Marina Closs despliega tres monólogos de voces definidas, con diversos registros de lenguaje narrativo, manejo de la ironía y sobrio lirismo para dar forma a «Tres truenos».
Textos. Enrique Butti.
Tres mujeres, tres vidas (y resulta atinente empezar con los títulos del libro de Silvia Plath, «Tres mujeres», y del espléndido de Gertrude Stein, «Tres vidas») irrumpen en este libro de cuentos de la misionera radicada en Buenos Aires, Marina Closs (1990). Tres mujeres hablan, excedidas, cuentan su vida a un definido o no interlocutor; una de ellas truena su confesión en un portón, posiblemente ante las rejillas del portero eléctrica de una «señorá», así, con el acento agudo de las palabras en guaraní. Y es precisamente el habla que las pronuncia el gran logro de estos «Tres truenos», editado recientemente por Bajo la Luna.
En el primer relato habla la joven guaraní que ha tocado el timbre de una «señorá»; pide plata y que la escuche. «No le pasó nunca a usted lo que a mí me pasó. Yo soy de una aldea, el padre y la madre mbyá». Y en esa aldea es una maldición parir gemelos, porque prueba que la mujer anduvo con dos hombres. «La reputación se mancha, si hay gemelos. El marido se esconde. Después, vuelve borracho y mata a los dos hijos, porque dice que no puede reconocer cuál es de otro y cuál es de él». De hecho, la muchacha, aunque contra su voluntad, había sido infiel tras la muerte de su marido, y aunque va a parir a un hospital donde no matan a los gemelos, el bebé «del nuevo» robó la comida, la sangre y la carne del otro. El que muere era justamente mujer. Ella se llama Gran Monte, pero se inventó el de Vera Pepa, y cuando va a inscribir al hijo, una confusión hace que lo anoten como Marcelo Pepo Pepa. Mucha historia gira alrededor de estos hechos: su refugio fuera de la aldea, en casa de su cuñada; el padre que la acosa para que vuelva a lavar sus culpas; el amor invasor de su cuñada. Y la chica repite su gran deseo: haber sido para siempre virgen, «cuñataí», cuñataí para siempre, una mujer que «sintió un único amor puro, pero guardó el secreto y jamás se lo dijo a nadie».

Demut es el nombre de la mujer del segundo cuento. Es una alemana que a los quince años viaja a Sudamérica con su hermano, perseguidos por el hambre. Aquí un pastor religioso le revela que el maridaje que la une a su hermano es un pecado espantoso y le ofrece refugio para escapar de él. Después entra a ayudar a Pedro Rey, un hombre con muchos hijos que ha sido abandonado por su mujer y con quien quizás pueda casarse. Pero regresa la mujer de este hombre, a la par que el hermano ha formado otra pareja, a quien Demut espía y con quien llega a relacionarse. Una frustrada huida a Brasil y otras revueltas del destino (vuelve a escaparse la mujer del hombre con hijos; muere en el parto la mujer del hermano) concluyen con una zarabanda en la que se celebra su boda con Pedro Rey. Pero ahí, en la fiesta, aparece el hermano. Bailan, los hermanos. «Habrá sido horrible vernos así. Otra vez, como traidores. Él es mi única familia, no sé qué decir, lo juro. Si me alejo otra vez, me muero, señor y señora…».
La tercera voz es la de una joven modista de un teatro de ballet. Mientras inicia relaciones con dos pintores (uno mejor, querido que no la quiere, y uno peor, que habrá que querer), se interesa en asistir a los ensayos y representaciones de «Giselle», que pasa a ser un reflejo de su vida, sobre todo cuando la protagonista muere de amor y pasa a formar parte de las Willis, esos espíritus de las novias que impulsadas por la pasión de la danza están condenadas a bailar cada noche hasta el alba. «Mi tutú está hecho de nervios. No soy más una mujer. Soy un fantasma. Porque quiero hacer el amor, extiendo mis sesos como brazos largos. La música me asesina. Yo, con mi vestido que cuelga de la estrella del cerebro, camino…».
Es posible (más para rastrear a un seguramente agradecido lector que para adivinar las preferencias de la autora) señalar en estos cuentos una filiación o acorde con «Eisejuaz», de Sara Gallardo o con los idiolectos que despliegan Guimaraes Rosa, Marosa di Giorgio y Hebe Uhart. Une a estos cuentos el hecho de que las tres mujeres sepan contar su vida para resonar como truenos en la mente del lector. Un desborde ajustado, valga el oxímoron, en el cual la pericia de Closs permite en medio del fragor incluso el humor.