerardo.
“Y encontrar un sonido propio dentro de este género no es fácil. Ni siquiera tocar free jazz es desestructurado”, acota Gustavo.
“La evolución va por ese lado, creo. Por el estudio. Así llegamos nosotros al jazz. Hay gente que se encuentra con el jazz y no le gusta. Que no tenga cantantes les aburre. A nosotros nos encantó. Pero empezamos con el jazz rock”, cuenta Gera.

La vigencia de un género
En cuanto a los ensayos actuales y a ponerse de acuerdo, los dos responden casi al unísono: “No ensayamos y no nos ponemos de acuerdo”, frase coronada por un estallido de risas.
“Estamos tocando un montón, pero no ensayamos mucho”, se sincera Gerardo.
“Hemos ensayado tantas horas y durante tantos años que, entre hermanos, uno logra conocerse y saber hacia dónde va”, explica Gustavo.
“¡A ningún lado vamos!”, exclama Gerardo y otra vez estallan las risas.
“En realidad, más que ensayo, lo fundamental es seguir estudiando”, sigue Gera. “Si te ponés a escuchar un disco de los grandes del jazz, llega un punto donde pensás que tenés que vender tu guitarra mañana mismo. Pero hay que seguir estudiando. Con práctica llegás a tener más aceitado todo, desde la lectura, la práctica del instrumento, la improvisación, la estructura, la técnica musical…”.
“El jazz te desenamora de la cuestión orgullo que tiene el rock. No hay lugar para el ego. Porque por empezar, nunca vas a llegar a ser como los Rollings Stones. El jazz te da un sentido de pertenencia, pero el rock te da un sentido de posesión: ‘esta es mi banda, mi música, mi baterista, mi cantante’… En cambio en el jazz, vos podés cambiar un guitarrista y está bueno, porque le da su aire pero no cambia la esencia”, reflexiona Gera. “En el rock, si no viene el baterista, no se puede tocar. Acá no pasa eso, nadie es indispensable, y eso está bueno”.
Gustavo se ríe de la velada amenaza de reemplazo y asegura, categórico: “lo mismo pasa con el guitarrista: no es indispensable”.
No quiere declarar que él es el más organizado, para no sonar arrogante, pero confiesa que siempre es él el que pasa a buscar y durante años cargó con los equipos. “Fue una cuestión de abuso de hermano mayor”, dice Gustavo, apuntando a Gera, que es, justamente, el mayor. Entre reclamos varios, desde la puntualidad o los olvidos de cables y demás, terminan reconociendo que la logística funciona entre ambos.
En cuanto al post show, Gerardo asume que no ayuda a su hermano a desarmar la bata “porque no te deja tocarla”.
“Que quede claro: la bata es mía”, asegura Gustavo. Hace la salvedad con sus sobrinos: a ellos los deja tocar hasta los platillos con los dedos.
“Todos los bateros andan además con una cajita de herramientas: cargan destornilladores y un montón de cosas”, se ríe Gera. “Siempre fuimos bastante organizados. Ahora más, porque te olvidás una partitura y no tocás nada”.

En proyectos más personales, están con ideas de grabar temas de Gerardo, que ya han presentado en el último festival de jazz, con un cuarteto de saxo, guitarra, batería y contrabajo.
Ambos consideran que actualmente hay una movida interesante en bares y pubs para el jazz y es una buena manera se acercar el género al público.